A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

El lecho de Procusto

Desde la máxima tribuna del país, la mañanera de palacio, el presidente López Obrador fustiga, un día sí y otro también a los medios críticos del país. Particularmente a aquellos que tienen mayor influencia en ciertos sectores de la población. Una sociedad democrática debe ser una sociedad informada. El ejercicio funciona bien en la medida en que el presidente o las autoridades responden, precisan o aclaran la información. La credibilidad de los medios depende de su veracidad, sus fuentes y la objetividad crítica.

Los ciudadanos seleccionan la información y eligen a los medios que a su juicio los mantienen mejor informados. Les es necesario en muchos ámbitos de la vida diaria y en la toma de decisiones. Nadie se traga el cuento de que vamos «requetebien» cuando el PIB está por los suelos y la inseguridad va al alza. Las fuentes oficiales de información no son, ni deben ser la única fuente de noticiosa. Eso solo sucede en los regímenes autoritarios. En Cuba el «Granma» es el único medio de información. Ahí Fidel Castro se explayó a sus anchas publicando textos que eran seguidos a pie puntillas como si fueran el evangelio de la revolución cubana. Eso sin contar las largas horas en que se dirigía al pueblo cubano en la radio y televisión. Por eso es que la disidencia desde su exilio en Miami creo su propio medio de trasmisión, Radio Martí, dada la cercanía y la posibilidad de que los cubanos sintonizaran las otras voces que criticaban y denunciaban los abusos del régimen castrista.

En la China de Mao Tse Tung sucedía lo mismo. El adoctrinamiento no permitía discernir sino por el contrario se volvió una especie de credo. Joseph Goebbels utilizó los mismos instrumentos propagandísticos para construir el liderazgo de Adolfo Hitler, el endiosamiento de su figura y la idea de superioridad racial que fue el caldo de cultivo propicio para anatemizar y perseguir a los judíos. Como en la celebre obra de Orwell «1984» con la figura de «El Gran Hermano», se controlaba a las masas e impulsaba el pensamiento único.

La misma receta se aplica a múltiples casos de regímenes dictatoriales a lo largo de la historia. Lo hizo la Iglesia durante la edad media con la costumbre de quemar libros que pudieran perturbar la fe. Calvino y Lutero a través de sus escritos provocaron la gran escisión que derivó en el protestantismo. Hay textos célebres como el de Erasmo de Róterdam, «Elogio de la Locura» que hasta la fecha son referentes obligados para entender la época de la intolerancia y la Santa Inquisición que tantas vidas cobró.

No es por eso casual que Hugo Chávez en Venezuela persiguiera y substituyera a la prensa crítica con sus largas peroratas a través de «Aló Presidente» donde un público a modo y con las televisoras y la radio trasmitieran por horas y horas las tesis tropicales del socialismo del siglo XX. Hoy lo sigue haciendo Maduro, aunque su capacidad oratoria no se asemeja para nada a la de Chávez. El discurso de odio antiimperialista y en contra de la oligarquía dio cohesión a un pueblo embelesado. Chávez heredó la millonaria disposición de ganancias petroleras y le alcanzó para dar y repartir. Ahora esa fuente inagotable de recursos se agotó. Y no por el embargo norteamericano. Los gringos por muchos años le siguieron comprando petróleo a Venezuela. Por ahí va Pemex solo que al actual presidente de México se le acabó el negocio con la baja de los precios y la inoperancia de una empresa en quiebra que genera pérdidas en vez de utilidades.

La mañanera es esencia lo mismo. Solo que en México aun sobrevive la prensa crítica, esa que tanto le incomoda. Nos recuerda a la mitología griega y aquel personaje llamado Procusto. Éste que ofrecía posada a los viajeros y ahí los invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a aserrar las partes del cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo. Y si nadie coincidía con el tamaño de la cama era porque Procusto poseía dos, una muy larga y otra demasiado corta.

La visión del presidente se asemeja a la de ese personaje. Lo llama derecho de réplica. Pero se olvida que es presidente de todos los mexicanos. Con la motosierra en mano cercena a diestra y siniestra a quienes no piensan como él. Por eso divide al país. Por eso polariza. No se da cuenta de que somos país diverso y plural que no acepta ajustarse a su realidad y sus datos. Esos que desde el púlpito presidencial nos dicta todas las mañanas.

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