Transporte público, «cancer» de ciudad

Es una plaga que forma parte del enorme desorden que impera en Tuxtla. Este gremio es una mafia manejada por algunos cuantos que se autoproclaman «líderes» del autotransporte, y que únicamente se dedican a sacar provecho de todo este sector

Óscar Aquino López/Colaboración

[dropcap]L[/dropcap]a capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, atraviesa su peor momento histórico en cuanto a descomposición social y falta de credibilidad de sus autoridades.
Uno de los males que más afectan el desarrollo social de esta localidad es el gremio que maneja las rutas del transporte colectivo, el cual está compuesto por combis, camionetas tipo Urvan y otras tipo Ichi Van, muchas de ellas convertidas en chatarra andante que, lejos de brindar un buen servicio, únicamente ponen en riesgo a los usuarios y convierten en un peligro el simple hecho de salir a las calles de esta ciudad.
Hace unos días, salí de casa en compañía de mi hijo de 12 años; llegamos a la esquina donde habitualmente abordamos el colectivo. En esta ocasión fue el vehículo marcado con el número económico 326.
La unidad giró hacia su izquierda al llegar a la esquina del boulevard que conecta con el Libramiento Sur, se aproximó con una marcha semilenta y desde ahí, el conductor iba tocando y haciendo un molesto ruido con la bocina. En su camino no había nadie, pero el conductor insistía en seguir haciendo sonar el claxon.
Mi hijo y yo subimos al vehículo que era conducido por un tipo mal encarado, alto, delgado y con un peinado «pelos parados». Después de que subimos, el chofer continuó su andar, ahora lentamente pero aún sonando la bocina ante la total ausencia de pasajeros en su camino. Era sábado por la mañana y con mi hijo nos dirigíamos hacia el Teatro de la Ciudad.
Una vez que pasó la parada que se ubica en la Plaza Crystal, el chofer cambió su manera de conducir, aumentó la velocidad hasta superar con facilidad el límite permitido para circular en el Boulevard Belisario Domínguez. Iba con tal exceso de rapidez que todos los pasajeros tuvieron que sujetarse fuertemente de los tubos que llevan las combis sujetos al techo en el interior y que se suponen, son las «medidas de seguridad» con las que cuentan estos vehículos.
Decir que las combis del transporte público cuentan con medidas de seguridad para los pasajeros es una exageración. Lo que sí tienen estos vehículos son unos tubos de donde los usuarios se sujetan para evitar rodar o golpearse cuando los choferes frenan de forma repentina o aceleran desmedidamente, y ambas cosas suceden muchas veces a diario. Basta decir que muchas de esas mismas combis ni siquiera cuentan con el cinturón de seguridad para el conductor. Es una cosa aberrante, el servicio que durante años les han dado a los habitantes de esta ciudad.
El cafre siguió con esa manera de manejar fuera de sí. En su camino siguió haciendo escándalo con la bocina, zigzagueando sobre la 5ª Norte, cerrándole el camino a todos los autos que pasaban a su costado y poniendo en evidente peligro a los usuarios, a los demás automovilistas y también a los peatones.
Después, en el crucero del Reloj Floral, se hizo una ligera congestión vehicular porque el semáforo estaba en rojo pero a este chofer no le importó la señal de alto, él quería que todos siguieran circulando para que pudiera pasar, así que siguió sonando el claxon con insistencia. Todos los pasajeros se notaban tensos.
Cuando al fin pudo pasar el semáforo, se dirigió, de nuevo a toda velocidad, hacia la siguiente parada, en la cual hay un espacio específicamente destinado para que los colectivos suban y bajen pasajeros; el chofer volvió a hacer caso omiso de eso y bajó a una señora a orilla de calle, sin llegar al lugar indicado.
La cosa se puso peor cuando este cafre se percató de que otra combi de la misma ruta venía cerca, detrás de él. Entonces metió el acelerador a fondo por todo el boulevard que colinda con el Parque «Joyyo Mayu» y que desemboca en la Plaza las Américas, donde se encuentra la parada en la que los choferes de esta ruta chequean sus tiempos de llegada y partida.
Estando ya en la parada de dicha plaza, una mujer encargada de registrar los horarios de todos los conductores de esa ruta, le llamó la atención por ir retrasado, a lo que el chofer respondió con alegatos para después salir disparado tratando de ganar tiempo a su perseguidor.
La forma de manejar de este tipo se salió de control, se subió a las banquetas con tal de rebasar a los autos que esperaban el verde en el semáforo del fraccionamiento La Hacienda, sin importar que en el mismo vehículo viajaban mujeres y niños.
Su compañero de ruta estaba a punto de alcanzarlo y el enloquecido chofer de la 326 siguió con su manera irresponsable de manejar, acelerando sin medida y sin precaución, mientras los pasajeros en la parte de atrás iban prácticamente rebotando en sus lugares.
Llegó un momento en el que uno increpó al conductor y le pidió que bajara la velocidad, a lo que éste hizo como que hacía caso, simuló bajar la velocidad y dos cuadras después volvió a lo mismo.
Otro pasajero le insistió en que tenía que ser más cuidadoso, incluso le dijo que si se quería morir, que lo hiciera él solo pero no con los pasajeros a bordo. El chofer contestó que no iba corriendo y lanzó al aire un «pinche gente mierda», que causó más molestias en los usuarios que iban padeciendo ese viaje.
Más adelante, casi a la altura de la 6ª Poniente, la unidad que venía detrás de él lo alcanzó y de combi a combi, los dos choferes comenzaron a insultarse. Metros más adelante, los dos se detuvieron en la parada de la 6ª Poniente con 5ª Norte, y el enloquecido de la 326 bajó rápidamente de su unidad para discutir con su compañero, con quien se enfrascó en un intercambio de gritos al grado de que estuvieron a punto de terminar en golpes.
Mientras la discusión ocurría, todos los pasajeros que íbamos en la combi 326 bajamos de la unidad y pedimos al conductor de la otra que nos dejara subir para terminar nuestro viaje, sin el peligro que representaba ir con el conductor en cuestión.
El otro chofer facilitó un teléfono desde donde una señora pasajera marcó al supuesto responsable de la unidad, a quien le contó todo el incidente con el inadaptado. La persona al otro lado de la línea ofreció sacar de circulación inmediatamente a ese chofer, por el peligro que representaba. Así las cosas, mi hijo y yo nos fuimos en la otra combi hacia el Teatro de la Ciudad.
Al finalizar nuestra actividad, llegamos a una parada frente al mismo teatro para tomar la combi, otra vez de la Ruta 3, que nos llevara de regreso a nuestro hogar. Abordamos la unidad 317, conducida por un señor de edad madura y con una manera mucho más prudente de conducir, quien nos llevó sin contratiempos.
En el camino le pregunté si sabía algo del conductor de la 326 y comenté el incidente que hacía cerca de una hora y media, había sucedido con él, a lo que respondió que ese mismo cafre seguía conduciendo la combi y que nadie le había dicho nada por su forma de manejar y de tratar a los usuarios.
Es complicado saber a quién denunciar en estos casos, ya que en las rutas rara vez se exhibe alguna identificación de los conductores. En ninguna de las tres combis involucradas en esta historia había a la vista alguna credencial o tarjetón que acreditara a sus operadores.
La respuesta no me causó sorpresa. Es fácil notar cómo detrás de esos delincuentes del volante están los propietarios de las concesiones, a quienes no les importa nada más que recibir a diario su cuenta completa.
El transporte colectivo es una plaga que forma parte del enorme desorden que impera en esta ciudad. Este gremio es una mafia manejada por algunos cuantos que se autoproclaman «líderes» del autotransporte, y que únicamente se dedican a sacar provecho de todo este sector.
Éste es sólo uno de los muchos tipos de cáncer que padece Tuxtla Gutiérrez y que, por lo visto, son incurables, porque no hay nadie que esté dispuesto a cambiar el pésimo servicio y regular toda la clandestinidad que hay detrás de los choferes y más aún de los dueños de las unidades, quienes se muestran como los menos interesados en mejorar la situación.
En este tema, como en muchos otros, la autoridad es sólo una palabra, un término ocupado por gente sin más intereses que los propios y sin más objetivo que enriquecerse a costa de la población. Tuxtla está enferma y casi desahuciada por muchos tipos de cáncer que han hecho metástasis en todas y cada una de las células que conforman su sociedad.

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