Vivir libres de violencia en la diferencia / Lucia Lagunes Huerta

La violencia es un instrumento que se utiliza para intimidar, someter o imponer, eso lo conocemos muy bien las mujeres, a lo largo de nuestra historia lo hemos vivido en lo privado y en lo público, y algunas hemos sobrevivido a ella. Cada que aparece provoca graves estragos en nuestras vidas, pero cuando se usa para minar la presencia de las mujeres en el ámbito público sus impactos adquieren dimensiones destructivas para todas.

En medida que avanzamos en el mundo público la respuesta ha sido la violencia, llevamos siglos documentando el asesinato de mujeres que se atrevieron a alzar la voz para demandar nuestro lugar en el mundo. Las han decapitado, asesinado, encerrado en manicomios, encarcelado, exiliado. Declaradas como el mal, brujas y demonios, han llamado a las masas a linchar a las mujeres que se salen de la norma y que buscan ampliar libertades, defender derechos o generar debates teóricos.

El uso de la violencia ha generado que las mujeres nos repleguemos, tengamos miedo, nos callemos, por ello nos hemos tardado siglos en avanzar.

Cuando inició este milenio se dijo que sería la era de las mujeres, las razones fueron varias, entre ellas porque el feminismo había ganado un buen nombre, como lo recuerda Amelia Valcárcel, porque tenemos un marco jurídico que nos ha costado muchísimo construir para judicializar nuestros derechos y ser reconocidas humanas, como nos recuerda Alda Facio y Andrea Medina y aún así la justicia hay que arrancarla. Porque abrimos espacios académicos para estudiar, analizar y seguir avanzando a favor de la igualdad de las mujeres.

Porque cada paso que hemos avanzado las feministas ha servido incluso para aquellas que han trabajado en su contra. Y a cada paso que avanzamos la descalificación y la violencia se hace sentir como respuesta misógina hacia un movimiento que pese a todo se mantiene en el mundo.

La zozobra de lo que puede pasar cuando hay acciones organizadas para atacar posiciones feministas se va extendiendo como la humedad. Quienes atacan adoptan prácticas usadas por gobiernos represivos o grupos supremacistas, como el surgimiento de listas donde se colocan nombres, ¿con qué propósito? no se sabe a ciencia cierta, pero uno de ellos es intimidar a quienes aparezcan en ella.

En México esto ha sido usado una y otra vez para desmovilizar. Por ejemplo, en el gremio periodístico, cada tanto surge el rumor de la existencia de una lista de periodistas que serán asesinados, que serán censurados, perseguidos por ser críticos. En las dictaduras la lista de «los rojos» sirvió para generar miedo, pero también para venganzas; el movimiento Ku klux klan, tenía sus listas de quienes estaban en la búsqueda de la igualdad de la población negra.

Todas estas prácticas violentas se ejercen para intimidarnos, someternos, imponer una visión de mundo, acallarnos, eliminarnos de la contienda, destruirnos, porque así el patriarcado seguirá gozando de su lugar en el mundo.

Cada que se ataca a una lideresa, a mujeres reconocidas, las otras se sienten doblemente vulnerables y la respuesta a la brutalidad es echarse dos pasitos para atrás.

Las periodistas bajan el perfil, dejan «descansar los temas», las políticas y dirigentas sociales incluso renuncian a sus aspiraciones, la violencia en el mundo digital hace que las mujeres se callen, cierren sus cuentas, desaparezcan del mundo virtual. Con ello, se imponen por la fuerza no por la razón.

Cuando vivimos violencia vemos debilitados nuestros poderes vitales como los ha denominado Marcela Lagarde, teórica feminista mexicana que dedica su saber a brindar herramientas, claves, para que las mujeres transitemos del sometimiento a la autonomía.

Cuando esa violencia se dirige hacia una postura feminista, hacia una organización o movimiento, el poder vital que se busca minar es la articulación, la movilización, el debate, lo que se quiere es la parálisis, el rechazo, el linchamiento.

Vivir libres de violencia para todas las mujeres no sólo es un derecho, es también una apuesta política, una forma de vida cotidiana, una práctica feminista para el disenso.

El feminismo nunca inició la guerra, jamás dio el manotazo, apuesta a la construcción de conocimiento, desarrolla argumentos, teorías, porque busca la reflexión, el pensamiento crítico, construir un cambio de paradigma donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.

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