Chiapas desde el Senado / Zoe Robledo

De malas

Los mexicanos están de malas. Por lo menos eso dice una serie de discursos y artículos recientes. En su visita a Guadalajara el pasado 25 de abril, el presidente Enrique Peña Nieto afirmó que, a pesar de que ha leído que «hay un mal humor social (…) hay muchas razones para decir que México está avanzando». Algo parecido a lo que diez días antes dijo el secretario de Desarrollo Social, José Antonio Meade, cuando llamó a que «dejemos el mal humor (…) la crítica sin fundamento».
¿Cómo lo saben? ¿Una bola de cristal, el tarot, conocimientos de oniromancia, o simplemente leyeron la palma de la mano de la nación? ¿Bajo el aval de qué fuentes diagnostican el encabronamiento nacional?
El humor social no es una ocurrencia dialéctica ni una muletilla retórica. Se trata de un concepto que fue creado por la agencia de investigación Nodo, dirigida por Luis Woldenberg, que durante 20 años se ha dedicado a construir un aparato metodológico para medir y entender el humor social a través de categorías que ayudan a explicar la compleja realidad mexicana. De esta forma, se obtienen vertientes y matices que definen el sentir de la población de manera científica y cuantificable.
La sistematización de una metodología que permite medir el humor social aporta información para entender la historia reciente de México en dos momentos principales y, entre ellos, un doloroso quiebre. ¿Cuándo ocurre ese momento de quiebre? Las hipótesis han apuntado a muchos lados: 1968, 1985, 1988, pero el estudio exhaustivo de Nodo no deja duda: ocurrió en 1994.
El periodo de 1988 a 1993 es la clave para entender la caída estrepitosa de la moral nacional. El sexenio de Carlos Salinas de Gortari se esmeró en construir la imagen de un México preparado para abordar el primer mundo. Durante esos años, las políticas presidenciales fueron inflando la burbuja. Se lanzó una campaña de modernización absoluta, la mano larga del priismo se extendió por lo ancho del territorio; Salinas buscó transformar todo, pero omitió una cosa: la realidad.
El 1 de enero de 1994, el primer día de la nueva era, el país amaneció con la noticia del levantamiento zapatista en Chiapas. Allí cambió para siempre el humor nacional. Si las sociedades se gestan de manera similar que los individuos, entonces, el 31 de diciembre, el niño se fue a dormir con la promesa de su padre de que mañana sería un gran día y el 1 de enero se despertó con la nueva de que el padre era un mentiroso. A partir de allí, la ilusión del mundo que protege se disolvió para siempre. La crisis dejó de ser entendida como una situación económica acotada y empezó a permear en todos los aspectos de la vida nacional.
El cambio es drástico. Desde finales de 1993 hasta el primer trimestre del año 2016, el humor social ha oscilado desde lo más alto («eufórico») hasta un sótano anímico absoluto («miedo con violencia»). Dicho rango del humor social puede agruparse en distintas categorías que hablan sobre un tipo de ciudadano, desde el más recalcitrante inconforme con su situación actual, la de su familia y la de su país, hasta quien se asume como protagonista en la reconciliación entre su status y su contexto familiar y político, todo con optimismo y perseverancia.
Sin embargo, el humor social ha sido tan vapuleado por la realidad nacional que, a partir de la crisis económica y financiera de 2008, fue necesario construir una nueva escala que pudiera medir la profundidad de los valores negativos que nunca antes habían sido alcanzados por el humor social en México.
Con la llegada de Enrique Peña Nieto a la Presidencia, el humor social recuperó terreno, sin que por ello se saliera del sótano anímico en el que se encontraba. Si bien el Pacto por México y el viraje de la comunicación gubernamental hacia temas distintos al de la seguridad provocaron un aumento en los niveles de humor social, éste no duró mucho.
Fue a partir de la presentación de la reforma energética, en 2014, que el humor social empezó su irreversible tendencia a la baja. Las marchas de la CNTE, la polémica alrededor de las reformas e incluso el hecho de que la Selección Nacional de futbol se fuera a repechaje en el torneo de calificación al Mundial, afectaron el humor social.
Después, el humor social tocó fondo. Hemos alcanzado el punto más bajo desde que se tiene registro. La desaparición de los 43 estudiantes de la escuela normal rural Isidro Burgos, en Iguala, y los escándalos de conflicto de intereses (la Casa Blanca de Angélica Rivera y la residencia de Malinalco del secretario de Hacienda) han acabado por agregarse al fuerte lastre que se viene cargando desde la ruptura del 94.
El miedo y la incertidumbre con el que la población vive es descomunal. La desconfianza entre la gente y hacia las instituciones del gobierno alcanza un mínimo histórico, sólo para agravarse por el discurso oficial de que «México se está moviendo». Y la respuesta del gobierno ha sido inoperante: de la misma forma que su diagnóstico no se basa en datos (a pesar de que los tienen), su resolución no se basa en acciones. Se pretende mejorar el humor social a través de campañas de comunicación y de la construcción falsa de una narrativa, pero no se transforma el único campo que puede mejorar la situación: la realidad.
Mientras los datos muestran un desánimo generalizado, el partido del Presidente bloquea el Sistema Nacional Anticorrupción y la #Ley3de3; un aliciente social que daría un respiro, acaso un triunfo a una sociedad que ya ha perdido demasiadas veces.
El nuevo PRI ha hecho de la sociedad un perdedor perpetuo, que poco a poco genera resentimiento y violencia. Perdió con Ayotzinapa, perdió a Aristegui, perdió frente a la justicia, perdió con la impunidad y ahora pierde también con la #Ley3de3.
El riesgo de ignorar el humor social es alto; pretender gobernar sin entender el contexto en el que se gobierna es un ejercicio infructuoso. ¿Cómo reparar el barco si no se sabe qué está descompuesto? La pregunta queda en el aire. Una cosa queda clara: el humor social responde a los estímulos de la realidad; si ésta no se transforma, el humor social no mejorará. La simulación no funciona para construir bienestar.

El autor es Senador de la República por Chiapas

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