Por Mario Escobedo
Durante décadas, la promesa del norte —ese mito de prosperidad al otro lado del río Bravo— fue el motor que empujó a millones a cruzar selvas, desiertos y fronteras. Pero algo está cambiando. Las mochilas que antes cargaban sueños de “cruzar”, ahora se llenan con el anhelo de “regresar”. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué, de pronto, quienes arriesgaron todo para llegar a Estados Unidos, ahora ruegan por volver a casa?
Caminar. Migrar. Huir o buscar. Desde que el Homo sapiens salió de África y conquistó el planeta, la historia humana ha sido una historia de movimiento. Los antiguos nahuas, según la leyenda, salieron de Aztlán buscando una tierra prometida. La migración es tan antigua como la humanidad misma. Entonces, ¿por qué nos sigue sorprendiendo?
El giro inesperado: regresar, no avanzar
Entre 2019 y 2025, más de 16 millones de personas migraron a través de México, según datos del Gobierno Federal y la ONU. De ellas, 10.5 millones lograron cruzar a Estados Unidos, mientras 6.3 millones permanecen hoy en territorio mexicano, muchos en condiciones precarias, invisibles, sobreviviendo en la informalidad o en campamentos improvisados.
En Tuxtla Gutiérrez, Chiapas —una ciudad que antes solo observaba de lejos el fenómeno migratorio—, ahora la migración forma parte del paisaje urbano. Son los nuevos rostros de los parques, de los semáforos, de las calles. Son madres, padres, niños, adolescentes. Son los habitantes temporales de lo que algunos académicos llaman territorios de espera: espacios donde se pausa la vida, esperando el permiso, la oportunidad o simplemente el milagro de continuar el camino hacia el norte.
Pero algo me sacudió hace unos días. Visito estos espacios desde hace casi tres años. Esta vez, en lugar de encontrar carteles que pedían ayuda para continuar su camino hacia el norte, vi algo distinto:
“Ayúdame a regresar a mi país, soy de Venezuela y quiero volver a casa.”
“Apóyame, ando juntando dinero para regresar.”
“Mi familia y yo queremos regresar, ayúdanos por favor.”
¿Volver a casa? ¿Después de todo lo que han pasado?
¿El «sueño americano» se está convirtiendo en una pesadilla?
Los letreros no son anecdóticos: son un síntoma. Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia, las políticas migratorias de Estados Unidos han sido un vaivén. La expansión del programa “Quédate en México”, las deportaciones exprés bajo el Título 8, y la exigencia de la extinta aplicación CBP One han cerrado las puertas a miles.
A esto se suman los altos costos para sobrevivir en México, la violencia que muchos enfrentan en el camino, y la decepción al descubrir que el país del norte ya no tiene espacio —ni voluntad— para recibirlos.
El cambio es profundo. Antes se migraba hacia una esperanza. Hoy, algunos migran hacia la desilusión.
¿Quiénes se están quedando? ¿Quiénes están regresando?
Ya no estamos hablando solo de migrantes en tránsito. Estamos hablando de migrantes varados, de refugiados sin refugio, de comunidades en formación que tal vez nunca llegarán a su destino. Y también de un nuevo perfil: el migrante que decide dar marcha atrás.
Este fenómeno plantea preguntas urgentes:
- ¿Qué responsabilidad tiene México en esta nueva etapa de retorno?
- ¿Estamos preparados para brindar apoyo a quienes quieren regresar a sus países?
- ¿Qué papel juegan los gobiernos latinoamericanos cuyos ciudadanos prefieren migrar, aún sabiendo que pueden fracasar en el intento?
De la movilidad forzada al retorno forzado
La migración nunca fue un paseo. Pero hoy, para muchos, es una trampa sin salida. No se trata solo de cruzar una frontera, sino de sobrevivir a los filtros burocráticos, al crimen organizado, a las políticas excluyentes y a la indiferencia social.
Volver a casa no es rendirse. Es, para muchos, la única salida digna después del colapso de todas las promesas.
¿Y ahora qué?
La migración ya no se explica solo por el sueño americano. Se explica por el hambre, la guerra, el desempleo, la violencia, la desesperanza. Pero ahora también se explica por el fracaso del sistema internacional de asilo, por la incapacidad de los países receptores para responder humanamente, y por la falta de una política integral en toda la región.
En Chiapas, los territorios de espera se están llenando de esperanzas rotas… y de boletos simbólicos de regreso. No todos logran comprarlos. No todos pueden volver. Pero la intención está ahí: ya no se migra para llegar al norte, sino para volver a casa.
¿Nos atreveremos a mirar ese cambio a los ojos?