Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

En el cuento «La escritura del dios», Jorge Luis Borges escribió que en el lenguaje humano no hay proposición que no implique un universo entero, y para que el resto de los mortales pudiéramos comprenderlo, nos explica que: «decir «el tigre», es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra».
La idea quedó rondando mi mente, y el domingo en la tarde, mientras me disponía a ver el «Super Bowl» en casa de un gran amigo, al contemplar la mesa repleta de botanas, las bebidas dispuestas y las bromas afiladas, no pude sino pensar cuánta razón tenía el escritor argentino. Es así como de pronto en esas dos palabras de origen anglosajón, además del partido iban incluidas la ensalada rusa, el corazón de res, el chorizo frito, los taquitos de chilorio, las tostadas de carne tártara y, por supuesto, los océanos, las eras geológicas contenidos en ellos y las miles de generaciones de crustáceos que debieron pasar, para que un grupito de camarones secos rodeados de pico de gallo terminaran en una de las tantas tostadas que me despaché sin pena.
La dueña de mis quincenas, ecuánime en la abundancia, apenas vio cómo con voz gallarda y pose de «más me merezco» le compartía esos pensamientos, me dijo que tanta comida junta también implicaban alka seltzers, colesterol, triglicéridos, indigestión y una potencial cita al internista, en la que gastaría gasolina, paciencia, temores y cuando menos media quincena en análisis químicos y medicamentos.
A punto estuve de caer en las garras de la depresión, pero me repuse de entre las grasas saturadas para contestarle que el concepto «Super Bowl», evidentemente también hacía alusión a años de ejercicio llevado a niveles inverosímiles, a decenas de jugadas fantásticas realizadas durante la temporada, y que si bien no le alcanzaron a esas personas y a esos equipos para llegar al juego final, eran parte de la historia de sus vidas.
En esas íbamos cuando la voz del querubín nos interrumpió por una cuestión un poquito más terrenal:
—¿Por qué huele tan feo?
Le explicamos que estábamos detenidos —esperando la luz verde— en una de las muchas calles tuxtlecas que lucen un arroyo encima, y que no es otra cosa sino aguas negras escapadas de alguna alcantarilla en mal estado.
—Apesta —insistió mi hijo, y comprendí que detrás de esa sola palabra también se escondía un universo de ideas, conceptos, historias y personas.
Ahí estaban la cantidad de presidentes municipales que se han dedicado a enriquecerse mientras destrozan la capital chiapaneca, los fraudes electorales, las imposiciones que no pudimos frenar, las burlas constantes, el cinismo, los acarreados, la ignorancia, la democracia devenida en usura (a cambio de tu voto te doy un regalito-despensa-billetito, y luego, cuando vía impuestos recupere la inversión, de intereses te cobro todos los beneficios sociales que te tocaban).
Nadie más habló el resto del camino, y es que en el silencio, tan callado y sobrio, también entra el universo.
Hasta la próxima.
P.D. Con esta columna llego a las 200 «Cotidianidades…», y aunque todavía no implica un gran número, no deja de ser motivo de un pequeño festejo. Gracias por leerme, por comentar y por compartir.

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