Hay héroes que se vuelven monstruos. Ese es el caso de Daniel Ortega quien mudó de piel convirtiéndose en un traidor a sus ideales y luchas, a su sociedad. Bajo su gobierno, inmoral e ilegítimamente extendido, Nicaragua vive una época de terror y persecución, similares a las que él enfrentó en el contexto de la Revolución Sandinista.
Habiendo excedido los límites de la convivencia civilizada, Ortega, ordenando a sus jueces, y violando la Constitución y los tratados firmados por su país, retiró, hace unos días, la nacionalidad a casi cien opositores a su gobierno, acción que se suma a la expulsión al extranjero, específicamente a Estados Unidos, de más de 200 presos políticos, también despojados de su signo de identidad. Resulta claro lo que quiere: una Nicaragua sin oposición. También es transparente el sentido de sus acciones: le tema a quienes pueden formar un bloque que contienda por el poder. Ortega ya no cuenta con la adhesión voluntaria de las mayorías. Solamente con el uso de la coacción y la represión abiertas consigue mantenerse en el poder. Es dueño de un monopolio, pero no lo sostiene con fuerza.
Son “traidores a la patria”, dice el Tribunal de Apelaciones de Managua, y por eso perdieron “sus derechos ciudadanos de forma perpetua”. Sin demora, España ha ofrecido a los, por ahora, apátridas la nacionalidad. Un gesto claro de solidaridad frente al atropello. En América Latina, una acción similar no ha ocurrido. Gabriel Boric, presidente de Chile quien forma parte de una nueva izquierda, menos dogmática y que conoce y reconoce el pasado del subcontinente, ha llamado Ortega como lo que es: un dictador.
Entre los nicaragüenses que han sido objeto de esa infame decisión se encuentran periodistas, escritores, defensores de derechos humanos, exministros y exguerrilleros. Gioconda Belli y Sergio Ramírez, poeta y novelista, respectivamente, se han convertido en una parte del rostro –que reúne muchos rostros– de la resistencia. La primera cortó, en una transmisión en vivo, su pasaporte diciendo que no se necesita algún documento para acreditar su pertenencia a Nicaragua; Ramírez, por su parte, escribió “Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo”.
Los gobiernos libres y comprometidos con la paz, la legalidad y la democracia deben condenar al dictador nicaragüense. Los ciudadanos, a título individual, además de exhibir al tirano, debemos celebrar la vida y obra de los perseguidos quienes, para defenderse, luchan por su país.