Réquiem por Geovanni Hernández

Por Maximiliano Sánchez

“Nos habremos ido a su casa,              

pero nuestra palabra                                                                                                                                                  

vivirá aquí en la tierra.  

Iremos dejando  

nuestra pena: nuestro canto.                                                                                                             

Por esto será conocido,                                                                                                                                   

resultará verdadero el canto.                                                                                                                                  

Nos habremos ido a su casa,                                                                                                    

pero nuestra palabra

vivirá aquí en la tierra”[1]

Nos conocimos en agosto de 2014, en las aulas del curso preuniversitario de la Tricentenaria Facultad de Derecho de la UNACH. Recuerdo que platicamos sobre la lucha social y la política, y en ese primer momento nació nuestra amistad. Entre canciones de Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat, entre poemas de Federico García Lorca y Manuel Acuña, bajo las enseñanzas de deontología jurídica del Mtro. León Solar y el indispensable curso de inducción a los Derechos Humanos, se forjó nuestro lazo fraternal.

En el enigmático oriente de San Cristóbal de las Casas cultivamos una amistad en torno a las ideas, los libros, la música y las largas tardes de café en “La Selva”, donde me hablabas de cincelar nuestro propio camino, como aprendices de albañiles que estudian con detalle los planos de su próxima construcción. Siempre sabio, siempre observador.

Hermano mío, nos unía el mundo filosófico de las grandes ideas. Recuerdo haberte regalado “El sentimiento trágico de la vida” de Miguel de Unamuno, un libro que pertenecía a mi madre, a quien tanto quisiste y quien tanto te quiso. Te lo entregué porque para mí eras un hermano, y nutrir mutuamente nuestro conocimiento siempre fue un placer. Nunca olvidaré nuestra pugna intelectual entre José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno.

Ambos veníamos de un movimiento estudiantil que nos tocó vivir en la preparatoria y que en 2013 marcó nuestra conciencia y nos señaló el camino. Me hablaste de la izquierda y de la construcción de un nuevo partido. Recuerdo aquellas tardes en el parque central de San Cristóbal repartiendo propaganda, convencidos de que era posible la reconstrucción nacional.

También evoco cuando nos adentramos en la política universitaria de la Facultad. No compartías del todo mi militancia estudiantil, pero respetaste y apoyaste mi camino. Recuerdo la fundación del grupo “Ignacio Ramírez, El Nigromante” junto a Gerardo Hernández y Lourdes Wong; de ahí surgieron grandes proyectos que lograron incidir en la Universidad.

Quisiera hablarte directamente, pero sé que es imposible que leas estas palabras. Sin embargo, ¿recuerdas cuando se ganó la Consejería Universitaria y apoyaste cada uno de los proyectos? ¿Recuerdas la campaña de 2018, los recorridos por nuestra tierra, cada viaje, cada montaña, cada ejido, cada pueblo? Todo significaba planes para Chiapas, siempre pensando en cómo transformarlo.

Te tengo muy presente en el último semestre de la carrera, cuando intercambiamos caminos: tú elegiste la política y yo me encaminé hacia la academia. Son tantos los recuerdos que bien podría escribirse una novela sobre la vida de un gran hombre. La vida volvió a reunirnos laboralmente en 2021, ya más maduros, con las mismas ideas y sueños. Tú, siempre tan culto: lector incansable, escritor a quien le faltaron hojas y pintor al que se le agotó la tinta.

Hoy, Geovanni Hernández, querido amigo, nos dejas. Pero siento la necesidad de honrar tu nombre y que la gente te recuerde: hombre de ideas, de historia, de letras, de tinta; hombre culto. Tu pueblo, San Cristóbal de las Casas, pierde a un gran político, un artista y un intelectual.

Aunque jamás te asumiste como tal, lo eras para nosotros: un hombre que no solo actuaba, sino que también reflexionaba sobre la política. Recuerdo la incesante búsqueda de libros, las tardes de vino, las charlas y las reflexiones. “Estos eran: dos amigos”. Gracias por caminar hasta aquí y mostrarnos el rumbo que se debe seguir. En tu memoria, honraremos tu legado y construiremos una nueva generación cimentada en el esfuerzo, las ideas y la cultura.

En el ágora de la eternidad ahora reposas.                                                                    

El camino a Ítaca has concluido.                                                                                                  

Dime cómo es el infinito                                                                                                    

y la gloria que ahora te abraza.


[1] Poema náhuatl titulado “Icniuhyotl in tlalticpac” traducción “Amistad en la Tierra” presente en “La tinta negra y roja. Antología de poesía náhualt” de Miguel León Portilla.

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