En 1944, siendo secretario de Educación don Jaime Torres Bodet, se puso en marcha una campaña para erradicar el analfabetismo en México. Era, en alguna medida, continuidad del esfuerzo vasconcelista.
Para ello, el gobierno de la República promulgó una ley de emergencia con la que se dio forma a la Campaña Nacional contra el Analfabetismo. La ley era clara: todo mexicano, sin distinción de sexo, alfabeto, mayor de 18 y menor de 60 años de edad, tendría la obligación de enseñar a leer y escribir cuando menos a otro habitante de la República.
Asimismo, la administración pública mexicana completa se orientó a enseñar las primeras letras. Las autoridades responsables de llevar a cabo esta campaña fueron, en primer lugar, el Presidente de la República, seguido de los gobernadores de los Estados y Territorios Federales y el jefe del Departamento del Distrito Federal, el Secretario de Educación Pública, los directores federales de educación, los directores o jefes de los departamentos o servicios educativos de los Estados, los inspectores escolares, los presidentes de los Ayuntamientos y los delegados municipales, y los maestros federales, estatales, municipales y particulares.
Como elementos auxiliares estuvieron los diputados federales, senadores y los diputados locales que así lo desearan, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, los sindicatos obreros y campesinos, las centrales sindicales, las confederaciones de industrias y otros organismos análogos, las cámaras comerciales, industriales, mineras, etc., las asociaciones agrícolas y ganaderas, y los comisariados ejidales.
La acción del Estado era, a la vez, una determinación política y un compromiso con el futuro; para su éxito, se requería el concurso de todos los sectores.
El presidente de México era el general Manuel Ávila Camacho quien, el 21 de agosto de 1944, en un mensaje radiofónico señaló: “Sé muy bien –dijo– que la educación de un pueblo no radica exclusivamente en eliminar el analfabetismo. Pero sé, con igual claridad, que el primer paso indispensable es enseñar a leer y a escribir y que, mientras la mitad de los mexicanos esté compuesta por iletrados, ninguno de los otros problemas sociales que confrontamos podrá ser planteado con la esperanza de una completa y lógica solución.”
La Campaña Nacional contra el Analfabetismo estuvo en marcha entre 1944 y 1946. Su creador fue, como se ha dicho, don Jaime, uno de los mexicanos que más ha hecho por su país y por la educación, en especial, de sus compatriotas. Él propuso un sueño. El gobierno lo hizo suyo.
La iniciativa de Torres Bodet era para que México saldara una deuda con gran parte de los mexicanos que, sacrificándose a diario por el país, aún no contaban con las herramientas suficientes para incorporarse de mejor forma a la vida nacional. Eran tiempos de guerra mundial y él fue visionario: la conflagración europea terminaría y habría un nuevo mundo en el cual los países tendrían que participar y, como sucede, empezarían a competir. Por ello, la alfabetización se volvió prioridad: por un tema de justicia social y para tener un mejor lugar en el concierto de las naciones.
Aun teniendo muchas cosas en contra, los resultados no fueron despreciables. Para 1940, en México, el número de analfabetos era de 9,411,000 y, de acuerdo con la ley expedida, 2,250,000 estaban excluidos de la obligación de aprender (artículo 2º. de la ley), por lo que el universo era de 7,171,000 mexicanos. Pasados 17 meses de puesta en marcha la campaña, fueron atendidos 1,441,794 personas, de las cuales 708,657 habían presentado su examen satisfactorio, y los restantes 732,137 continuaban con su aprendizaje. La cifra puede verse menor, pero en las condiciones del país, fue una tarea titánica.
El secretario Torres Bodet, en sus memorias reconoció que el resultado fue inferior al deseado, pero muy superior al que pensó obtener en sus días de desaliento.
Las grandes cosas empiezan así: como aspiraciones. El gobierno estatal de Chiapas tiene como proyecto erradicar el analfabetismo, una de las cadenas que han condenado a la entidad al atraso. Existe voluntad, recursos, entusiasmo y apoyo. Nadie puede estar en contra de esta decisión de política pública y, en los hechos, ha concitado el apoyo social y el interés general.
En esta marcha contra la ignorancia, hay que inspirarse en lo hecho por don Jaime Torres Bodet –como esa ley de emergencia que dotó de orden, claridad y estructura a la campaña–, cuyo legado anima, a veces, sin saberlo, las mejores causas de la educación en este país.