Confianza / Jose Antonio Molina Farro

Parece una pandemia. La desconfianza en los políticos existe en México y en casi todos los países del mundo. No podemos cerrar los ojos ante tamaño hecho social. Las economías avanzan no solo con base en insumos reales, capital, trabajo, tecnología y, por supuesto, innovación, conocimiento y productividad. Pero tan importante o más para el crecimiento de una economía, son factores sicológicos como la confianza, la credibilidad, las expectativas ascendentes y creíbles. Los escepticismos se extienden al sistema de justicia, a la policía, a la administración pública, a los responsables de educar a nuestros niños y jóvenes, y ello tiene, o tendrá, si se acrecienta, efectos devastadores en la sociedad. Se apilan las encuestas. En países como el nuestro y, en particular, en las comarcas locales la desconfianza en los gobernantes, partidos políticos y legisladores ha escalado a extremos que, sin duda y de no rectificar, será un fuerte impedimento para resolver viejos agravios y desanudar estrangulamientos que nos mantienen en la pobreza y la exclusión, que se reciclan generacionalmente. La desconfianza en las autoridades no es un problema, es el problema para resolver las grandes cuestiones sociales. Ya lo decía Fukuyama hace años, en su conocido libro Trust, «La confianza es el nuevo motor de la historia». Mis colegas de corte marxista dirán que hay una superestructura funcional con los intereses del capital y que, por lo mismo, y a veces de manera inconsciente, las políticas públicas se diseñan para la permanencia de estos intereses, en detrimento de los invisibles, de los olvidados de siempre. No es tan simple. Hay también afectaciones a capitales nacionales y extranjeros, pequeños, grandes y medianos. Lo hemos visto. Lo estamos viviendo.
Sabemos que el voto legitima, las urnas son el vehículo. Pero la confianza se gana en el ejercicio del poder. La confianza se despeña con la corrupción, con un sistema de justicia de altibajos en su imparcialidad, servicios públicos de pésima calidad y empleados públicos desmotivados, politizados o con sicología de perdonavidas; la circunstancia se agrava cuando el Estado de derecho es una entelequia y cuando en modo arbitrario se atropellan derechos humanos y libertades civiles de los ciudadanos. Organismos empresariales, salvo excepciones, velan más por sus propios intereses que por el bien de la sociedad. La explicación. En varias entidades del sur- sureste, todo gira alrededor del gobierno, ergo, denunciar desviaciones es «atentar contra mis propios intereses». Una situación muy distinta al norte del país y algunas regiones del centro, donde los empresarios tienen vida propia. No nos hagamos ilusiones de que esta situación cambiará en el corto o mediano plazos. Se requiere una revolución de las conciencias, «revolución de las masas y revolución de las élites» – el concepto no es mío-. Decía el profesor germano- británico Ralf Dahrendorf, uno de los fundadores de la teoría del conflicto social: «Construir la democracia electoral lleva seis meses, construir los pininos de una economía de mercado lleva seis años, pero construir los cimientos de una ciudadanía sobre la cual se asiente y consolide la
democracia lleva sesenta años». Y ése es uno de los grandes problemas. Hay sí, denuncias, griterío, indignación, desesperación, señalamientos fundados y articulados, pero en lo general, carecemos de una ciudadanía consciente de los derechos y deberes que impone el vivir en una sociedad democrática. Ciudadanos capaces de solidarizarse con el prójimo, menos egoístas y más humanizados. Lo dijo Carlos Fuentes: «Es tanto lo que nos falta por descubrir, por alcanzar, por abrazar, y ninguno de nosotros reconocerá su humanidad si antes no reconocemos la de los otros». Octavio Paz y su hermoso concepto de otredad: «Los otros todos que nosotros somos». «Somos lo que somos pero también lo que otros son». «Somos uno y diversos». ¿Qué hacer? En la «Declaración de Viena sobre el fomento de la confianza en el gobierno» allá por el 2007, al que acudieron 160 países, se enumeraron acciones que aquí tan solo listo algunas: A) Potenciar la transparencia y la rendición de cuentas para luchar contra la corrupción B) Apoyar la participación efectiva de la sociedad civil C) Despertar un interés constructivo en los medios de comunicación D) Promover la creación de alianzas entre los sectores público y privado D) Mejorar el acceso a las tecnologías de información E) Acercar el gobierno al pueblo F) Fortalecer el Estado de derecho.
Avanzar en Chiapas exige construir, sin regateos, una nueva cultura política, una nueva y mejor consciencia social, un sistema educativo que sirva para la democracia, para el desarrollo económico y social; una educación para la vida. Nuevas reglas del juego con objetivos consensuados hasta donde dé la negociación, como la que hoy está en curso entre el magisterio y la Secretaría de Educación. Los intereses mezquinos y sectarios no deben detener esta cruzada educativa. Es ahí donde los chiapanecos podemos hermanarnos, en un tema que afecta a la parte más noble y más sensible de nuestra sociedad. Conmino a mis contemporáneos y coetáneos a dejar atrás, en palabras de Dominique Moïse, «nuestra condición de adolescentes eternos o pensionados prematuros» y aportar lo mejor de las vivencias y experiencias. Dejar la «zona de confort» y hacerla, eso sí, más imaginativa y menos complaciente. Finalizo y me pregunto. ¿Dónde quedó la sabiduría de Quetzalcóatl, la entereza de Prometeo y la mística de Buda, que inspiraron a la empresa intelectual más importante de la Revolución Mexicana con José Vasconcelos?

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