El autor de una de las frases más citadas (de forma incompleta): «Yo soy yo y mi circunstancia [y si no la salvo a ella no me salvo yo]», José Ortega y Gasset da título a este texto. En su libro La rebelión de las masas, publicado en 1930, reflexionó sobre la salud de la democracia y que la lozanía de ese sistema-régimen-forma de vida descansaba en un «mísero detalle técnico: el procedimiento electoral».
Con regularidad, la ciudadanía es convocada para expresarse en las urnas y votar por las candidaturas propuestas por los partidos políticos o por aquellas personas que lograron satisfacer los requisitos para obtener una candidatura sin el respaldo de una organización partidista. Y esto, ¿para qué? Más allá de ser un mecanismo de renovación pacífica de los cargos públicos ¿cuál es la utilidad de las elecciones?, ¿por qué es tan importante que la persona vote?
Cada elección sirve para participar en la creación de un orden legal desde la condición de sujeto políticamente libre, parafraseando a Hans Kelsen. Es decir, la convicción individual de concurrir en la elección de los representantes tendrá consecuencias cuando se agreguen las otras convicciones, también individuales, y todas ellas influyan igualmente en el resultado. La suma de voluntades otorga el triunfo a alguien que tendrá un mandato. El mecanismo ordenador de la voluntad es el voto depositado en una urna a la vista de otras personas, convertidas en guardianes de la legalidad y legitimidad del proceso – pensemos en México: en las elecciones del 6 de junio pasado, 1,469,000 ciudadanas y ciudadanos fueron esos guardianes, conocidos como funcionarios y funcionarias de casilla).
Una acotación: votar no significa elegir. Sólo se elige en democracia. En las autocracias o en las democracias de ficción, la población sólo ratifica lo previamente seleccionado por quienes se arrogan el derecho de decidir. Por otro lado, en las sociedades con vocación democrática, los partidos compiten por el favor de los electores y éstos seleccionan a quienes mejor los representan. O, al menos, eso se espera (aunque a veces se ofrece lo que hay, que no es mucho).
Las elecciones son, además, un mecanismo de control en dos sentidos: sobre lo realizado y sobre lo que se espera en el futuro. El proceso colectivo de elegir no se basa en abstracciones sino en realidades concretas y posibilidades realistas: mejores condiciones para vivir.
Sin ese mísero detalle técnico, en el que la sociedad participa periódicamente y que genera, al mismo tiempo, comentarios buenos y rechazos, la comunidad, que es omnipotente mientras marque su preferencia en la boleta electoral, naufragaría.