Mientras se conmemoraba una de las fiestas nacionales más significativas –tal vez, la más mexicana de ellas–, la del Día de Muertos, asesinaron de siete disparos al presidente municipal de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo, a pesar de tener 14 escoltas de la Guardia Nacional.
Su nombre ya estaba siendo conocido más allá de las fronteras de su municipio y de aquel estado, porque había señalado en distintos medios de comunicación nacionales la presencia y acoso que el crimen organizado tenía y ejercía sobre el territorio, las autoridades y la población de Uruapan. Los gobiernos federal y estatal poco hicieron ante sus denuncias. Se necesitó una acción más estratégica y rápida. Esa es la verdad, de lo contrario, seguiría con vida.
Su denuncia fue fuerte: acusó de vínculos francos entre autoridades y grupos delincuenciales. La población tiene una idea de lo que sucede en los lugares en donde viven. De forma que esta declaración, aunque circunscrita a un territorio determinado, puede usarse para otro municipio en cualquier estado. Si los vecinos saben quiénes son o, al menos, tienen una idea, ¿la autoridad es incapaz de identificar a los peligrosos? En fin.
En el caso de Uruapan, por ejemplo, las extorsiones a los trabajadores del campo eran más que sabidas. Los limoneros y aguacateros dan una cuota para sacar su producto. Si no cubren la cuota, el pago es más que dinero. Negarse no es una opción.
El nombre de Carlos Manzo se agrega a la lista de autoridades municipales asesinadas durante este sexenio que, hasta ahora, con él, es de 10 alcaldes: Alejandro Arcos Catalán (Chilpancingo, Guerrero); Román Ruiz Bohórquez (Candelaria Loxicha, Oaxaca); Jesús Franco Lárraga (Tancanhuitz, San Luis Potosí); Mario Hernández García (Santiago Amoltepec, Oaxaca); Isaías Rojas Ramírez (Metlatónoc, Guerrero); Yolanda Sánchez Figueroa (Cotija, Michoacán); Salvador Bastida García (Tacámbaro, Michoacán); Lilia Gema García Soto (San Mateo Piñas, Oaxaca), y Miguel Bahena Solórzano (Pisaflores, Hidalgo).
Las primeras reacciones sociales han sido de enojo y rabia. Le dispararon en un evento público, familiar. Es una muestra más de que al crimen no le importa nada salvo sus intereses. Si alguna vez se habló de que las personas vinculadas a este tipo de actividades tenían códigos de conducta o comportamiento que mantenían más o menos seguros a los civiles, ahora ya no. Hay que mostrar que nadie está salvo en ningún lugar ni a ninguna hora. Están causando terror y mandando mensajes. ¿Quién o a quiénes son sus destinatarios?
Carlos Manzo alzó la voz y lo silenciaron. La sociedad mexicana tiene que rechazar, al unísono, el imperio del crimen.








