Cerrando con broche de odio / Claudia Corichi

Shannon Stapleton/Reuters

Sigo sorprendida por los hechos del Capitolio la semana pasada. El icónico recinto del Congreso estadounidense fue violentado cuando protestantes pro Trump interrumpieron la sesión de certificación de las elecciones presidenciales. Joe Biden y Kamala Harris, primera dupla mixta, asumirán sus cargos el próximo 20 de enero, ceremonia a la que Trump no asistirá y que podría ser boicoteada por sus seguidores. A días de que esto ocurra, el aún Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha declarado fraude en las elecciones y ha instigado movilizaciones en contra del cambio de gobierno.

El hecho tiene muchas aristas. Por un lado, las fotografías que vemos en redes sociales, respecto al contraste entre las fuerzas policiacas preparadas para una protesta del Black Lives Matter el año pasado, y la escasa seguridad que hubo para esta reunión del Congreso, así como el número de detenidos, procesados y muertos, subraya el tema del racismo en dicho país y deja evidencia concreta de los que significa el privilegio que tienen «los blancos» (white privilege) sobre otras minorías raciales constantemente discriminadas, hostigadas y criminalizadas, por su tono de piel.

Por otra parte, la virtud de la democracia liberal, como forma de gobierno, emblema de Estados Unidos para actuar al interior de otros países, ha quedado públicamente corrompida por los hechos del pasado 6 de enero. Las declaraciones del presidente para incitar a la insurrección, y en respuesta, la censura que recibe de parte de Facebook y Twitter han generado incertidumbre y fuertes caídas en las bolsas de valores. En el país en el que los medios ratifican de facto las elecciones y nombran al vencedor, tenían que ser las redes sociales quienes en su calidad de empresas cerraron espacios, que se creían públicos, con el fin de frenar los disturbios. Reconozco que, aún cuando Trump no ganó, más de 74 millones de estadounidenses (blancos supremacistas y radicales incluidos) votaron por él y lo siguen.

En el horizonte se reactiva el debate por lo cerrado de las elecciones y el papel del colegio electoral en la democracia vecina. También continúan los debates sobre racismo y no discriminación, así como el de la libertad de expresión y la ética de las redes sociales; en un contexto internacional de crisis económica, cambio climático, pandemia y quizá el fin de los populismos de derecha.

En fin, Trump cierra con broche de odio 4 años de tensiones por la política doméstica y exterior. Con una lista de juicios en espera y un segundo proceso de destitución en la puerta, –esta semana o la que sigue– veremos salir a Trump de la Casa Blanca envuelto en escándalo y con los mismos discursos de odio con los que llegó.

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