Nunca como en esta hora de la República, resulta imprescindible tomar la oportunidad que da la historia para reivindicar un oficio de la importancia que reviste la política, entendida ésta como ciencia de lo posible en la conducción de la sociedad camino hacia su bienestar. Pareciera que se hubiera olvidado el fin último de la política y que la carga de sentido pleno: servir a la gente.
A nuestro parecer, no están ejerciendo unos ni comprendiendo de la misma forma otros, partidos políticos y ciudadanos, lo que significa hacer política. Esto es, que existe un divorcio en la noción de esa ciencia tal y como la comprenden los primeros y como lo aprecia la sociedad en la realidad cotidiana.
Datos duros del 2022, nos indican que ocho de cada 10 mexicanos no confía en los partidos políticos, según el Informe País 2020, titulado “El curso de la democracia en México”, realizado con base en la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (Encuci) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en colaboración con el INE y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El reporte en cuestión consigna, además, que tanto senadores como diputados se encuentran en los últimos peldaños de la confianza ciudadana, sólo por encima de los partidos políticos.
Por otra parte, se ha medido que si bien dos de cada tres de los mexicanos de 15 años y más prefieren la democracia a cualquier otra forma de gobierno, 40.1 por ciento estaría de acuerdo con un gobierno encabezado por militares. Tal es el escenario donde se moviliza la praxis política propia del orden civil en nuestro país que, en abono a su ensombrecido panorama, revela por igual la crisis que padecen los institutos políticos en todo el orbe latinoamericano.
Para colmo, un reporte del New York Times, señala que “la amarga cosecha que la región está recogiendo como resultado de la propagación de una virulenta cepa de populismo en las últimas tres décadas (…) está arraigada en gran medida en la justificada exasperación de la ciudadanía frente a la corrupción que ha causado estragos en los sistemas de partidos y ha debilitado a las instituciones necesarias para luchar contra la corrupción y canalizar las demandas sociales en forma pacífica.
De ahí la urgencia de reivindicar el oficio de la política y dotarlo nuevamente de sentido social, más ahora que están en deliberación las lista de candidatos, se avecinan las campañas políticas y se acorta la distancia para la realización de las elecciones concurrentes, locales y federales, de junio 2 de este año del 2024. Y más aún en Chiapas, que está inmerso en un proceso electoral donde las descalificaciones y la falta de propuestas sean el más probable escenario a vivir durante las campañas que iniciarán el próximo mes de marzo.
Corresponde a partidos y candidatos poner sobre la escena social una campaña de propuestas, con debate civilizado y responsable, a efecto de que la ciudadanía tome una decisión informada y razonada en la cita que tendrá en la soledad de las urnas. Esa sería una forma digna de reivindicar el oficio de la política, para devolverle su esencia de servicio a la sociedad. Y es que sin políticos profesionales y comprometidos con la gente, la democracia no puede avanzar y consolidarse como una forma eficaz de gobierno.
Habría que tomar en cuenta, insistimos, la crisis que viven los partidos políticos, así como la cuestionable elección tanto de liderazgos como de representantes populares, que sólo ha servido para engendrar una mayor desconfianza en todas las instituciones; en particular aquellas destinadas a controlar el ejercicio del poder y procesar los conflictos sociales de manera serena y eficaz.
Si bien es cierto que las ideas progresistas han marcado el rumbo político de América Latina y de México mismo, la sociedad requiere hoy, más que nunca, gobiernos eficientes y administraciones con resultados tangibles. Pero esto tiene como condición indispensable consolidar un sistema político y de partidos que verdaderamente canalice las demandas ciudadanas y genere bienestar social.
Ese es el reto de la política y el gran acuerdo al que se debe llegar con la ciudadanía. La suerte que pueda correr la democracia y, por ende, el oficio de la política, está echada. A los chiapanecos nos queda la esperanza de que al menos hay una propuesta seria y esa la debe aquilatar Eduardo Ramírez Aguilar, cuyo llamado a la unidad y reconciliación por la seguridad y el bienestar de Chiapas, es un signo claro de un renovado ejercicio del oficio político. Ya veremos.