¿A quién le importa el país? / Lucía Melgar Palacios

En estos tiempos, parecen multiplicarse personajes y grupos que, por más que hayan asumido o tengan la obligación de privilegiar el “bien superior de la Nación”, le anteponen su bienestar propio.

En este catálogo aparecen políticos que, emberrinchados, ineptos o caprichosos, provocan crisis diversas en sus estados, municipios o en el país, funcionarios corruptos que se sirven del erario público como de su cartera, candidatas/os que ensucian ciudades y campos con propaganda ilegal con tal de difundir su nombre y rostro, representantes populares que ignoran a la ciudadanía para seguir órdenes de arriba y buscan aprobar leyes torcidas o reimponer a una fiscal cuestionada, personajes diversos que buscan debilitar a las instancias judiciales y electorales, jueces que dictan sentencias injustas…

Quienes ejercen el poder político en sus diversas formas tienen mayor responsabilidad ante la ciudadanía, la “Historia” y “la Patria”(a las que algunos tanto apelan) que la gente común; pero ¿acaso la sociedad – en particular los grupos con poder económico o amplia influencia- no somos co-responsables de lo que aquí sucede?  ¿A quiénes les importa preservar y mejorar, si no “el país”,  la vida y la convivencia hoy y a futuro?

México no es solo un territorio, un mapa donde trazar a capricho rutas de trenes o desarrollos inmobiliarios, una fuente de recursos que usar o depredar; tampoco es un conjunto de “recursos humanos” disponibles para la explotación por medios legalizados o criminales, como parecen creer autoridades de todo tipo, grupos económicos cuyos intereses se trenzan con el poder político, o el crimen organizado que, de Chihuahua a Chiapas, opera como un conglomerado empresarial al peor estilo neoliberal y necropolítico.

Un país es a la vez un territorio interconectado en sí  y con el mundo, una sociedad ligada a su medio ambiente,  a sus interpretaciones del pasado y a sus aspiraciones de futuro; un ámbito de convivencia;  un conjunto de identidades múltiples, de lugares de pertenencia individuales y colectivos.

Para muchas personas, no es una “Patria” sino, como escribiera J.E. Pacheco, uno o “diez lugares suyos,  cierta gente”…  por los que “daría la vida”. No  es un ente inaprehensible, sino esos espacios, hermosos o degradados, preciados para la vida de cada quien, de una comunidad.

 Si, como parece, a la clase política no le importa el país (ni su estado, ni su ciudad), al que confunde con un campo de batallas personales o un parque de diversiones, ¿le importa a las empresas? No, desde luego, a las transnacionales que violan la ley para depredar, contaminar o atentar contra comunidades y defensores/as del medioambiente.

Tampoco a grandes empresarios cuyos intereses se trenzan con el poder político, que se hacen eco del discurso oficial y, si acaso critican la militarización o la extorsión criminal, se cuidan de hacerlo en público. Tampoco las empresas que violan la Ley del Trabajo, promueven o toleran el acoso laboral y sexual y contaminan su entorno. Su impacto no es menor, afecta la vida cotidiana de personas y comunidades.

¿Le importa su municipio, su ciudad, su cuadra a la gente común? No a quienes actúan como si el espacio público fuera solo suyo (y propiedad significara abuso), no a quienes contaminan el aire y confunden avenidas con pistas de carreras, sin piedad por quienes atraviesan la calle, indiferentes a las ambulancias. Tampoco a quienes, contra toda civilidad, maltratan o golpean a quien se les cruce en el camino,  empujan y pisotean en el metro, o disparan insultos por doquier. Tampoco a quienes descalifican a las mujeres que se atreven a denunciar violencias machistas, ni a quienes estigmatizan a jóvenes asesinadas y asesinados o madres buscadoras.

De arriba abajo, se repiten conductas que degradan la convivencia y el medioambiente, prevalece la gana o necesidad de enconcharse en si mismo/a, por arrogancia, miedo o desesperanza. Quejarse solo de la ineptitud o negligencia de la clase política, pasa por alto la co-responsabilidad personal y colectiva en la degradación de la vida política y en la corrosión de la vida cotidiana.

Por eso es imprescindible escuchar y fortalecer la voz y las demandas de familiares de personas desaparecidas o asesinadas, preservar la capacidad de diálogo y acción colectiva. Por eso son fundamentales quienes actúan con integridad, quienes defienden la dignidad de todas/os, quienes  denuncian la corrupción, quienes exigen justicia, quienes buscan la verdad.

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