A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Réquiem por la República

El 1 de octubre será recordado como una fecha fatídica en la historia de nuestra moribunda democracia. La Suprema Corte de Justicia de la Nación decidió someterse al capricho, las ocurrencias y la voluntad alegal de quien se perfila como el gran autócrata de México. La República fenece al ver arrodillados a los ministros que votaron, 6 contra 5, por una consulta disfrazada de popular pero orquestada desde el poder.

No bastó la movilización a lo largo y ancho de las plazas públicas en el país para reunir el número de firmas requeridas en desahogo de la ira popular contra los expresidentes de la república a los que se imputan todos los males del país. El presidente tuvo que recurrir a las atribuciones que le confiere la recién aprobada iniciativa para las consultas populares, obligado a solicitar por escrito la validación del supremo tribunal del país. Un linchamiento popular y mediático. Una persecución política. Un texto plagado de inconsistencias, prejuicios ideológicos y juicios de valor que no pueden validarse a la luz de la ciencia y la materia penal. Todo un «concierto de inconstitucionalidades» como afirmaría en su proyecto de dictamen el ministro Luis María Aguilar.

No había para donde hacerse. Era de esperarse un mínimo de congruencia considerando el precedente que sentará a partir de ahora por inclinarse a los desvaríos del poder presidencial. La Corte, duele decirlo, ha perdido toda autoridad moral ante la opinión pública por satisfacer el revanchismo político azuzado por los labradores de odio que hoy dividen y enfrentan a los mexicanos.

Serviles y oficiosos, los ministros se ofrecieron a corregir la plana al presidente sugiriendo un nuevo texto para no ser refutado por ellos mismos sabiendo que el original causaba pena ajena. Quienes rechazaron la consulta cumplieron con su deber sujetándose a la constitución. «La justicia no se consulta» diría el ministro Laynez. Quienes lo aprobaron, guardaron la misma en un cajón para congraciarse con el tirano que los ha venido descalificando desde el inicio de su gestión y ahora los amenaza veladamente. «Si la consulta no se aprueba mandaré una nueva iniciativa para modificar la ley» evitando así cualquier obstáculo a sus desenfrenos.

Si nos atenemos a la definición de lo que se conoce como una dictadura, hay que decir que estamos en esa ruta. Una dictadura es un régimen político en el que una sola persona gobierna con poder total, sin someterse a ningún tipo de limitaciones. Donde los poderes legislativo y judicial están sometidos de facto a su voluntad.

Recién impuso su voluntad en el INE haciendo que su presidente y varios consejeros negaran el registro al partido que promueven Margarita Zavala y el expresidente Felipe Calderón destinatario de su odio. En ambos casos, tanto en la Corte como en el INE, recurrieron a piruetas y subterfugios legales para agradar a quien no tarda en autoproclamarse «su Alteza Serenísima». Con la misma suerte han corrido los Organismos Constitucionales Autónomos. En la CNDH impuso a una marioneta que ha hecho inoperante la defensa de los derechos humanos. Quedan unos cuantos que le son incómodos, pero ya tiene los más importantes. Lo demás, es lo de menos.

No conforme con ello, mantiene un asedio permanente contra la prensa crítica a la que descalifica a diestra y siniestra. Corre prisa en convertir a México en el país de un solo hombre. Ha empoderado el ejército atribuyéndole funciones cada vez mayores que antes estaban a cargo de autoridades civiles, como sucede con la seguridad nacional, el aeropuerto de Santa Lucía y el control en los puertos y aduanas del país.

Quiere pasar a la historia y vaya que lo está logrando. Será recordado como un autócrata que fue responsable de la muerte evitable de decenas miles de mexicanos por la pandemia. Tolerante con el narcotráfico e implacable contra sus adversarios. El que se mofó de las masacres. Que no pudo con la inseguridad. Que hundió económicamente al país como consecuencia de sus malas decisiones en materia económica. Que ahuyentó las inversiones y está provocando la fuga de capitales. Que dilapidó todos los ahorros de la hacienda pública para su clientela electoral. Que quiso tanto a los pobres que hasta los multiplicó. Que los trató como mascotas. Que hizo lo que se le dio la gana ante la mirada displicente de una parte del pueblo sumiso, ignorante e indiferente. En la historia no hay dictadores buenos o malos, solo dictadores. Nada es para siempre…

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