A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Los ciudadanos no están en venta

Una de las tragedias de que adolece nuestra democracia -y me refiero particularmente a Chiapas- es que la hemos monetarizado. Acceder al poder se ha vuelto el monopolio de unos cuantos que cuentan con los recursos económicos suficientes para «invertir» en una elección. Hay además un binomio perverso entre quienes financian las campañas a cambio de la obra pública o cualquier otro negocio vinculado al gobierno. Así se han formado «carreras políticas» al amparo del poder. Es un circulo vicioso.

También los gobiernos en turno se obsesionan en acomodar sus piezas para ejercer control político. Controlan así la orientación del voto a favor de sus intereses. Utilizan los programas sociales manipulando los padrones a su antojo. Lo convierten en una prioridad mayor a la de gobernar haciendo bien las cosas. Hay excepciones por supuesto. Muchos trabajan para imponer sucesores pensando en la lealtad que les profesan adosada de complicidad. Y vaya que no entienden que han procreado una clase política ruin, anodina y acomodaticia que es leal al poder y no propiamente al que lo ostenta. Por eso todo aspirante clama por la bendición que viene de arriba.

Servilismo
Bajo esa primicia, la democracia se ha pauperizado y mercantilizado. Por ello se encumbran en el poder quienes demuestran dotes de servilismo y no de servicio. No puede llamarse democracia a un ejercicio carente de libertad y raciocinio. No puede haber prosperidad en un pueblo que vende su voto al mejor postor aun por necesidad. Pero muchos creen que esa es la política -la real politic- descobijada de ilusos cuyas pretensiones no pueden cristalizarse con buenas intenciones.

Abuso de la pobreza
Es nuestra pobreza material, la causa y el efecto de nuestra desvalorización ligada a nuestra falta de desarrollo. A una política social que atiende las necesidades inmediatas de la población, pero no genera oportunidades ni movilidad social, sino estrecha dependencia de los favores gubernamentales. Por eso nuestro enorme presupuesto no alcanza para invertir en infraestructura que detone la actividad económica. Hoy seguimos siendo el estado 10% más pobre del país a pesar de la enorme derrama económica de las últimas dos décadas.

Son pocas las ciudades donde existe una incipiente ciudadanía. Es ahí donde se puede apostar a que estos voten con plena libertad, aunque aún entre ellos, se practica la cortesanía al poder en aras de obtener cualquier tipo de dividendos. Hace algunos años tuve la oportunidad de elegir como dirigente partidista a quien consideraba un excelente candidato para un municipio importante del estado. Ganó la ciudad, pero lo derrotaron en solo un ejido donde el candidato triunfador enfocó sus «recursos». Me lo contó después el susodicho y me sentí burlado.

Tuxtla se cuece a parte
Para el caso de nuestra ciudad capital, yo creo que la elección se cuece aparte. Ya vimos un despertar social en el 2015 que derivó en marchas multitudinarias de protesta y enojo social. Aun así, la periferia pobre sigue siendo rehén de quienes a través sus «estructuras» otorgan apoyos y dádivas para ganar sus favores o de plano reparten dinero a manos llenas el día de las elecciones a los que «movilizan» con transportes alquilados para ir a votar. Ahora que la pobreza ha aumentado, el terreno les es más fértil.

Yo si le tengo fe a los ciudadanos que por ningún motivo venderían su voto. Aún así la propaganda política es otro terreno que genera desventaja y nos puede dar gato por libre. Los organismos de la sociedad civil y los medios de comunicación harían muy bien en organizar diversos foros para que los candidatos contrasten sus ideas en vez de despellejarse. Solo que ahí tenemos un déficit porque también se les cuecen habas y de plano no quieren asumir un rol más proactivo para construir mejor ciudadanía. Aún así Tuxtla ha demostrado que no es parcela de ningún partido político. Ojalá que así sea para elegir bien y las consecuencias no las paguemos todos.

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