Tranquilidad de Tuxtla se ve «desmembrada»

Apretujado entre los pasajeros —era hora pico, salida de escolares—, el joven notó el inconfundible olor pútrido del afluente pero había algo más. Iba al lado de la puerta, así que al alzar la vista pudo ver con claridad la escena. Gente conglomerada en el puente cercano a la 4ª Oriente y al llegar a ese punto, la hediondez era sumamente penetrante y para nada, la usual; se respiraba mortandad

Julieth Rodríguez

[dropcap]T[/dropcap]uxtla Gutiérrez es fea. Una comarca que se ha precipitado a tropel para ser esta especie de ciudad amorfa con calles de concreto adusto y destrozado, en cuyas hendiduras brota el agua más puerca o se adhiere la basura que los servicios de Limpieza no se lleva. De ahí, de esa mezcolanza de líquidos anegados, se alzan olores nauseabundos al calor del mediodía, bajo la estridencia histérica de un tránsito de carros apretados.
Es como un apéndice crecido, una extensión de algo, pues si bien es la ciudad que alberga las sedes de los Poderes políticos, no es ni la cuna cultural, ni turística, ni comercial del estado; pero ahí convergen. Ahí, pasa nada y pasa todo. Pasa que un presunto agente del Ministerio Público puede golpear con brutalidad a un policía de Proximidad a causa de su origen étnico, y moverse en la impunidad; o que un portal web cualquiera le otorgue a la ciudad el honroso primer lugar en destinos turísticos a nivel nacional. Lo cierto es que como una apendicitis, Tuxtla Gutiérrez se padece.
Este es el contexto el que ocurrieron los hechos que justo ayer, sacudieron la cotidianidad aletargada en la que viven sus ciudadanos. El día ya lo anunciaba con una inusual frescura para un núcleo urbano —el más grande de Chiapas— donde las temperaturas alcanzan, a veces, los 40 grados que «cocinan» a sus habitantes al vapor del amoniaco que proviene de El Sabinal.
Éste, un río impetuoso en época de lluvia, estaba tranquilo y con muy bajo nivel. Sus brazos fétidos se extienden por toda la ciudad que lo utiliza como vertedero para las más orgánicas y sintéticas sustancias. Literal, «un río de mierda», como lo dijo Héctor Cortés Mandujano en «Aún corre sangre por las avenidas». Sí, un río de mierda… y de sangre.

El hallazgo

El colectivo de la Ruta 69 se mueve sobre la calle 5ª Oriente y no tarda en incorporarse a la 5ª Avenida Norte, una de las arterias principales que en algún punto es paralela a El Sabinal. El día apacible se agradece pues hace llevadero el trayecto en el transporte «más rústico posible», así lo calificaría Cristian.
Apretujado entre los pasajeros —era hora pico, salida de escolares—, el joven notó el inconfundible olor pútrido del afluente pero había algo más. Iba al lado de la puerta, así que al alzar la vista pudo ver con claridad la escena. Gente conglomerada en el puente cercano a la 4ª Oriente y al llegar a ese punto, la hediondez era sumamente penetrante y para nada, la usual; se respiraba mortandad.
La aceleración del colectivo era tal que le permitió a Cristian agudizar la mirada y vislumbrar a las orillas del río, al personal de Servicios Periciales que manchaba sus inmaculadas batas caminando a través del agua, para recuperar las bolsas de contenido atroz: miembros humanos destazados. Bomberos apoyaban la recolección. La pierna permaneció en el agua, el tiempo suficiente como para que sus fotografías se hicieran virales en redes.
Se abre el time line en Facebook. Un portal de noticias local transmite en vivo la caminata que su reportero, con respiración entrecortada —parece que ha corrido—, emprende hacia el punto más cercano al que puede acceder para videograbar la pierna humana que, blanquecina, contrasta con el gris concreto de El Sabinal.
Si así se quisiera, con juntar las fotos que usuarios subieron a Facebook bastaría para emular un cuadro al mero estilo del pintor español Francisco de Goya, autor de «Saturno devorando a su hijo». Del torso que aprieta, el dios romano devora con toda la amplitud de su boca, el brazo sanguinolento; el cuerpo ya carece de cabeza y la extremidad derecha; le falta por tragarse las piernas de su primogénito.
Del torso en la baqueta, que la bolsa negra aún cobija con toda la amplitud de su boca, en lugar de brazo hay un hueco sanguinolento; el cuerpo ya carece de cabeza y la extremidad derecha; le falta que aparezca una de las dos piernas.
En la historia que originó la pintura de Goya, el trasfondo es un conflicto familiar. Saturno teme que uno de sus hijos lo mate para sucederlo en el trono del tiempo. En la historia que originó la escena de El Sabinal, también se habló de un conflicto familiar; así se aventuró a afirmarlo una agencia de noticias, a las 21:30 horas de ayer. Parte oficial, no hay. En cambio, según lo señalado por periodistas en redes, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Jorge Luis Llaven Abarca, intentó censurar y retirar a los que efectuaban la cobertura del suceso.

¿Crimen organizado?

Destazar es una práctica primitiva enraizada en la cultura de este país desde épocas prehispánicas. El especialista en Criminología Forense y autor en Criminalística.mx, Alfredo Velazco Cruz, explica en un artículo que estas conductas —citando al psicólogo suizo Carl Gustav Jung y su estudio del Inconsciente Colectivo— parecieran «una regresión a la conducta primitiva y ausente de raciocinio».
«La decapitación, el desmembramiento, la tortura y la lucha «salvaje» por el territorio que de acuerdo a nuestra historia existió en las comunidades mesoamericanas, hoy se ha convertido en una mala moda y una especie de olimpiada del mal, donde cada grupo criminal organizado se prepara no sólo para superar su acto criminal, sino el que su rival ha cometido», comenta.
En el caso de los grupos criminales enfrentados en el país por pugnas territoriales con evidentes intereses económicos y de control en el Norte, Sur o Golfo de México —añade el experto—, manifiestan en este tipo de expresiones violentas, tres propósitos:
1.- El impacto que generarán al grupo percibido como rival.
2.- La imagen que dejarán ante la autoridad.
3.- La Psicosis que la sociedad se formará al ver o leer sus actividades.
¿Pero es el desmembramiento una práctica exclusiva de grupos del crimen organizado? José Vicente Pachar Lucio, del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Panamá, en su estudio «Abordaje médico forense de los cuerpos mutilados criminalmente», asienta una respuesta negativa.
En primer plano, expone que la mutilación post-mórtem de un cadáver responde a diversas motivaciones que «deben ser ampliadas ante la complejidad de los casos encontrados en la región (Centroamérica y México)».
Coincide con las apreciaciones de Velazco Cruz, respecto a que se trata de una práctica antigua: «La profanación de los cadáveres, que incluye la mutilación: descuartizamiento, desmembramiento y decapitación, se ha practicado desde los orígenes de la humanidad por distintas razones y motivaciones: como trofeos de guerra, actos de venganza con el enemigo, parte de rituales simbólicos o religiosos, pena capital, etcétera».
De acuerdo con la información que recabó para su investigación (2015) y que contempla Guatemala, Honduras, El Salvador y México, el especialista encontró alta incidencia de homicidios, feminicidios y mutilaciones corporales post-mórtem.
«Al analizar los datos, se deduce que el aumento del número de casos se relaciona con el incremento de la actividad criminal: narcotráfico, paramilitares, pandillas y maras (organizaciones transnacionales de pandillas criminales asociadas)», se lee en su estudio.
Concentra sus esfuerzos investigativos en dos tipos de mutilaciones, aquellas que encajan en el «defensivo de segmentación post-mortem», cuando el desmembramiento obedece a «la intención de facilitar el traslado del cuerpo, dificultar o impedir su identificación y ocultar las evidencias». Y en la mutilación que incluyen elementos adicionales para enviar un mensaje de intimidación o amenaza a grupos criminales rivales.
Esos aditivos pueden ser mensajes escritos, rótulos en las partes corporales mutiladas, gráficas o muestras de violencia psicológica o simbólica (mutilaciones de la lengua o genitales, decapitación, extracción del rostro y cuero cabelludo, signos de tortura, elementos anatómicos colocados en lugares públicos o utilizados como trofeos, fetiches).
Pachar Lucio especifica, además, que se menciona entre los autores de las mutilaciones a quienes ejercen como agentes funerarios, asistentes de morgue, carniceros, cazadores, delincuentes psicópatas, pacientes psiquiátricos y personal de salud con conocimientos anatómicos o forenses. En conclusión, la autoría de los desmembramientos humanos no es exclusiva de huestes criminales. Con un buen cuchillo, tu vecino puede «firmarla».

Río de sangre

La hipótesis que sostiene Pachar Lucio coincide con el caso que un exreportero local de nota roja relató. Por protección, se utiliza el anonimato para él y para las personas involucradas en la historia suscitada hace ya algunos años.
El contexto es el mismo: Tuxtla Gutiérrez, calor, fetidez, suciedad. «El pitazo» lo recibió de una fuente oficial y se movilizó de inmediato al sitio, el río Sabinal, la vertiente que pasa justo a un costado del complejo de edificios que albergan lo que era antes la Procuraduría General de Justicia del Estado y el Supremo Tribunal.
Ahí, a metros de las sedes del Poder Judicial, autoridades atendieron el reporte de un decapitado; sólo la cabeza fue encontrada flotando en las aguas, junto con un presunto mensaje criminal, una especie de «narcomensaje».
El periodista contó que las investigaciones siguieron y resultó que detrás no había grupo criminal; lo que sucedió, aseveró, es que al joven lo asesinaron presuntamente unos agentes al darle un escarmiento y que el «el recado» había sido para despistar.
Se enteró de la trama completa. La víctima en efecto tenía historial delictivo pero se trataba de un delincuente de «poca monta», un vulgar ladrón, que días antes había sido reportado como desaparecido por sus familiares.
¿Cómo llegó a las manos de los supuestos agentes? Uno de ellos, que llamaremos «X», sostenía un romance con la tía del muchacho; en una de las visitas que «X» hizo a la mujer, descuidó su arma oficial y el joven se la robó. «X» revolvió la casa y todo cuanto pudo a su paso sin que la hallara, y debió reportarla como extravío a su corporación para evitar una sanción mayor.
Después recordó al sobrino y sus antecedentes; al parecer urdió su «levantón» con ayuda de sus camaradas y lo golpearon con la idea de hacerlo confesar, pero se les pasó la mano; y al chico, se le pasó la vida, el alma y la última respiración. El reportero refirió que entonces los victimarios decidieron decapitarlo y tirar su cabeza ahí, con el mensaje, para desviar las indagatorias.
Con el tiempo, de alguna manera la tía dio con el arma entre las pertenencias de su sobrino e intrigada por su origen, pidió a una conocida con acceso a los archivos de la Policía, verificara si coincidía con algún reporte o alguna relación de artefactos implicados en delitos. Apareció así el vínculo, al coincidir el número de serie del arma que entregó la mujer, con el de aquella que el agente reportó como extraviada.

Acto ritual

El relator de la Organización de las Naciones Unidas sobre Tortura y Otros Tratos Crueles, Juan Méndez, ha señalado que en México la tortura es una práctica generalizada. Por su parte, Luis Enrique Rosas, abogado constitucionalista y licenciado en derecho por el Centro de Investigación y Docencia Económicas, ha asentado en sus investigaciones que las autoridades nacionales mexicanas niegan la implementación de este método.
«La práctica de la tortura y el maltrato, usado como castigo y como medio de investigación, está generalizada. Esta práctica se produce por varios factores», explica en su artículo «Tortura en México: negación, desacreditación e «invisibilidad»».
Es evidente que el chico del relato anterior pudo haberse tratado de una víctima de tortura, que terminó desmembrada en El Sabinal.
No obstante, para que un desmembramiento pueda ser clasificado como un acto ritual —tal como lo practican en el «narco»â€” debe cumplir con determinadas características. Hay primero que aclarar que un rito, según la Universidad de Valencia, son reglas de conducta que prescriben cómo debe comportarse el hombre en circunstancias «sagradas», se traduce en una representación común de prácticas idénticas.
No todos los casos de mutilaciones humanas encajan con esta definición de rito. Los desmembramientos cometidos por el «narco» que sí son enmarcados dentro de esta clasificación, por lo general, son exhibidos en público (como ha sucedido en el Norte del país).
El criminólogo Enrique Zúñiga Vázquez, en entrevista para Proceso, relató que la mutilación es la más común de las torturas en el «narco». «Empiezan por cortarte un dedo, una mano, una pierna… hasta terminar con la decapitación, que es «la cereza del pastel»», explica. Esto revela que hay un procedimiento establecido, y no se trata de cortar por cortar.
«La decapitación siempre ha tenido un simbolismo que va de lo mitológico, como el mito de la cabeza de Medusa, a lo ritual, como las cabezas que cortaban los aztecas y colocaban en sus altares llamados tzompantlis (…) Además, cortar la cabeza ha sido para algunas sociedades un acto punitivo, una forma de castigo», añade.
En su estudio «Decapitados y narcomensajes», el especialista comenta que esa práctica forma parte del modo de vida del «narco», de patrones de comportamiento repetitivos que se van incorporando a una manera de vivir, «de tal suerte que terminan por naturalizarse y formar parte de la cotidianidad».
Juan Antonio Sustaita, doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, publicó en «Boca de Sapo», su artículo titulado «El Baile de las Cabezas», que habla acerca de la ritualidad y estética en la violencia del «narco» en México.
Ahí establece que el desmembramiento, tiene un aspecto simbólico en cuanto a que «hemos pasado del cuerpo que escribe, cuerpo productor de mensajes, al cuerpo que, en su desarticulación, su desmembramiento, sólo sirve para formar parte de una escritura ajena y no ya de la suya propia. Se ha pasado del cuerpo productor de mensajes al cuerpo-mensaje con la pérdida final de la vida».
Resalta que un aspecto importante de este «ejercicio de escritura» —es decir, el desmembramiento— es «su naturaleza espectacular, el afán por convertir en escenario siniestro, en teatro del espectáculo, el espacio público». De ahí que las partes destazadas se dejen a la vista; no ocultas, donde su encuentro resulta meramente fortuito. Así, las plazas públicas y principales calles de una ciudad se vuelven teatros del horror.
La maestra en Teoría del Arte Contemporáneo y Cultura Visual, María Torres Martínez, en su estudio «Las mil muertes del cuerpo. Iconografías del crimen, estéticas del miedo en el México narco», habla de que estas representaciones contemporáneas de bestialidad («vehículos robados llenos de cuerpos, cadáveres desmembrados colgados de puentes viales, cabezas expuestas en enrejados de edificios institucionales), esta estética del miedo, «se despliega y penetra en los imaginarios sociales a través de la tecnología y los medios de comunicación».
Se trata de «un orden de representación visual espectacular, escénico, repleto de construcciones hiperbólicas y dislocadas; un barroco, en suma, capaz de imponer una cultura del miedo y de la catástrofe atravesada por visiones cegadoras». Al final, un desmembramiento perpetrado por grupos criminales, y exhibido en alguna plaza pública, tiene el propósito clave de instaurar el pánico entre la población.
¿Fue el desmembrado de ayer, que los medios locales documentaron de manera profusa, un mensaje de grupos criminales? Faltan elementos para sí apuntarlo. Corresponde a las autoridades conducir y agotar las investigaciones pero hasta el cierre de esta edición, la información oficial apuntaba a que se hizo cuatro detenciones por el caso, todos parientes del occiso y por tanto, él móvil pudo ser una venganza familiar.
No obstante, el pánico ya se instauró a través de lo que se circuló por redes sociales. Si así se quisiera, con juntar las fotos que usuarios subieron a Facebook bastaría para emular el cuadro del pintor español Francisco de Goya, «Saturno devorando a su hijo».
En la historia que originó la pintura, el trasfondo es un conflicto familiar. Saturno teme que uno de sus hijos lo mate para sucederlo en el trono del tiempo. En la historia que originó la escena de El Sabinal, también.

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