Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Once días después de iniciado el año, una serie de noticias que confluyen en este momento histórico ponen nuestros sentidos en alerta. Para empezar, bajo la amenaza de una crisis económica en China y la devaluación que por allá hicieron del yuan, varios economistas auguran que para el primer semestre del año habrá que ajustarnos más los cinturones porque, contrario a lo dicho por algunos gobiernos y gobernantes, la situación económica dista de estar saludable y no la tiene en vilo una gripa o una pulmonía, sino su anemia crónica, lo cual ha provocado las caídas de algunas monedas, como es el caso de nuestro peso.
Si a esto le sumamos el desplome del precio del petróleo, a países como el nuestro se le plantea un escenario complejo, que en lo personal se complica todavía más para, por tan sólo poner un ejemplo, los casi quince mil novecientos burócratas despedidos por la federación en los últimos meses del año pasado, y si bien en general existe la impresión de que el número de empleados gubernamentales debe bajar, dejar a tantas personas en el desempleo de un día para otro, de las cuales dependen varios miles de familias, no es precisamente gobernar pensando en la gente (bueno, cabe aclarar que las amistades del Presidente que gozan de altísimos salarios, ya han sido recontratados aunque ahora no tengan a quien coordinar o dirigir).
Por suerte, y justo cuando ya no había espacio para más malas noticias, el Chapo, en buena onda y para calmar los ánimos —ya saben que le brota lo ternurita—, se dispuso a ser una cortina de humo para distraernos de los «otros problemas», que son los que en realidad no dejan dormir bien a muchísimas personas a lo largo y ancho del país y también fuera de él, porque esos sí ponen en vilo la posibilidad material de mantener a sus hogares.
Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, de pronto nos encontramos también con buenas nuevas, que si bien no salen en los periódicos, nos hacen sonreír de auténtica felicidad o nos hacen sentir orgullosos.
En mi caso, y con tal de no dejar dudas sobre mi obstinación, otra vez volví a correr la Carrera del Parachico en una situación similar a la vivida en años anteriores, es decir, mal entrenado, con un pavo navideño que en lugar de haber sido digerido parece estar viviendo dentro de mi estómago (hasta mantiene la forma y se mueve con peculiar alegría) y con más entusiasmo que posibilidades de terminar ese reto de quince kilómetros.
Siendo honestos llegué hasta el kilómetro trece y, por una clase de orgullo y autocastigo, decidí no caminar los dos mil metros restantes. Sentí que no merecía llegar a la meta y que esta vergüenza debe durarme los siguientes meses, de tal forma que a la próxima sí me prepare como es debido.
No obstante, justo en el lugar donde decidí parar, un gran amigo al que no había visto en meses me recibió con un abrazo y me felicitó por haberlo intentado, y en la casa de mis papás la familia me recibió como si hubiera ganado la competencia. Mi mamá preparó un desayuno familiar delicioso (lo cual, por cierto, agradeció mucho el pavo que vive en mi estómago), que estuvo acompañado por música de marimba (en CD, no vaya a creer que el presupuesto dio para tanto) y el griterío de los niños que por suerte a veces se cansaban, y nos dejaban charlar de la vida presente, del futuro y de un pasado que yo no alcancé a conocer.
Fue en alguno de esos momentos que hablamos de mi sobrina Mariana, quien para orgullo de la familia representó a su escuela en las olimpiadas estatales de matemáticas, y también recordamos a Marla, que nos deleita con sus melodías al arpa, y de Zyanya, con su enorme capacidad para las artes plásticas.
Por si eso fuera poco, pasé la tarde jugando con el querubín, quien quedó lo suficientemente cansado como para dormirse temprano y, por fin, pude ver en calma una película con la dueña de mis quincenas, que sonreía feliz porque a la antigüita, una ex alumna deslizó una carta bajo la puerta, donde le contó cuánto bien le hizo en la vida conocerla y los modos impensados en que la alentó a ser una mejor persona y profesionista.
¿Estas son mini cortinas de humo para negarme la otra realidad? No lo creo, más bien son momentos que forman parte de mi realidad y mientras ocurren, decido concentrarme en ellos, no como una manera de evadir los problemas o dificultades que se ven venir, y sí como un artilugio personal para seguir disfrutando la vida y cargarme de energía que me permita enfrentar las contrariedades que a veces sueles ser cotidianas.
Sé que vienen meses complejos, sé que pueden presentarse baches económicos, pero también sé que en estos días saldrán a bailar cientos de parachicos y chiapanecas en Chiapa de Corzo, y yo quiero estar ahí, bailando, motivado ahora no sólo por mi propio gusto, sino porque el querubín ya dijo que también quiere ser parachico. Así que el próximo domingo saldremos a sonar nuestros chinchines y a lucir nuestras máscaras de madera, que a pesar de tener gesto serio, van contagiando su alegría. Hasta la próxima.

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