Chiapas desde el Senado / Zoe Robledo

Traslado de poderes en Chiapas. Regionalismo e intereses externos

Muchos van a conocer las siguientes líneas:

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada.
Podría ser la cita de algún intelectual coleto o tuxtleco en la disputa histórica por la capital. Se trata de Charles Dickens en «Historia de dos ciudades» pero sin duda podemos imaginar al autor describiendo a Tuxtla y San Cristóbal, una en paz y ordenada, la otra agitada y en caos. No digo cual en qué condición, es yo ya dependerá de donde hayamos dejado nuestro ombligo.
Chiapas es una tierra generosa en muchos y diversos sentidos. Chiapas es tan generosa que permite hasta tener opciones en los nombres de sitios y gente.
En Chiapas, llamamos Coita a Ocozocoautla; llamamos Venustiano Carranza a Fray Bartolomé de los Llanos, le decimos Suchiate a Ciudad Hidalgo o Jaltenango a Ángel Albino Corzo quien, dicho sea de paso hoy conmemora 140 años de haber fallecido y si viviera, liberal como fue, seguro miraría atento y con interés lo que hoy sucede en Chiapas y especialmente aquí, en Tuxtla.
En Chiapas, los lugares no se llaman como se llaman, o como dice mi querido Laco, tampoco nadie la gente se llama como se llama, incluso él que, según la leyenda, originalmente se llamaba Eraclio, le decimos Laco y sigue siendo un misterio quién es invento del otro.
Pero decía, Chiapas en su enorme generosidad no solamente ha permitido el cambio de nombres de los lugares sino además ha permitido mutar de un nombre de origen religioso a uno político o a alguna voz indígena o al revés sin limitante alguna. Y en este contexto, hablar del traslado los poderes –políticos o eclesiásticos- de San Cristóbal a Tuxtla y viceversa, representa una distancia más corta que la que hay de aquí a Jovel por la autopista.
Lo cierto es que en la historia de Chiapas, tanto los límites como las sedes del gobierno fueron volátiles. Incluso, hubo ocasiones en las que los poderes se multiplicaron y no se sabía realmente quién gobernaba o quien debería gobernar.
Hasta la conquista de nuestro territorio por parte de los españoles, el territorio que hoy es Chiapas era un conjunto disperso de agregamientos humanos igualmente diversos.
El escenario presentaba todos los rasgos del aislamiento y la lejanía que ocasionalmente se rompían para acercamientos violentos entre algunos de los diversos pueblos.
Durante siglos campeó la guerra o el desconocimiento de un pueblo respecto a otros. Como sucedió en buena parte del país — incluso del Continente Americano— la conquista y la incorporación al dominio hispánico permitieron a muchos pueblos conocer a otros, lejanos o de cercanías.
Estas circunstancias distan mucho de ser intrascendentes. La trayectoria de los aislamientos y encuentros violentos generó rivalidades no-violentas que aún permanecen; particularmente con los localismos y las fobias dirigidas contra los municipios vecinos o relativamente lejanos.
Estas circunstancias distan mucho de ser intrascendentes. La trayectoria de los aislamientos y encuentros violentos generó rivalidades culturales que aún permanecen; particularmente con los localismos y las fobias dirigidas contra los municipios vecinos o relativamente lejanos.
Todos, de alguna manera hemos percibido que hay una rivalidad entre Tuxtla y San Cristóbal; entre Villaflores y Villa Corzo; entre Huixtla y Tapachula; entre Palenque y Playas de Catazajá; entre Yajalón y Chilón; entre Tuxtla y Tapachula; entre Arriaga y Tonalá; entre Cintalapa y Ocozocuautla; entre Comitán y San Cristóbal; entre Ocosingo y Altamirano. Hay muchas otras, pero solamente he citado algunas a manera de ejemplo. Incluso hay otras rivalidades que nada tienen que ver con lo político:
Las permanentes disputas basquetboleras en la Sierra entre Bellavista y Comalapa, la disputa por el mejor café entre Jaltenango y Palenque, la del mejor embarcadero entre Cahuaré y Chiapa de Corzo, la del mejor atardecer entre Puerto Arista o Playa Linda –aunque aquí debo decir sin duda que el primer lugar corresponde a Puerto Arista- o, desde luego, la del mejor pan regional que disputan permanentemente coitecos contra coletos.
Vemos como esto empieza a ponerse interesante. Estamos hablando del PAN y de la disputa de poderes. Claro, me refiero al pan de dulce y a la disputa de poderes entre Tuxtla y San Cristóbal. Nadie piense otra cosa.
Decía entonces que el traslado de poderes en Chiapas obedeció fundamentalmente a cambios nacionales que repercutían en la entidad, aunado esto a las propias dinámicas locales.
Al sentarse las bases productivas y de organización social, el aislamiento llevó a los grupos sociales a una suerte de autismo de los grupos sociales. La economía se construyó como conjuntos regionales, cada uno con sus respectivos ritmos de desarrollo.
La economía de Chiapas fue un proceso desintegrado, puesto que en el momento de la conquista, los conquistadores no tenían una propuesta de homogenización. Las primeras acciones económicas se dieron en el marco de una economía tributaria, cuyo mecanismos más efectivo de conservación era mantener la división entre los grupos sociales.
Al llegar el capitalismo tardío, la nueva división del trabajo determinó que las economías regionales subsistieran y ese tren productivo todavía se mantiene.
Recurro a los ejemplos: la economía de plantación se encuentra en la zona Costa y Soconusco, en donde se cultiva café, cacao y plátano, la trilogía más dinámica de la economía de esa zona chiapaneca. Otro enclave de la economía de plantación es la zona norte, con el cacao y el plátano de Pichucalco y su área correspondiente. La producción maicera evoluciona en la Depresión Central y la Frailesca. Las crisis agropecuarias dieron paso a un proceso de ganaderización con asiento en la zona de Cintalapa, en la costa y en Ocosingo. El comercio se desarrolló en las ciudades, seguramente como una actividad más homogénea, pero con algunas particularidades también definidas por el aislamiento. Los medios de transporte, que fueron desde los arrieros hasta los aviones adaptados para carga diferenciaron al comercio en nuestro territorio.
Las evoluciones de la sociedad, en cuanto a su organización, también remarcaron las diferencias. Si nos atenemos a las relaciones del trabajador-patrón, nos vamos a encontrar con que la regionalización tiene impactos importantes.
El baldiaje (una especie de peones acasillados), por ejemplo, existió en prácticamente todas las regiones con una población importante. Sin embargo, desapareció primero en las zonas con economía de plantación y, por supuesto, en las ciudades. Estas relaciones conformaron culturas distintas, que terminaron por dar carta de naturalización a las rivalidades ya enunciadas al principio.
La ausencia de la autoridad estatal, en términos de presencia para resolver las dificultades, hizo surgir caudillos que sustituían al gobierno y que, por supuesto, enriquecían el localismo. A menudo, sus pleitos con otros caciques o caudillos se convertían en bandos distintos y enfrentados.
Un fenómeno similar se presentó en la rivalidad Tuxtla-San Cristóbal, en el marco de un conflicto por los problemas en el centro del país. La Revolución Mexicana dividió aún más a los chiapanecos.
El aislamiento también abonó a la inestabilidad en la residencia de los poderes políticos en el estado. La capital del estado cambió de sede varias veces e, incluso, diversos movimientos separatistas surgidos a lo largo de la historia crearon capitales de corta duración y con menos reconocimiento. Ese es el caso de Comitán, Tapachula y Pichucalco, que fueron «capitales» para algunos grupos en pugna respecto a San Cristóbal o Tuxtla.
Antes del cambio definitivo a Tuxtla, los poderes fueron trasladados tres veces desde San Cristóbal.
La primera en 1834, con don Joaquín Miguel Gutiérrez. Otra vez fue en 1858 y una más en 1864. La definitiva fue en 1892, justamente el 9 de agosto, aunque algunos cronistas sostienen que fue el 12. El promotor del último cambio fue Emilio Rabasa, un liberal porfiriano a quien poco se conoce y menos se le reconoce en Chiapas, no obstante su significativa aportación no únicamente a la política sino a la ciencia política mexicana con su obra «La constitución y la dictadura»
Rabasa fue un «científico» porfirista autor de la teoría del gobierno fuerte para México. Es, en realidad el mexicano que fundamentó con mayor fuerza la necesidad de un gobierno fuerte, pero constitucional;
Hoy, a 123 años de que Tuxtla se convirtió de manera definitiva en la capital del estado, bien haríamos los chiapanecos, en resignificar el papel de Rabasa en nuestra historia y reconocer su aportación.
El traslado de poderes entonces, una y otra vez, se correspondía con los conflictos de todo el país y variaba según quien gobernara a los mexicanos. Cuando eran los conservadores, por razones complicadas, la capital era San Cristóbal de las Casas; cuando eran los liberales, la capital fue Tuxtla.
Rabasa fue un liberal y, sobre todo, un convencido de que Tuxtla era el lugar estratégico para fortalecer al gobierno porfiriano. Sobre todo, en materia militar, por estar relativamente más cerca del centro y de las vías de comunicación que se esperaba establecer. El porfiriato, dicho sea de paso, tenía el proyecto de un ferrocarril hasta Tuxtla y San Cristóbal. Tuxtla era, incluso, militarmente de valor estratégico. Los porfiristas no veían bien a San Cristóbal y esto se demostró cuando muchos maderistas procedían de San Cristóbal. Incluso, don Flavio Guillén, secretario particular de Madero, era sancristobalense.
La evolución del centro del país era decisiva para Chiapas. Fíjense que, incluso, varios nombres de las ciudades chiapanecas cambiaron de acuerdo con el grupo que gobernaba en el centro del país. Tuxtla, pasó a ser Tuxtla Gutiérrez en homenaje a un liberal. San Cristóbal pasó a ser «de Las Casas», cuando se quiso agredir a los sancristobalenses con el apellido del obispo que, se supone, no muy lo querían, o al menos no muy lo querían todos.
Chiapas ha sido un lugar de regiones. Si observamos algunos datos de capitales estatales en México, veremos un dato muy interesante.
Un cuarto de Puebla vive en la capital y tres de cada cuatro hidrocálidos viven en su capital.
En Tuxtla, viven solo uno de cada nueve chiapanecos. Ciertamente Tuxtla Gutiérrez es la capital de los poderes, pero igualmente, podremos coincidir en que Tapachula es la capital económica, San Cristóbal la capital de la cultura, Villaflores la capital de la lengua, Palenque nuestra capital del origen, Tonalá capital del mar, Comitán capital de las libertades, Simojovel la capital del ámbar y desde luego… Puerto Arista capital del mundo.
Chiapas ha sido un lugar de regiones, que es necesario pensar y convertir en una fuerza para dar impulso a un mejor desarrollo en el estado. La diversidad creó conflictos y, por eso mismo, es necesario reflexionarla de manera permanente, para deshacernos de los pasados que todavía no han dejado de oprimirnos.

BIBLIOGRAFÍA:
Prudencio Moscoso, Historia de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, s.p.i.
Emilio Zebadúa, Breve historia de Chiapas, México, FCE-El Colegio de México, 1999.
Antonio García de León, Resistencia y utopía, tomo 2, editorial ERA, 1989.

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