Un momento para descansar / Eduardo Torres Alonso

La precariedad y la incertidumbre de la mayoría de los trabajos formales e informales hacen que el descanso sea una ilusión, al menos en los países centrales y de la periferia. Algo que tendría ser un hecho cada cierto tiempo para recobrar fuerzas, despejar la mente, convivir con los afectos y simplemente descansar así sea de manera breve y poco algo más prolongado en los periodos de vacaciones, resulta imposible en un tiempo como el actual.

La falta de reposo e inactividad se ve frenada por un ritmo frenético de productividad haciendo que estar quietos se vea mal, sea cuestionado y criticado, haciendo que uno mismo se sienta mal. Es necesario de parar, pero: ¿cuántas personas dedican tiempo para el ocio o para no hacer nada?, ¿el descanso se ha vuelto un privilegio que debe ser un derecho para todas las personas (entendiendo que el Estado debe intervenir para garantizarlo)?, ¿es posible sentarse a ver el ocaso mientras no se tiene la necesidad de estar haciendo algo más “redituable”?

Las preguntas anteriores pueden ayudar a revelar la condición actual de la sociedad: insomne, preocupada y productiva (al menos, así se le piensa). Muestra de ello es la posibilidad de hacer compras todo el tiempo (¿acaso el capitalismo duerme?) y la de tener el teléfono a un lado (haciendo a un lado las emergencias reales, tener el dispositivo cerca en todo momento es un comportamiento preocupante).

El tiempo es visto desde una visión productivista, sea o no comercializable. Hacer esto y lo otro, atender aquello y resolver lo más. La triada de Moiras de este siglo XXI, dice Adrián Chávez, se integra por la depresión, la ansiedad y el burnout. ¡Vaya trío! Los tres afectando la débil salud mental y el cuerpo (cardiopatías, por ejemplo).

El buen vivir y el vivir bien pasa, de forma necesaria, en bajar el ritmo de la intensa vida. Las ocupaciones y las preocupaciones –cada quien tiene las suyas– deben ir armonizadas con tiempos para el descanso. Una máquina, y el cuerpo es una de ellas: viva, sintiente y pensante, debe tener periodos de reposo para que pueda continuar, lo mismo pasa con el ser humano: si no se detiene, colapsa. La productividad le roba al humano los momentos de estar consigo mismo.

Sin embargo, el problema de no parar es estructural, no individual. Se exige hacer más y más, al infinito, hasta desfallecer. El sistema exige y el sujeto responde; si no lo hace, es expulsado. Ante el inclemente sistema, la rebelión pasa por el descanso.

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