Los mexicanos, cansados / Francisco Gmez Maza

La gracia sólo es para unos cuantos

Paul Krugman, el Premio Nobel de Economía, profesor en Princeton y en la Escuela de Economía y Ciencia Política, vino a México la semana pasada a ponerle el cascabel al gato.
¡Y vaya que el gringuito sabe cómo suena el cascabel y qué tan marrullero y tramposo es el gato! Transa, pues, es el gato.
Han transcurrido muchas décadas. ¿Décadas? ¡Nooo!. Toda la vida. Desde que doña Malinche le entregó sus amores al extraño soldado peninsular que vino a dominar, a darles en la madre, a los indios, a los meshicas, a los mazahuas, a los mayas, a los yaquis, a los… todos los mexicanos no ven la suya. Sólo la ven los verdaderos transas, los que se han adueñado de los medios de producción, los que se agandallaron la tierra y el agua. Y hasta el aire.
Y no es exagerar. Virreyes vienen, virreyes van: encomenderos, igual, y los únicos que se han beneficiado de esto, que mucho tiempo llamaron mentirosamente El Cuerno de la Abundancia, son los pocos miembros de las clases dominantes, y sobre todo de la clase política. Después de lo que eufemísticamente llamaron Revolución, cada ciclo de seis años afloran, como hongos, camadas de nuevos ricos. Antes compraban títulos nobiliarios a las cortes españolas. Ahora compran lujuriosos palacetes en la costa francesa, en las Californias, o cerca de los pantanos de Miami.
Los trabajadores siguen tan jodidos como en el primer día de la creación del mundo nahual, el de los indios mexicanos, desde el istmo centroamericano hasta las tierras deste lado de las Rocallosas. Cuando los caciques aztecas se apoderaron de las chinampas y de los canales de la gran Tenochtitlan, la ciudad más bella de su tiempo, más refulgente que París, Londres y Madrid, a testimonio del mismísimo conquistador gachupín.
Vino pues el señor Krugman y provocó malestares estomacales de esos que dan correquetealcanzo.
No somos Krugman, ni profesores de Princeton, ni tampoco de la UNAM, y menos del IPADE o de la escuela de los Millonarios de Cristo, pero lo hemos venido advirtiendo desde siempre en este espacio. El modelo económico, inaugurado por Miguel de La Madrid y consolidado por Carlos Salinas de Gortari – el actual resucitado, que se levantó dentre los muertos -, modelo vendido como la panacea, como la salvación, como la puerta del reino celestial, sirve para maldita sea la cosa. Economía que no crea empleos, o que los crea injustamente, muy injustamente remunerados, o que no sólo no crea sino que expulsa fuerza de trabajo y más, conscientemente, como política de choque, es economía fallida. Sólo ceba el ganado de los ricos.
El modelito ha sido un fracaso. Ha derivado en una economía fallida. Ha llevado a la economía mexicana a un callejón sin salida, o a un laberinto sin rumbo, o a un túnel sin luz. Y eso es lo de menos. A quienes ha maldecido de por vida es a esa masa amorfa, sudorosa, de trabajadores que se desgastan día a día en la chamba y que apenas tienen para medio sobrevivir, mientras unos cuantos pueden hasta irse de vacaciones a la Luna, o a Marte, o los más modestos a Las Vegas, o a callejear a Nueva York, o pasar los fines de semana en el Caribe.
Krugman sólo se hizo voz de millones de mexicanos, aunque algunos no lo reconozcan, o les dé miedo de perder sus privilegios. Hay cansancio. Milenario cansancio. Los habitantes de esta geografía están hartos. Tuvieron un respiro sangriento en 1910 cuando se levantaron para derribar a aquella dictadura de más de tres décadas. Pero han transcurrido muchos soles y lunas y el sol sólo brilla para unos cuantos. Los descendientes de aquellos próceres que derribaron a don Porfirio, son los responsables de nuestras desdichas. Duro es decirlo. Más duro reconocerlo.
El economista que se sacó el Premio Nobel precisamente en el año del inicio de nuestros más recientes infortunios, 2013, año en el que la irresponsabilidad y ligereza de los banqueros dio al traste con la estabilidad de los mercados por causa de la crisis inmobiliaria, ya está cansado de esperar el Milagro, y vaya que los mexicanos creen en milagros, desde los de Guadalupe a los de Judas Tadeo, pero creen más en los milagros del Tlatoani que cada seis años se apodera de su conciencia, en una liturgia que deviene en promesas sexenales que se convierten en vergüenzas.
Ya inventarán pretextos, axiomas y sofismas, los economicistas del rancho para desmeritar y desacreditar al doctor Krugman, quien no hace más que captar el sentimiento de millones de mexicanos, que están cansadísimos, no como Chucho Karam, de no hacer nada, sino de esperar que engorden las tetas de las vacas y floreen los trigales y maizales. Pero nada.
«Ciudad de México (elsemanario.com).- El Premio Nobel de Economía Paul Krugman dijo que la economía mexicana es una decepción por su bajo crecimiento, pues a pesar de que ha dejado de basarse en el petróleo y se ha diversificado su manufactura no crece lo suficiente.

fgomezmaza@analisisafondo.com
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