Es una historia, una receta, una anécdota que comparto sobre cómo se prepara y sirve este platillo en mi casa, un hogar de Tonalá, Chiapas
Lucero Natarén / Aquínoticias
Ser de la costa tiene sus privilegios, entre ellos está que muchos alimentos y productos se compran frescos y además a un buen precio. Si eres «vivo», -como dicen en mi adorado Tonalá-, puedes cultivar algunas frutas o verduras que te harán más fácil la vida e incluso preparar tus propios alimentos, como es el caso de los tamalitos.
Comer tamalitos elaborados en casa es un «lujo» que muchos turulos gustan darse, -y es que no son tamales cualquiera-.
Hay a quienes les gustan de carne, otros de pollo, de cambray (rellenos de verduras y carnita con dulce), a algunos de abraza-palo (iguana, que no deberían matarse, pero eso es otro tema del que hablaremos luego) y estamos quienes amamos los tamales de frijol.
¡Mmmm!, los tamalitos de frijol. Para elaborarlos mi mamá se pinta sola. Tiene sus trucos para aparecer de un día para otro el maíz (que compra, porque ya no sembramos), las hojas de plátano (que sirven para envolver los tamales), la hoja santa o hierba santa (que usa para darle sabor y envolver la masa), el chipilín o chipil (que yo siempre digo que es para adornar la masa, pero en realidad les da sabor a los tamales) y los frijolitos, que esos siempre hay y son parte de la canasta básica del hogar.
-Asar la hoja es fácil, siempre y cuando me dejen la lumbre lista (ah, olvidé decirles que también compramos leña, porque no tenemos tiempo para ir a traer troncos de árboles ya secos y porque este tipo de alimentos es mejor cocerlos en ese fuego)-.
Moler el maíz parece algo sencillo, para quienes ya tienen práctica. Mi mamá ha preparado los tamales desde hace más de 15 años. Su mamá le enseñó, y así ha venido de generación en generación.
Para prepararlos, les cuento, sólo basta con tender la hoja de plátano en una superficie fija, ponerle la masa ya «amasada» (moldeada junto al chipil); encima hay que ponerle la hoja santa y después untarle frijolitos, y por último envolverlos completamente con la hoja de plátano.
Así se hacen los tamales, un proceso que dura hasta que ya no quede ni frijoles ni nada. Posteriormente se sube la olla llena de tamales al fuego (o dependiendo cuántos se hicieron), y se espera hora y media hasta que hiervan o que estén listos para sacarse.
En nuestro caso, los acompañamos de queso fresco de sal y una salsa de tomate que lleva chile de árbol y chile habanero licuado, además de cebolla rayada.
Si se da la ocasión, también los acompañamos de carne asada o carnitas fritas, pero esta vez decidimos acompañarlos de camarones hervidos. (Bueno eso dijo mi mamá, porque al final terminamos comiendo los tamalitos de frijol acompañados con una fría, de esas que odia «El Bicho», la estrella de futbol, Cristiano Ronaldo).
Ojalá se animen a preparar unos tamalitos así, o de plano bajar a Tonalá y buscar en el mercado público a las mujeres que venden estos deliciosos platillos.
Para mí, Tonalá no es únicamente sol y playa, es su gente, los mariscos, su música y su cultura gastronómica.