Previa a la existencia de una intervención farmacológica para detener al virus SARS-CoV-2 que ha ocasionado la enfermedad conocida como COVID-19, las medidas fueron distanciamiento físico entre personas, lavado frecuente de manos, uso de cubrebocas y restricciones a la movilidad. Durante meses la inmensa mayoría de los habitantes del mundo vivimos encerrados la mayor parte del tiempo. Ahora, con la existencia de un proceso mundial de vacunación, por la necesidad de reactivar los circuitos económicos y por la propia condición gregaria de la especie humana, las personas vuelven a las calles; sin embargo, ¿la ocupación del espacio público será igual que antes del confinamiento de 2020?
La aparición o la agudización de condiciones vinculadas a la salud mental, en particular, precisamente, por estar recluidos, conviviendo de forma permanente con quienes integran las familias (nunca antes todos habían estado en el mismo lugar a lo largo del día) o por no interactuar con las otras y los otros, refleja lo habituados que estamos a tener actividades fuera del hogar, con rutinas establecidas y a entablar relaciones presenciales con los demás.
El regreso a los parques, calles y jardines resulta necesario, pero ¿cómo hacerlo? Una respuesta es determinante, en el corto plazo: no como lo hacíamos en 2019, 2018 o 2017. Retomar la vida pública requiere responsabilidad en tanto que la amenaza a la salud ha disminuido, pero no terminado.
El cubrebocas deberá ser, todavía, un acompañante insustituible. La evidencia científica a estas alturas no admite controversia: el uso de una barrera de tela casera o médica reduce la fuerza de los contagios tanto en número como en gravedad. Con ello, las otras dos acciones (higienizarse continuamente las manos y mantener la sana distancia) se vuelven normas de conducta social. Por supuesto, vacunarse, como medida preventiva, tiene una doble dimensión: por un lado, es una decisión personal y, por el otro, es un compromiso con las personas desconocidas y conocidas, con quienes crean y recrean el entorno.
Aunado a esas medidas, los espacios abiertos son aliados para hacerle frente al virus. Estar en ellos permite la dispersión de las partículas infecciosas del virus que ahora, con sus variantes y sus versiones plus, se presentan como más transmisibles, aunque no necesariamente más letales (pero esto aún no es una información concluyente). Las aulas, oficinas y espacios públicos cerrados deberán ser readecuados: más ventanas y mejor circulación de aire disminuyen los riesgos de propagación de la enfermedad y de exposición, han concluido las autoridades sanitarias de los países del mundo. Esto es muy importante, en particular, para el regreso paulatino a clases. Si se tienen los recursos, la adquisición de medidores de dióxido de carbono serán una herramienta adicional para evitar la propagación del virus monitoreando la calidad del aire.
Retomar la vida fuera del hogar con un sentido de responsabilidad y de realidad será la norma en los meses siguientes –si es que no presenciamos un aumento en las restricciones como consecuencia de un número mayor de los contagios–.
Después de más de un año viendo a la enfermedad, constatando sus efectos y siendo testigos directos e indirectos de sus estragos, ya se sabe lo que hay que hacer, sólo hay que realizarlo.