La ofrenda al Señor del Cerrito reafirma la identidad indígena en Tuxtla frente al olvido, la urbanización y la pérdida cultural
Noé Juan Farrera Garzón / Aquínoticias
Entre agujas, hilos y pétalos, las manos zoques escribieron este jueves otra página de resistencia. En la comunidad indígena de Tuxtla, decenas de personas —encabezadas por el prioste Diego Alberto Chávez Miranda— se reunieron para confeccionar los ramilletes (Joyonaqué) y la ensarta de flor de mayo, ofrendas que hoy serán llevadas a la ermita del Señor del Cerrito como parte de las festividades de la Santísima Cruz.
La ceremonia, más que un acto religioso, es un símbolo de identidad. Mientras las mujeres zoques, ataviadas con blusas bordadas y faldas tradicionales, ensartaban meticulosamente cada flor, los ramilleteros armaban estructuras decoradas con imágenes que narran la historia de su pueblo. Aunque la flor de mayo —especie originaria— escasea por la urbanización, su esencia persiste, incluso sustituida a veces por bugambilias y flores comerciales.
Esta práctica no se limita al 3 de mayo (Día de la Santa Cruz). También florece en Semana Santa y durante las fiestas de San Marcos, patrón de Tuxtla. Cada vez, la comunidad se reúne para tejer no solo collares florales, sino también lazos sociales. La marimba, las danzas y los relatos orales convierten el ritual en una celebración viva.
En un mundo que avanza hacia la homogenización cultural, la ensarta de flor de mayo se ha erigido como un acto político: una forma de decir «aquí seguimos». Para los zoques, cada ramillete es un manifiesto silencioso, una manera de preservar su legado frente a la expansión urbana y el desplazamiento cultural.
Con información de Primer Plano Magazine