Testimonio y lección / Eduardo Torres Alonso

En la tradición política mexicana, no es común que quienes están en el poder dejen testimonio escrito de su vida y de su tarea pública. Afortunadamente, esto ha venido cambiando. Algunos expresidentes de la República han publicado sus memorias, diarios o apuntes. Es probable que los más conocidos sean los de Lázaro Cárdenas, pero algunos de quienes lo sucedieron también se dieron a la tarea de compartir sus pensamientos en forma de libro.

Entre estos se encuentran Mis tiempos: biografía y testimonio político, de José López Portillo; Cambio de rumbo: testimonio de una Presidencia, 1982-1988, de Miguel de la Madrid; México, un paso difícil a la modernidad, escrito por Carlos Salinas; La revolución de la esperanza. La vida, los anhelos y los sueños de un Presidente, de Vicente Fox y Rob Allyn; en fin, Decisiones difíciles, de Felipe Calderón.

Es sano que ellos, como protagonistas, dejen su propia versión de los hechos para que, junto con los archivos en resguardo de las instituciones que procuran la memoria nacional, se pueda hacer un balance de su papel. El “juicio de la historia” se construye con múltiples voces, lo que hace que al final sea difícil que haya un único veredicto.

A nivel local, también se escriben testimonios u obras que pasan revista a lo hecho y a lo que faltó, pero hay otros que, al recordar en primera persona, dan lecciones de comportamiento, no tanto para manejar los asuntos públicos como para usar el poder y no dejar usarse por él porque cuando así pasa los vuelve marionetas desprovistas de voluntad y razón.

Pablo Salazar Mendiguchía, primer gobernador no priista de Chiapas, cuyo gobierno marcó la alternancia política en la entidad, y que concita –como todo hombre público– detractores y defensores, acaba de publicar un libro en el que comparte anécdotas, muestra un poco de las relaciones entre los hombres del poder, y reflexiona sobre la pérdida de la capacidad de mando.

En El territorio del no poder se expone un poco de los intersticios en la red de los poderosos en donde se cuelan las intrigas y de las tensiones que, por su misma naturaleza, el poder genera y que el autor comparte. La preocupación central, porque parece que eso es, tiene una doble naturaleza: ética y espiritual. Desde la primera página hasta la última está pensando en voz alta sobre la forma en que los gobernantes dejan de serlo y, al ocurrir eso, son despojados de su poder. Aquella fuerza que les permitía hacer y dejar, ordenar y destruir, elevar a la gloria o expulsar al ostracismo. Incluso, fijar la hora sin importar la posición de la Tierra.

Dije que la preocupación del autor es ética y espiritual. La primera, porque tiene que ver con la manera de entender la función pública, el mandato popular y las facultades legales. Es una ética de la responsabilidad, para traer a cuenta a Max Weber. Por otro lado, es una preocupación espiritual porque quienes desempeñan cargos públicos son personas que, como todas las demás, buscan –o, al menos, eso pienso– estar bien consigo mismos y con los demás. No es que haya un trasfondo religioso en eso, sino que la tranquilidad es deseable –la cultura del wellness es botón de muestra– y, por ello, se le busca. En la actualidad, Sísifo representa la búsqueda de la serenidad y la paz en un mundo atribulado y veloz.

¿Qué hace un gobernante cuando ya no tiene el poder?, ¿cómo sustituir el poder que se pensó –y por ratos fue– absoluto y perpetuo?, ¿de qué manera se enfrenta a la realidad de la soledad y del silencio que significa no ser el aplaudido, aclamado y buscado?, ¿cómo se vive el duelo por ya no poder?

El libro del exgobernador tiene algo de Azorín, Gracián y Maquiavelo, ellos que dieron recomendaciones y consejos a los poderosos. Salazar le habla a los que dejarán de serlo. Ahí está su diferencia y relevancia.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *