Atrás de cada cifra sobre casos de coronavirus hay algo que contar. Te presentamos algunos de esos relatos
Ana Liz Leyte, Lucero Natarén, Sandra de los Santos y Marco Aquino / Aquínoticias
Wuhan, China, queda lejos y así nos quedaba el tema del coronavirus en Chiapas, pero ahora la mayoría conocemos historias cercanas o inclusive tenemos una propia con esta enfermedad. Este trabajo es un intento de contar lo que sucede detrás de los números que vemos cada día sobre casos de COVID-19.
Lucero Natarén y Marco Aquino entrevistaron a un soldado que a pesar de ser joven vio su suerte cuando el virus llegó a su cuerpo. Ana Lyz Leyte nos cuenta lo que padeció y padece la familia Burciaga Berdugo debido a esta pandemia. La tercera historia es de Sandra de los Santos y la cuenta en primera persona. Desde una experiencia personal.
Los casos son distintos, pero cada uno de ellos dibuja lo que le ha sucedido a una persona, a una familia y también cómo lo enfrentan.
En cumplimiento del deber
Con 25 años, «Adrián» padeció la enfermedad que, según para muchos, a esa edad, es poco probable contagiarse, aunque las estimaciones son más a que sus complicaciones son poco probables. Él es soldado, pero prefiere omitir su nombre real y su cargo, por cuestiones de seguridad laboral, y para evitar la estigmatización por la situación que vivió. El virus, lo contrajo en el cumplimiento de su deber, y lo padeció junto a otros compañeros.
Adrián narra que el 2 de mayo inició con sintomatología y para descartar le realizaron la prueba, confirmando sus sospechas: era positivo para COVID-19. Al saberlo en su trabajo tuvieron que enviarlo a confinamiento domiciliario, para su fortuna, no padecía enfermedades concomitantes, pero no tenía adecuada alimentación, lo que lo hizo vulnerable.
Él cuenta que sus dolencias fueron apareciendo una a una, «no todas de golpe». Su primer síntoma fue una fiebre intensa que no cedía ni con compresas ni con pastillas. «Ni las Paracetamol de 500 mg me hacían…». «La calentura» parecía tener horario, se presentaba al mediodía y no variaba, sino hasta la medianoche cuando por un momento lo abandonaba. La fiebre también le hizo perder el apetito.
Al segundo día comenzó a sufrir dolores en la frente acompañada de una tos con flemas. Dice que no tuvo problemas de oxigenación, pero los dolores le eran intensos.
Con el inicio del tercer día vino el dolor de ojos y la pérdida del olfato. El cuarto día se caracterizó por un intenso dolor y debilidad corporal.
Al quinto día le fue imposible comer. «Todo lo que comía, lo vomitaba. Era difícil dormir».
Su padecimiento se prolongó durante 15 días, aproximadamente, luego estos cesaron pero tuvo que permanecer en su domicilio cinco días más, para descartar que el virus se mantuviera activo y dañara a otros.
Él salió triunfante. Se convirtió en un sobreviviente que ya se incorporó a sus labores, sin embargo, en esos días no únicamente sufrió la enfermedad, también soportó la discriminación de sus vecinos además de tener que mantenerse alejado de su familia por seguridad.
2020, el año más difícil para familia Burciaga Verdugo
El COVID-19 le arrebató a Beatriz Carmelina Verdugo Robledo, su compañera de vida y madre de sus hijos, y lo expuso ante la mirada y crítica de la población, luego de que el secretario de salud en Chiapas, José Manuel Cruz Castellanos, declarara en conferencia de prensa que don Sergio habría sido el medio de contagio de su esposa, quien lamentablemente perdió la vida el pasado 23 de abril.
Beatriz Carmelina Verdugo Robledo era enfermera en el Hospital de Especialidades Pediátricas en Tuxtla Gutiérrez, ella junto a sus compañeras y compañeros de trabajo habían denunciado falta de equipo médico para atender casos de COVID-19, luego de que menores con síntomas como tos, dificultades para respirar y otros padecimientos relacionados al virus, estaban acudiendo al nosocomio.
La Secretaría de Salud informó del deceso de la enfermera, sin embargo, dijo que fue su esposo quien tras su llegada a Chiapas la habría contagiado, después de un viaje de trabajo a Tijuana.
Burciaga López aseguró que su esposa ya presentaba síntomas de COVID-19 desde antes de que él regresara de su viaje -el día 14 de abril-, en donde también le informó que había atendido a un menor de edad con las sintomatologías propias de este virus.
Aclaró que la enfermera le confirmó que el menor de edad fue diagnosticado con neumonía atípica, pero que no le realizaron la prueba del COVID-19, y tras varios días de estar hospitalizado, el niño falleció.
La enfermera Beatriz Verdugo comenzó con síntomas durante la primera semana de abril, don Sergio regresó el 14 de abril y en menos de una semana su esposa decayó. Fue internada en la clínica del ISSSTE, pero el 23 de abril, lamentablemente falleció sin haberle realizado la prueba para saber si tenía o no el virus, no obstante, en el anuncio que el mismo secretario de salud hizo, confirmó la causa.
Después de la muerte de su esposa, don Sergio se mantuvo aislado durante 15 días en la casa donde vivían junto a sus tres hijos, mientras que los menores durante esa temporada se quedaron al resguardo de sus abuelos maternos.
A pesar del mal momento que esta familia está enfrentando, lo que siempre los mantuvo fortalecidos -según relató don Sergio- fue concluir la cuarentena y poder reunirse para abrazarse, llorar y salir adelante.
Actualmente, don Sergio Burciaga y sus tres hijos se encuentran pasando el confinamiento forzado en Unión Juárez, en una de las casas de su suegra, en donde asegura que se encuentran tranquilos y sus hijos se divierten todos los días.
Para don Sergio, la pérdida de su esposa ha sido el dolor más grande que ha enfrentado. La recuerda con mucho amor, pues la enfermera Beatriz durante años ayudó a cientos de niños y niñas, pero lo más importante; juntos lograron formar una familia que el señor Sergio Burciaga López continuará cuidando y recordando a sus hijos lo orgullosos que deben sentirse al saber que su mamá vivió ayudando a los demás.
Cuando el virus está en casa
Antes de que en América empezaran los casos de coronavirus, la verdad eran pocas cosas que seguía sobre el tema. Hay dos en particular que recuerdo de cuando el virus vivía del otro lado del mundo y no en mi casa. Mi hermana diciéndome cómo las personas de balcón a balcón se motivaban y una alumna que me dijo que las parejas se estaba divorciando después de su confinamiento de casi tres meses.
Cuando las cosas empezaron a verse más reales en México, estaba fuera de casa. Fue el fin de semana del Vive Latino. Fui a la boda de una amiga a Coatepec, Veracruz. Después del anuncio de la suspensión de clases tenía una gran prisa por volver a casa. La noche antes de que saliéramos rumbo a Chiapas «no pegué el ojo». Lo único en lo que pensaba era en estar con mi familia. Es raro qué cosas son las que nos dan ansiedad en un momento determinado. A mí lo que me hizo encender todos mis focos de alerta es que a cualquier lugar que íbamos ya no encontrábamos papel de baño. Por miedo que al llegar a Chiapas nos pasara lo mismo. En cada sitio que íbamos saqueábamos el papel higiénico. Tiene lógica por qué ya no había papel. Había muchas «nosotras» haciendo lo mismo.
Tengo una fijación con las fechas que es medio rara porque puedo recordar muy bien qué sucedió hace 15 años, pero soy incapaz de tener la memoria suficiente para saber qué día estamos, exactamente, hoy. Tal vez la fijación me viene porque asoció las fechas con algo en específico que me sucede en la vida, por ejemplo, pienso que en enero me va mal y es desde que mi padre murió ese mes de hace 20 años. Ahora, mi nueva fijación, son los días 19.
El 19 de marzo comencé mi confinamiento: dejé de ir a dar clases, de salir hasta a la tienda de la esquina y recibir visitas. Desde ese día a la fecha he salido 4 veces ni una de ellas fuera del fraccionamiento en donde vivo. Al inicio tanto mi familia como mis amigos criticaron mucho mi decisión «tu confinamiento tipo España» me decían en tono de burla. «Te encerraste muy rápido» me comentaban.
El encierro no es tema para mí. Honestamente, lo sobrellevo bien porque tengo una rutina muy establecida. En la mañana doy clases y por la tarde me dedicó a las tareas del portal. Los viernes y sábados descanso, y me dedico a mis pendientes, que siempre hay. Cuando hay oportunidad veo Harland, una serie que me he dedicado a ver toda la cuarentena; leo crónicas; y converso con mis afectos. El tiempo se me ha ido volando.
Durante estos meses he tenido momentos de excesiva angustia así como de alegría y optimismo. Aunque han sido contadas las veces han llegado momentos en que termino como el «tik tok» de la doctora de la clínica de la mujer del lado oriente diciendo «¡Ay» ya que pase lo que tengo que pasar», aunque nunca es real. Solo es producto del cansancio de la situación y también una forma de darme valor para continuar.
Yo sé que no es nada inteligente, pero explico así la decisión de muchas personas que deciden seguir la vida como si no estuviéramos en medio de una pandemia. Ruegan que no les toque a ellos, que si les cae que sea leve. No es que no crean en la enfermedad más bien se han resignado a su destino. Yo soy de las que siempre pone resistencia. Así que por eso mi cuarentena ha sido muy estricta según creía. Pero, siempre hay una falla en el sistema o el destino nos juega malas pasadas.
Escuché una vez decir a la presidenta de Alemania que al 70 por ciento de las y los alemanes les iba a dar la enfermedad porque esos son los pronósticos para el mundo así que mi estrategia era clara: yo sería de ese 30 por ciento que no le da. Luego me empecé a dar por bien servida con que me diera cuando no fuera el pico de la pandemia y hubiera suficientes camas en los hospitales, respiradores, los precios de los medicamentos e insumos para atender la enfermedad no estuvieran por los cielos y fueran difícil de conseguir. Así que seguí sin bajar la guardia en cuanto al confinamiento en casa. Todo se pide a domicilio. Cuando las cosas llegan pasan al área de desinfectado. Solo se ha pedido comida preparada dos veces y se ha metido al micro o calentado hasta hervir como medida de prevención.
Estaba segura que pocas cosas me harían salir del lugar donde hago cuarentena. Y han pasado tres cosas que era para que saliera corriendo y fuera a ver lo que sucedía, pero no cambié de decisión. Aunque en una ocasión pensé en qué circunstancias estaría dispuesta a exponerme. Llegué a la conclusión que sería si ciertas personas muy importantes en mi vida estuvieran enfermas y necesitaran de mi ayuda y pues así fue. Una de ellas, enfermó. Hasta ahora y ruego a Dios que así siga las cosas van bien con ella, pero estamos teniendo contacto con todas las precauciones del mundo, y por ahora habitamos el mismo espacio. En lo personal, hasta ahora, no presento síntomas y también ruego porque así siga. No sé qué pase. Pido a Dios que todo vaya bien. Escribo este texto para desahogarme y porque en lo que más trabajo, ahora, es en darme fortaleza moral y repetirme: Sí, todo va a estar bien.