Chiapanecos de segunda / Álvaro Robles

Falta de equidad social y sus reinvenciones

[dropcap]L[/dropcap]a equidad social es la forma en la que se denomina al conjunto de prácticas que pretenden acabar con las barreras sociales, culturales, económicas o políticas que dimanan de la exclusión y la desigualdad. Su objetivo final es que, con independencia de las circunstancias en que se encuentren, todos los miembros de una sociedad tengan las mismas oportunidades y derechos.
Este principio básico en el país no termina de arraigarse y no me refiero al aspecto simplista de pensar en uno de los actores criticados de este flagelo, como lo es el gobierno que excluye, o la clase acaudalada del país, que llegó a consolidarse como tal, violentando este principio, son los malvados llanos. Observarlos solo a ellos, resulta pueril. No creo que sea la única parte que convenga analizar para cambiar y mejorar las condiciones nacionales este sentido.
La desigualdad en México tiene el mismo tiempo que nuestra propia historia. Acto por acto, la sucesión de hechos desde el mundo precolombino a la colonia, la república, Revolución y actualidad, ha consolidado un modelo falto de equidad, que enmarca el diseño de nuestra idiosincrasia, escasa de solidaridad. Esto no nos viene de España, nos es cosa del pasado inmediato, no tiene dos siglos. La razón del ser colectivo mexicano, de su cualidad egocéntrica que soslaya los derechos de terceros, tiene orígenes que se pierden en la historia.
De la conquista para acá, apenas y han pasado 15 generaciones en cada una de nuestras familias y el proceso de conformación de nuestra idiosincrasia no deviene de ahí. Ya existía un colonialismo exacerbado con la nación náhuatl y se construía desde entonces el andamiaje para configurar la falta de equidad social del ahora mexicano. La colonia consolidó un modelo de desigualdad violento en el que solo los españoles y sus familias tenían derecho a todo y los demás tenían derecho a nada.
Ya en el siglo XIX y una vez resuelta la flaqueza del modelo colonial, por la invasión de los franceses a la «madre patria», Eufemismo que por cierto nos viene de la boca de los ibéricos, los criollos americanos en una revuelta desorganizada y populista, con el «abajo los gachupines» terminan los 300 años de la presencia hegemónica de España en este territorio e inicia el periodo independiente cuya base de organización resultó ser casi la misma que se había establecido con los europeos.
La independencia pues, no significó la conclusión de un modelo de desigualdad que hasta la fecha perdura. Más bien se rediseñaron nuevos mecanismos que aprovecharon la brutal ignorancia de la mayoría de los pobladores para acabarles de despojar lo poco que había y remodelar ahora el modelo «independiente» para consolidar los estratos de los pudientes y la prole.
Baste recordar como Antonio López de Santa Ana fue presidente 11 veces y cómo dictador se impuso el mote de «ilustre Serenísima» que acusaba lo violenta falta de equidad y luego de él llegaron los extraordinarios pillos que provocaron el imperio de Maximiliano y los saqueadores cobijados por la Iglesia.
Con la Reforma juarista los ricos que cobijaban su fortaleza en la iglesia católica debieron rediseñar su discurso político y aprovechar la debilidad del nuevo esquema, apuntalándose en las fortalezas del viejo modelo para superar la pretensiones de igualdad que algunos avezados impulsaban. El quid era obviamente, mantenerse en el nivel alto de la pirámide social y con un nombre u otro, y conservar prebendas y canonjías.
Porfirio Díaz en su juventud y con la inteligencia de un coyote oaxaqueño –que no es poca – observó el reordenamiento de la fuerzas de la clase acomodada en plena Reforma. Apreció el extraordinario hito de que un indio llegara a la presidencia de la nación y descubrió que a la astucia de los ricos y quienes le habían dado la vuelta a las pretensiones de la Reforma, les hacía falta el arrojo de los temerarios.
Es posible que ello lo haya orillado a escoger las armas como una vocación profesional. Su sangre mixteca no le impedía observar cómo se conducían los ricos oaxaqueños pues su padre y madre eran administradores de grandes empresas y tenían tiendas grandes para los más pobres, respectivamente. Su condición a diferencia de Juárez era de persona acaudalada.
De tal suerte que don Pillo cuando se convierte en un militar y destaca por su brío en la lucha de la intervención francesa. Obtuvo en su ágil carrera política los suficientes datos para buscar la presidencia de la república y asentar desde sus reales, lo necesario para convertirse en el nuevo virrey mexicano. Con ello, ya serían tres virreyes en apenas 60 años de la época «independiente».
De la revolución para acá la lista de virreyes es tan amplia que huelga enumerarlos. Más si vale decir que como en la época colonial, estos tratan de distanciarse de lo que la hija del presidente Peña Nieto describe como la prole. Ser virrey es diferenciarse de la masa y disponer no solo riqueza, sino también acceso al poder público, como fuente basta para mantenerse y acrecentar fortunas.
Hoy sin embargo, el modelo del virreinato ya no distingue su vigencia entre los ricos y quienes no son. El virreinato o Mirreynato cómo ahora lo llama el investigador Ricardo Raphael De la Madrid, atañe a todos. A los ricos de antaño y a los otroras pobres que ahora que escalan, sin escrúpulo para codearse con los primeros y con ello y emular su modo de vida: entiéndase políticos que en menos de una década pasan de llanos ciudadanos o prominentes hombres de negocios, y quienes no pueden transitar este camino, confían esperanzados en que la vida les dé una oportunidad de subirse al tren de opulencia, o a sus hijos, y en ello construyen una complicidad y omisión gravosa que robustece la falta de equidad social.
Hemos convivido tanto tiempo con la desigualdad y la falta de equidad social que nos hemos hecho resistentes a la adversidad, y en lugar de combatirla, hemos aprovechado sus ventajas o confiamos en aprovecharla.
Así como el nuevo Mirey que como ejemplo más vulgar podemos usar al presidente de la república o el gobernador, tiene el poder para conducirse con un enorme boato y hacer uso discrecional de los recursos públicos dedicados a los más pobres, y sexenio tras sexenio genera nuevos ricos y nuevos pobres, en menor escala ese modelo se repite a nivel municipal o comunitario, en donde incluso en los ejidos y rancherías más paupérrimas, los comisariados o líderes manotean a voluntad el destino de recursos, lo reparte entre su familia o amigos y procuran a ese nivel, convertirse en pequeños mirreyes.

Cosas veredes

Cada gobierno en Chiapas beneficia a sus cuates y estos, de loro-chuchos pasan a ser acaudalados. Solo voltee a ver a quienes estuvieron con Juan, Pablo o Albores y notará que hoy son casi la misma calidad de personas, sin escrúpulos y convenencieras, que si ayer juraron amor eterno a Juan o Pablo hoy lo defenestran públicamente para granjearse los favores del actual gobernador. Lo mismo ocurre con periolistos, que no periodistas, o comerciantes y hasta los intelecuales. El modelo virreinal aún funciona.

alvarorobles1303@gmail.com

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