A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

El mundo después la pandemia

Hay quienes piensan que tras la pandemia todo volverá a ser igual. Ya sea por la fatalidad o por nuestra incapacidad de readaptación como especie. Confiamos quizás en que tarde o temprano aparecerá una cura o vacuna que nos genere inmunidad ante tan volátil virus. El VIH SIDA, por ejemplo, fue reconocido por primera vez en la década de los 80s. En 2014 aproximadamente 36,9 millones de personas vivían con VIH. Entre su descubrimiento y el 2014 el sida habría provocado un estimado de 39 millones muertes en todo el mundo según el Centro para el Control y prevención de enfermedades en los Estados Unidos.

El 24 de noviembre de 1991 el popular interprete Freddie Mercury falleció a causa de una neumonía que se complicó por el VIH, virus contra el que habría luchado por dos años y que disminuyó sus defensas. Lo mismo sucedió con otros famosos lo que fue creando conciencia de una enfermedad de trasmisión sexual, pero también por otros métodos como las transfusiones. Con el tiempo el uso de preservativos se fue popularizando entre las nuevas generaciones no solo para vitar embarazos no deseados sino evitar el contagio de diversas enfermedades venéreas. No faltaron las resistencias como la de la propia iglesia católica quienes consideraron que el método interrumpía la concepción. No se ha generalizado el uso porque la educación sexual se imparte a medías y sigue siendo un tabú en muchas sociedades.

Son muchos los males que acosan a la salud y que se pueden contraer de manera involuntaria. Sucede en las zonas tropicales con la malaria, el dengue y más recientemente el Zika, el dengue hemorrágico o chikunguña, transmitidos por la picadura de mosquitos pero que hoy nos tienen quitados de la pena comparados con el coronavirus. También con eso muchas personas se fueron adaptando al uso de repelentes. Después de la Influenza AH1N1 el uso de gel antibacterial también se fue haciendo de uso común, aunque no generalizado.

Lo más incompresible es que muchas otras enfermedades que no se adquieren por contagio deriven de nuestros malos hábitos, usos y costumbres. Que se tenga conocimiento y conciencia de ello y no hagamos nada para evitarlo. Sucede con la diabetes en México que es derivada del consumo de refrescos. La obesidad producto de nuestras «delicias» gastronómicas. La población más vulnerable al contagio del COVID-19 es precisamente esa. El cáncer que provoca el uso de agroquímicos y pesticidas en los productos agrícolas que consumimos y suponemos saludables.

Otra situación que no nos estamos tomando en serio es el crecimiento exponencial de nuestra población. Particularmente entre los países más pobres del orbe. De acuerdo con cifras de la ONU, la población mundial aumenta en 84 millones por año y se espera que la actual población mundial de 7.700 millones de personas aumente a 10.000 millones en 2050. Hoy estamos siendo testigos de cómo la cuarentena voluntaria u obligatoria hizo desparecer densas capas de smog en las ciudades más grandes del mundo. La demanda de gasolina en México pasó de 667 mil barriles diarios en febrero, a 290 mil en marzo, y 154 mil en los primeros días de abril según la Onexpo. Los cielos recuperaron sus tonos azuláceos.

Vemos con sorpresa especies provenientes de su entorno natural transitando por las calles desoladas como en aquella película futurista «Soy Legenda». Ballenas retozando en las bahías de Acapulco. Y eso que solo llevamos unas cuantas semanas guarecidos. ¡Cuánta falta le hacía al planeta descansar de la polución! Somos una especie depredadora y tóxica. Sucede con la sobrepoblación de cualquier especie que las enfermedades mortales sirven paradójicamente como un autoregulador para nuestra propia supervivencia. Por eso no podemos esperar a que la ciencia y la tecnología lo resuelvan todo. La vacuna está en nuestras propias conciencias.

Es curioso ver que como todos los países cerraron sus fronteras. Los esfuerzos solidarios son aislados. En medio de la tormenta Trump decidió cancelar los apoyos a la Organización Mundial de la Salud. La ONU no es hoy el punto de encuentro de los países del mundo para velar por la supervivencia de nuestra civilización. Deberíamos estar escuchando ahí los discursos de los grandes estadistas. Nos faltó una foto tipo Churchill, Roosevelt y Stalin. Ahora es más interesante escuchar a Yuval Noah Harari o Bill Gates. Cada quien se rasca como puede. Las bolsas de valores no dan tregua a la especulación. El socialismo condena a su suerte a los pueblos en medio de la miseria y la incapacidad de sus sistemas sanitarios. El capitalismo voraz esta al acecho de empresas al borde la quiebra.

En la desesperación por el encierro y la parálisis económica la gente clama por volver a la calle a riesgo de un rebrote del virus. Por eso el mundo ya no puede ser igual después de la pandemia. El turismo que abarrotaba los grandes destinos ya no podrá ser igual. París recibe 33 millones, Venecia 25, Nueva York 51 millones de estadounidenses y 13 millones de extranjeros, ¿Será casualidad que tenga el mayor promedio de contagios a nivel mundial? Los espectáculos deportivos y culturales ¿Cuándo volverán a llenarse los Estadios, los grandes auditorios?

Algo nuevo tiene que suceder. La ONU debe renovarse, reestructurarse, redefinirse o dar pie un nuevo organismo multilateral, bajo un nuevo orden mundial, como sucedió con la Sociedad de Naciones después de la segunda guerra mundial. Los países deben comprometerse ya, adoptando y alineando políticas públicas si a cambio quieren solidaridad o empréstitos para salir de la crisis. No puede ser que después de esta terrible experiencia las cosas sigan igual. Sino lo hacemos, lo hará la sabia naturaleza. No va permitir que una, entre millones de especies, acabe con el planeta.

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