A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Basta ya

La misma noche del domingo en que marcharon cientos de miles de mujeres contra la violencia en nuestro país, se supo de una mujer de 22 años que había sido asesinada a tiros de regreso a su casa en León, Guanajuato. La joven había publicado días antes en su cuenta de twitter: «Si algún día soy yo sepan que jamás me rendí, que disfrute de mi vida, que reí y baile hasta cansarme, que ame todo lo que hacía, que alce mi voz y no me quede callada, que realmente pensaba que el mundo podía cambiar pero terminó quitándome la vida. Nadia Rodríguez Saro»… Duele escribir pensando en esto. Duele que sea en el día en que las mujeres marcharon para exigir que cese ya la violencia de genero. Que las sigan matando, violando y ultrajando. No puede ser. No más.

Las distintas imágenes y videos difundidos en redes sociales, dan cuenta de un conglomerado sin precedentes en la historia de nuestro país. El ejercicio se multiplicó en todas las entidades y no solo fue en México, sino distintas partes del mundo por el día internacional de la mujer. Lo sucedido aquí no tiene paralelo en un momento en que la violencia se ha acrecentado y el estado ha sido superado en su responsabilidad y capacidades de educar, prevenir, frenar, perseguir y sancionar a quienes violan, agreden, acosan, someten, humillan, golpean y asesinan a mujeres.

Es la primavera purpura. Una oleada que recorrerá al mundo y sacudirá las conciencias. No hay vuelta atrás. Así han comenzado grandes movimientos sociales en otros momentos de la historia. En el 68 en Francia donde grupos estudiantes se revelaron contra el stablishment, en Praga, en México, en Brasil y en España contra el franquismo. En los Estados Unidos con el asesinato de Martin Luther King y el movimiento contra el racismo. Fue una secuela de acontecimientos en un momento en que no había redes sociales y la prensa censuraba noticias mientras el gobierno era rebasado por su incapacidad de comprender -como ahora- lo que estaba sucediendo.

En 2007 en Túnez con Mohamed Bouazizi un vendedor ambulante despojado por la policía de sus mercancías y que, en respuesta, se inmoló prendiéndose fuego en forma de protesta. Durante su agonía miles de tunecinos se rebelaron contra las malas condiciones a las que el país estaba sometido, causando un efecto dominó en el resto de las naciones árabes. Cayó el dictador Ben Alí, poco después en Egipto Hosni Mubarak y Muamar Kadafi en Libia. Después la inconformidad se extendió a Siria, Yemen, Argelia.

Ahora en México lo vivimos en México con un gobierno pacifista que plantea acabar la inseguridad con abrazos y no balazos. Que dice que los delincuentes también son seres humanos y merecen respeto. Que creó una Guardia Nacional utilizando al ejercito en labores de seguridad, pero sin reprimir. Que dice que la solución es atender las causas y que la causa es la desigualdad, porque la pobreza es injusta y esta genera la violencia. Que culpa a Calderón -y se olvida de Peña- por declararle la guerra al narcotráfico. Ahora les otorga una amnistía de facto. No cambia la ley para evitar aspavientos, pero les da patente de corso. No los persigue. Y la cifra de muertos se triplica.

También, hay que decirlo, la violencia contra las mujeres va más allá y viene de más lejos. Tiene que ver con crímenes también ajenos a esa violencia. Sino mas bien por una falta absoluta de respeto hacia las mujeres. Por una sociedad patriarcal, dicen ahora, que no es otra cosa que machismo. Una cultura que da por sentado el papel de subordinación de la mujer hacia el hombre y que se vive cotidianamente. Todo eso que no pudo comprender el presidente enfrentado al enojo femenino que se reafirmó por el desdén y el desaire, por las etiquetas de una supuesta conflagración de la derecha, ese fantasma que tanto les quita el sueño. Siguiendo al oráculo los feligreses se lanzaron con todo para después dar reversa. Doña Beatriz dijo que iría a la marcha. Ahí hubiese estado, pero dio reversa. No supieron, no quisieron, no comprendieron y por eso no pudieron manejar un conflicto de tamañas proporciones. Se acomodaron el saco vieron de lejitos y después fue tarde. Se volvieron parte del problema y no de la solución. Porque es un reto del estado y no solo del gobierno. De la sociedad y de nuestra generación. Porque debemos ser capaces de construir un mundo y un país mejor. Una sociedad que erradique de raíz la violencia contra las mujeres.

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