Si se tiene una salud buena o, al menos, no tan deteriorada, y no se sufre algún accidente o crimen mortales, una persona envejecerá. De acuerdo con la idea dominante sobre la conformación y devenir de la sociedad, la persona anciana pasará esa etapa de su vida rodeada de sus familiares, en un ambiente armonioso y tranquilo, y se irá despidiendo, irremediablemente, de sus amistades y de otros familiares, hasta que concluya su ciclo vital.
Llegar a los 60 años, cuando comienza la «adultez mayor» –en un país en vías de desarrollo, mientras que en uno desarrollo una persona adulta mayor es considerada como tal a partir de los 65–, debe significar el corolario de un proyecto de vida. No obstante, más allá de las condiciones estructurales adversas para las personas ancianas: desempleo, agudización de enfermedades crónicas con deficientes servicios de salud, pensiones exiguas, entre otros fenómenos, ellas enfrentan situaciones que nadie debe sufrir: violencias, vejaciones y maltratos que dañan su propia condición humana, afectan su salud y lastiman sus derechos humanos.
En México, el 12 por ciento de la población entra dentro de esta categoría etaria, es decir, hay 15.1 millones de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía. En este universo de personas, los maltratos físicos, sexuales, financieros o sicológicos se presentan de forma diferenciada, pero están presentes en todos los estratos económicos y en el campo y la ciudad. La cifra alarma: el diez por ciento de esos 15.1 millones han sido víctimas de violencia, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Esta cifra crecerá conforme lo haga la población adulta mayor. Para allá van las sociedades, en los países se esfuma el bono demográfico e inicia el envejecimiento de sus habitantes. Al llegar a la mitad de este siglo, según la OMS, la cantidad de personas con 60 años se duplicará: habrá 2,000 millones.
No hay que perder el foco cuando se reflexione sobre este tema y hay considerar que se está lejos de un tema unidimensional. La vejez no sólo es una condición de edad, también lo es de posibilidades y de visibilidad en el espacio público. Hay condiciones de interseccionalidad: género, raza, sexo, condición social y preferencia sexual.
¿Qué hacer? El problema es de carácter público, por lo que no es suficiente, ni siquiera es recomendable, apelar a la buena voluntad de las familias, puesto que muchas veces ahí están quienes agreden. En este sentido, se requiere el fortalecimiento de las instancias geriátricas y de atención a las personas adultas mayores, como la elaboración de planes y programas integrales de largo aliento, que no se circunscriban a temporalidades gubernamentales, para protegerlas y prevenir las violencias. ¿Por qué? Porque vivir en la vejez cuesta y mucho: servicios de asistencia o enfermería masculina o femenina (cuyo costo es de cerca de $1,000.00 por hora), revisiones médicas (una consulta ronda los $2,500.00, aproximadamente) consumo de fármacos (una receta para surtirse puede requerir de $3,000.00), incluso, alojamiento en una residencia especializada (la renta de una habitación compartida en un lugar de este tipo puede llegar a los $25,000.00 mensuales).
Los gobiernos deben poner el tema de la vejez en la agenda: hablar para visibilizar. Aún en estos tiempos, sigue siendo un tema tabú. ¿Será por qué los estereotipos aceptados de persona sólo consideran a la juventud, la fuerza y la belleza? Aquí también hay una tarea importante para desarmar, desechar y rearmar la idea de sujeto.