En México solo el 37 por ciento de las personas registradas en el Sistema Nacional de Investigadores en 2019 eran mujeres
Diana Hernández Gómez / Cimac Noticias
Cuando estudiaba la preparatoria, un profesor de Biología contó a mi grupo la historia de cómo los investigadores Maurice Wilkins, James Watson y Francis Crick formularon su hipótesis sobre la estructura del ADN. También nos platicó cómo esta premisa surgió gracias a las investigaciones de Rosalind Elsie Franklin, quien ni siquiera fue mencionada cuando los tres hombres recibieron el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1962.
De vez en cuando recuerdo la historia de Rosalind. Ahora, más que nunca, después de haber leído a otras mujeres como Marcela Lagarde o Rita Segato, me doy cuenta de que su caso es solo uno de tantos replicados en esferas más allá de la Biología.
En esas reflexiones también me pregunto qué hubiera pasado si la química y biofísica hubiera tenido el reconocimiento que le correspondía desde el inicio. Quizás si esto hubiera sucedido, para otras mujeres habría sido más sencillo abrirse paso en el campo de las ciencias.
¿Será que tal vez Katya Echazarreta hubiera llegado antes al espacio?, ¿u otras jóvenes en años previos? Incluso si antes de la propia Rosalind Franklin otras mujeres hubiesen obtenido el crédito justo por sus aportaciones, la investigadora no habría tenido que salir del King»s College de Londres –la universidad donde desarrolló su investigación–, debido al aislamiento social al que la sometían sus compañeros: en una entrevista con la BBC, la hermana de Rosalind, Jenifer Glynn, contó que la científica no podía entrar a la sala común de café por el simple hecho de ser mujer.
Así, el reconocimiento de Rosalind hubiera contribuido a crear espacios más justos y equitativos en las academias. Esto es necesario si consideramos que, por ejemplo, en México solo el 37 por ciento de las personas registradas en el Sistema Nacional de Investigadores en 2019 eran mujeres. Sin embargo, de acuerdo con la filósofa Norma Blazquez Graf, el porcentaje disminuye conforme se elevan la categoría y el área de conocimiento.
Más allá del reconocimiento: la colectividad femenina como fuente de conocimiento
Nombrar a las mujeres en la historia no solo puede abrirnos senderos en diferentes áreas como la literatura o las ciencias al conocer lo que otras han hecho y conquistado: también es una reivindicación de nuestra forma de conocimiento, la cual puede tener diferentes impactos en nuestra manera de concebir y enfrentar la realidad.
Un ejemplo breve y probablemente muy conocido: muchas hemos escuchado que la principal señal de alarma ante la posibilidad de un infarto es un dolor en el pecho que se extiende hacia el brazo izquierdo. No obstante, esa es una señal clara para los hombres. La cardióloga Uxua Idiazabal explica que, en el caso de las mujeres, otros síntomas pueden ser incomodidad en la espalda o el abdomen, dolor en ambos brazos y náuseas o vómitos.
En este sentido, la falta de perspectiva desde y para las mujeres es una cosa de vida o muerte. Pero pensemos en casos «menos» extremos como la literatura o las descripciones femeninas antropológicas realizadas desde el punto de vista masculino.
Estas representaciones nos han relegado a papeles de recolectoras o amas de casa y nos han revestido de cuerpos erotizados con los que difícilmente nos identificamos en la realidad. ¿Cómo sería el imaginario colectivo sobre las mujeres si las representaciones que circulan fueran nuestras propias versiones? ¿Cómo nos verían los demás?, ¿cómo nos tratarían si el patriarcado diera espacio a nuestras voces y nuestros nombres en lugar de invisibilizarlos?
No habitamos el mejor mundo, pero podemos construirlo
El feminismo ha logrado grandes avances desde que las mujeres comenzamos a organizarnos y luchar por nuestros derechos.
Fracesca Gallardo, Olimpia Coral Melo Cruz, Rosa Parks y una lista casi infinita de mujeres tienen un lugar en la historia gracias a esa lucha que aún continúa y que seguirá desarrollándose hasta lograr un futuro más habitable y libre de violencia para nosotras. Entretanto, nuestras voces, letras e ideas persistirán como parte de nuestra resistencia.
Rosalind Franklin murió de cáncer de ovario en 1958, tenía 37 años. Quizás nunca dimensionó los alcances de su investigación ni sospechó el modo en el que tres hombres se apropiaron de su intelecto y trabajo para recibir un premio que, en realidad, escondía su nombre.
Sin embargo, en esa clase de preparatoria, mis compañeras y yo pudimos reconocerla. Yo me grabé su nombre en la memoria, y hoy escribo sobre Rosalind porque es necesario saber que las mujeres también construimos las raíces de la historia.