Por Mario Escobedo
Este 5 de noviembre de 2024, Estados Unidos celebra unas elecciones cruciales entre Kamala Harris, por el Partido Demócrata, y Donald Trump, representando a los republicanos. Las encuestas señalan una competencia feroz, con Harris aventajando a Trump por un estrecho margen de 47.9% frente al 46.9%, según el promedio de sondeos de FiveThirtyEight. Los estados clave —Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Arizona, Georgia, Nevada y Carolina del Norte— podrían definir el futuro de un país que marca el pulso no solo de su propio territorio, sino de todo el continente.
La influencia de Estados Unidos es innegable, y Latinoamérica, en especial Centroamérica y México, experimentan de primera mano los efectos de sus políticas migratorias. Estos países, cuyas poblaciones migrantes constituyen gran parte de la fuerza laboral en Estados Unidos, ven cómo sus vidas se encuentran en vilo cada cuatro años, especialmente bajo administraciones que favorecen políticas migratorias más duras. La posibilidad de que Trump retome el poder despierta una preocupación particular entre millones de personas que, día a día, buscan en el norte una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida, y que hoy se enfrentan al riesgo de ser arrastrados nuevamente por una ola de políticas migratorias extremas y represivas.
Las estadísticas recientes del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y del Consejo Nacional de Población (CONAPO) estiman que aproximadamente 11.5 millones de mexicanos residen en Estados Unidos, una cifra que incluye una proporción significativa de chiapanecos. Aunque el INEGI no desglosa las cifras exactas para este grupo, la Secretaría de Relaciones Exteriores señala que muchos se encuentran en California y Texas, estados de alta concentración de migrantes. La vulnerabilidad de estas comunidades ante un eventual regreso de Trump es alarmante, especialmente en un contexto donde su retórica antiinmigrante y políticas restrictivas han creado un ambiente de constante amenaza para quienes huyen de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades en sus países de origen.
Más allá de las cifras, esta elección pone en juego la dignidad y los derechos humanos de millones de personas que han encontrado en Estados Unidos su única vía de escape. ¿Es moralmente sostenible que una nación de inmigrantes levante cada vez más barreras para quienes buscan un lugar seguro? La elección de mañana determinará si Estados Unidos opta por una política de exclusión o por una visión más humanitaria que refleje la diversidad y el espíritu de inclusión que alguna vez fue su bandera.
En última instancia, esta elección plantea una pregunta fundamental: ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar en términos de humanidad y solidaridad para satisfacer agendas políticas? Mientras el mundo observa, queda en manos del electorado estadounidense decidir si el país que se autoproclama como la «tierra de las oportunidades» seguirá siéndolo, o si continuará cerrando sus puertas a quienes más necesitan cruzarlas.