En una charla con aroma a café, el historiador Roberto Ramos Maza reveló la Tuxtla prehispánica, sus diosas lunares y los templos ocultos bajo el asfalto
Noé Juan Farrera Garzón / Aquínoticias
Entre aromas de grano tostado en el Museo del Café, el historiador Roberto Ramos Maza desentrañó los secretos milenarios de Tuxtla Gutiérrez ante un público cautivado. La charla «Echemos un Cafecito y Hablemos de Tuxtla» reveló cómo esta ciudad, hoy envuelta en concreto, fue en sus orígenes Coyatoc Mo («Lugar de conejos») para los zoques: un valle sagrado donde el río Sabinal serpenteaba entre ceibas y flamboyanes, y donde el conejo lunar dictaba los ciclos agrícolas desde las faldas de Copoya («La luna sobre el valle»).
Con rigor académico y pasión narrativa, Ramos Maza desmontó mitos urbanos: demostró que Tuxtla –con sus barrios de San Jacinto y Santo Domingo aún vivos– es más antigua que San Cristóbal de Las Casas, exhibiendo vestigios de pirámides sepultadas bajo el asfalto. Los asistentes descubrieron cómo los dominicos del siglo XVI superpusieron el culto a San Marcos sobre templos donde se veneraba a las diosas lunares (hoy «Copoyitas»), y por qué los cañones del Sumidero no son solo postal turística, sino fronteras naturales que moldearon el carácter rebelde de esta capital enclavada entre montañas.
Al final, el reto quedó flotando como humo de copal: rescatar esa Tuxtla zoque que sobrevive en rituales agrícolas, en la sombra de los matilisguates, y en la memoria de ancianos que aún cuentan cómo sus abuelos le hablaban a la luna entre surcos de maíz. Próximas charlas prometen develar más capas de esta identidad que resiste, como el conejo en el satélite, impresa en el paisaje pero borrada de los libros oficiales.
Con información de Primer Plano Magazine