A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Y colorín colorado…

No hay que darle muchas vueltas al asunto. Morena perdió las elecciones en Coahuila e Hidalgo, porque las cosas no van bien en el país. La gente votó por López Obrador y le otorgó toda la confianza a su partido, porque pensaron que lo harían mejor y no ha sido así. Y no hay nada peor que alguien que se siente defraudado y más aún engañado.

Ya quedó claro que la «aprobación» presidencial no se traduce en preferencia electoral y que los famosos 30 millones (un tercio del electorado) no pueden seguir imponiendo su santa voluntad. Aunque los porristas y bots sigan alimentando la idea de que todo va muy bien y la gente está feliz, lo cierto es que la gente ya se cansó de promesas, culpables, rifas, consultas, trenes, refinerías, aeropuertos, cantinflescos gateles y choros interminables. Quiere resultados que se reflejen en sus hogares y eso no está sucediendo.

Y mire que el abstencionismo se volvió a presentar, quizá por la pandemia o porque ya no votaron los mismos que en las elecciones pasadas. La abstención como un no voto de castigo como una clara advertencia de que muchos electores del 18 se sienten defraudados. Y lo peor es la reacción de los morenistas. Alegar fraude a estas alturas suena a sorna. Mucho tienen que ver la fragmentación de un partido que nació desunido. Que no es una capaz de elegir ni a su propia dirigencia y que se acusa de las peores prácticas del pasado incluida la corrupción.

La gente no votó en el 18 porque Yeidckol fuera una líder extraordinaria. Tampoco porque sus candidatos a alcaldes, diputados y gobernadores fueran los mejores. Ni siquiera los conocían. Y, salvo casos excepcionales, no han gobernado bien a falta de recursos que acaparó la federación, ausencias de liderazgo o habilidades políticas y por seguir colgándose del presidente y la famosa cuarta transformación que no tiene ni pies ni cabeza.

Los pobres que ahora son más pobres, los que no lo eran, pero ahora se han multiplicado, no quieren saber de Lozoyas ni García Luna ni Cienfuegos sino dónde están los beneficios que tanto les ofrecieron. Ni repartiendo todo el presupuesto van a lograr sacar al campo de la miseria sembrando árboles con cinco mil pesos al mes. El apoyo que reciben los jóvenes es una dádiva que no les va resolver el futuro. Hay siete millones de nuevos electores, todos ellos jóvenes. Y salvo algunos despistados que, como todos a esa edad, se sienten de izquierda, no ven un futuro promisorio ante una recesión económica que les cancela posibilidades de empleos y el desarrollo de sus capacidades de emprendimiento.

El mayor pecado de Morena, y en eso llevarán la penitencia, es no aceptar que su amado líder no lo está haciendo bien. No son capaces de un ejercicio autocrítico que empiece por evaluar al propio presidente. Menos aun de corregir el rumbo que está siguiendo el país. Tampoco de preguntarse si los Ackermans, Attolinis, Gibranes, Delgados, Taibos, Yeidckols y demás lambiscones con su doble discurso, abonan para ganar adeptos o en cavar la tumba de Morena.

Los mexicanos querían acabar con la corrupción como el freno que impedía mejorar sus condiciones de vida, pero eso no está sucediendo. Les importa un comino la estatua de Colón, el penacho de Moctezuma, las disculpas del Papa o la Corona Española. Tampoco se tragan ya más el cuento de las conspiraciones de la derecha y los conservadores. Ya no quieren más atole con el dedo.

El Rey va desnudo, pero nadie se lo quiere decir. El barco hace agua y los alfiles de la 4t buscan refugio en cargos de elección popular. Marcelo, Sheinbaum y Monreal mueven el ajedrez para la sucesión. Los votantes más reacios, adoradores del prócer macuspaneco, repiten como él, que todo va requetebien y el pueblo está feliz, feliz, feliz. Sigan así, se los pedimos encarecidamente.

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