En la Mira / Hector Estrada

El magisterio no es el enemigo

Juzgar los enfrentamientos de este domingo entre normalistas, docentes y elemento policiacos desde los simples hechos violentos resulta en juicios miopes, cómodamente convenientes para los responsables de una situación que tiene su origen en la cerrazón gubernamental y la obstaculización absoluta de toda posibilidad de consenso o diálogo.
Más allá de satanizar o victimizar a determinado grupo involucrado en el violento enfrentamiento, lo sucedido este domingo se sustenta como una consecuencia más del autoritarismo gubernamental a nivel federal para imponer, y no consensar con todos los sectores involucrados, reformas estructurales tan importantes como la educativa.
Porque si recapitulamos bien, desde el inicio del actual Gobierno Federal las denominadas reformas estructurales han sido prácticamente impuestas. Elaboradas, discutidas y configuradas desde las cúpulas del poder político-empresarial donde los intereses del resto de los mexicanos no son cuestión de importancia.
Y es que, pese a las propuestas de algunos legisladores o partidos de oposición para establecer mesas de diálogo, grupos de análisis con expertos e investigadores en el tema, referéndums u otros mecanismos de inclusión democrática, en México las reformas han sido aprobadas de manera tramposa y unilateral.
O pregúntele usted a los micro y mediano empresarios qué opinan sobre la reforma fiscal, a los periodistas de la reforma en telecomunicaciones, al personal de salud sobre la propuesta de reforma en materia de salud o, de plano, al resto de los mexicanos sobre la reforma energética. Son sectores directamente involucrados para quienes el gobierno simplemente no tiene voz ni voto a la hora de tomar las decisiones.
Es justo lo que hoy sucede con el sector magisterial quien ha sido víctima de una campaña casi oficial para satanizarlos, para convertirlos en enemigos públicos y asumirlos ante la opinión pública como un bloque vandálico, casi delincuencial que «lucha por la simple razón de no querer ser evaluado». Como si todo se tratase de eso.
Sin caer en generalizaciones (como pretende hacer el gobierno), es importante reconocer que dentro de ese nutrido grupo magisterial también hay docentes brillantes, comprometidos y de gran capacidad intelectual a quienes la evaluación pos sí misma no les asusta; las cusas que los mueven son convicciones distintas.
Lo que hoy sucede con el magisterio mañana podría cambiar de protagonistas cuando los alcances laborales impliquen a otros sectores como los trabajadores de la salud o el gremio petrolero, que son ya de los pocos con verdadera capacidad de movilización. O ¿Cómo reaccionaría usted si le dijera que las reglas para mantener su empleo cambiaron de la noche a la mañana bajo consideraciones distintas que no generan certidumbre?
La forma tan cobarde en que el aparato gubernamental propicia enfrentamientos entre los docentes manifestantes y los cuerpos policiacos que sólo realizan su trabajo (muchas veces sin la capacitación adecuada para ese tipo de eventualidades) habla de autoritarismo puro, de cerrazón para alcanzar acuerdos y hasta irresponsabilidad gubernamental ante las graves consecuencias que pudieran desencadenarse debido a la casi inevitable violencia que seguirá repitiéndose mientras las autoridades sigan ignorando el clamor de una ciudadanía convulsionada.

 

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