Desde el brote de coronavirus la salud, en todos sus aspectos, ha sido la preocupación principal este 2020. El contexto actual nos invita a repensarla integralmente y con la prioridad que merece en la agenda. Sin embargo, esta crisis también nos lleva a considerar lo fundamental que resulta invertir en la salud mental y a visibilizar el impacto que tiene en la sociedad.
Este 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», la inserta en el ámbito del bienestar, necesario para el funcionamiento efectivo de toda persona. Socialmente se estigmatiza a quienes padecen enfermedades o trastornos de la mente, como si no se tratara de enfermedades reales y esta es una percepción que debemos cambiar.
Su dimensión es enorme. La OMS estima que cerca de 1.000 millones de personas tienen un trastorno mental, situación que afecta a 1 de cada 5 niños y adolescentes. Las personas con trastornos graves, como esquizofrenia, suelen morir de 10 a 20 años antes que la población general. Casi 800 000 personas se suicidan cada año (una cada 40 segundos) y ésta es la 2ª causa de mortalidad entre jóvenes de 15 a 29 años. Además, el consumo nocivo de alcohol, que está fuertemente relacionado con estos trastornos, suma a estas muertes 3 millones anuales.
Resulta evidente entonces hablar de la necesidad de fortalecer las políticas públicas e invertir en programas dedicados a la salud mental, sobre todo en este contexto de pandemia que está poniendo a prueba todos los aspectos de la vida humana. La crisis económica, el aislamiento social y el miedo al contagio aumentan el estrés que de por sí lleva el trabajo en casa y la educación a distancia, a la par que las medidas de prevención de la propagación de la enfermedad han llevado a la reducción de actividades, y cierre de espacios, recreativos.
Este año, a nivel internacional se ha decidido abordar el tema desde el ángulo económico, promoviendo el incremente de la inversión en Salud Mental. Y con justa razón, solo la pérdida de productividad resultante de depresión y ansiedad tiene un costo en la economía mundial de $ 1 billón de dólares al año. Mientras que, en promedio, los países gastan menos del 2% de sus presupuestos sanitarios en salud mental.
La pandemia de COVID-19 seguirá afectando la realidad social, por varios años más dado el aumento en las tasas de desempleo. Entre presiones económicas, estrés laboral, modificaciones en las actividades en casa e incremento de violencia hacia niñas, niños y mujeres; invertir en salud mental no es asunto de buenas intenciones, sino una necesidad.