La de Rosario Castellanos Figueroa fue una vida plena y de inacabado aprendizaje. Poco después de su infortunada muerte ocurrida un día como hoy hace 50 años, decenas de investigadores en México y Estados Unidos comenzaron a explorar tanto su labor creadora como su obra poética, literaria y periodística para desentrañar su estilo narrativo y su pensamiento feminista, aun cuando ella no se asumiera así.
En su niñez, dos hechos marcarían una huella profunda reflejados en su primera novela Balún Canán: su entrañable relación con su nana Rufina, la indígena tzeltal que conversaba en su lengua originaria y la dolorosa muerte de su hermano Benjamín a los siete años. La docencia y la diplomacia por el contrario, le dieron un gozo particular porque desarrolló plenamente una auténtica pasión desde su primera juventud y hasta su muerte, la escritura.
Considerada dentro de la generación del 50 junto a Fuentes y Sabines, entre los rasgos que algunos estudiosos distinguen en los inicios de la autora chiapaneca están el de su reflexión crítica sobre la mujer mexicana y el reconocimiento de la presencia indígena, dos elementos invisibles en la vida social.
En los ensayos reunidos en Mujer que sabe latín… Rosario afianza su voz crítica contra el patriarcado: “pese a todas las técnicas y tácticas y estrategias de domesticación usadas en todas las latitudes y en todas las épocas por todos los hombres, la mujer tiende siempre a ser mujer, a girar en su órbita propia, a regirse de acuerdo con un peculiar, intransferible, irrenunciable sistema de valores”.
El 15 de febrero de 1971 la autora de Lívida Luz fue designada Embajadora de México en Israel. En ese acto en el que también se conmemoró el Día Internacional de la Mujer pronunció un sonoro mensaje (La abnegación: una virtud loca), en el que hizo un juicio severo sobre la visión costumbrista de la mujer: “En México, cuando pronunciamos la palabra mujer nos referimos a una criatura dependiente de una autoridad varonil: ya sea la del padre, la del hermano, la del cónyuge, la del sacerdote.
Y sigue: “Sumisa hasta en la elección del estado civil o de la carrera que va a estudiar o del trabajo al que se va a dedicar, (..) la mujer mexicana no se considera a sí misma -ni es considerada por los demás- como una mujer que haya alcanzado su realización si no ha sido fecunda en hijos, si no la ilumina el halo de la maternidad”.
En mi casa siempre hubo admiración por la obra rosarina. Mis primeros acercamientos a la literatura feminista fueron, sin saberlo, su prosa y sus cuentos que encontré en una biblioteca repleta de libros en la que ella tenía, gracias a la curiosidad intelectual de mi madre, un lugar especial. Inicié leyendo Los convidados de agosto y poco después Mujer que sabe latín…
María Guerra, cuñada de Rosario y entrañable amiga de mi madre nos contaba la riqueza de su obra y los motivos para que la reconocida autora desarrollara su memorable texto producto de un dicho popular machista “mujer que sabe latín, ni tiene marido ni tiene buen fin”.
En ocasión de su aniversario luctuoso, le reconozco ser la primera en evidenciar y desenmascarar el peso de la cultura patriarcal, la opresión sistémica de las mujeres y su presencia reservada al entorno privado como madre-esposa. Aunque falta mucho por sensibilizar, medio siglo después los avances son significativos y honran a las que nos abrieron los ojos.