Chiapas desde el Senado / Zoe Robledo

Revolución educativa

Hace unos días, directivos, docentes, administrativos y alumnado de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal de Licenciatura en Educación Primaria del Estado, nos invitaron –a mi familia y a mí– a la ceremonia de graduación de la generación 2012-2016. Desde luego aceptamos, con mucho gusto.
Por cuestiones de agenda legislativa, no pude estar presente, pero Marifer, mi esposa, sí. Ella llevó el mensaje de la familia Robledo Pariente a la nueva generación de profesionistas que se harán cargo de un bien incalculable para el desarrollo de nuestro estado y país: la educación.
Y es que elegir una vocación es sin duda una de las decisiones más importantes en la vida de cualquier persona. Con el esfuerzo personal y de la familia, las y los jóvenes pueden elegir estudiar para abogado, administrador, médico, contador, o docente, como es este caso.
Existen varias formas de llamar a esta tarea. Suelen llamarles, además de docentes, profesores o maestros; existen también varios niveles, desde preescolar hasta universitario; existe diversas materias y especialidades, pero en todos los casos debe existir un elemento convergente y ese es sin duda la vocación.
No se puede ser Maestro si se carece del deseo de compartir lo que se sabe, no se puede ser maestro si se carece del deseo de ayudar a otros a conocer nuevos mundos a través de la lectura y el conocimiento.
Y esa es una de las facetas que hacen más bella y significativa la docencia, pues es una de esas actividades que nos dan sentido como seres racionales, como seres que piensan, como personas…
Estoy seguro que los nuevos docentes, los recién graduados, serán grandes maestros y maestras, porque en todos los casos, se gradúan como resultado de su esfuerzo a lo largo de ocho semestres; porque han tenido a su vez, grandes maestros y maestras, y justo porque su elección de carrera tuvo necesariamente que ver con lo que mencionaba hace un momento, con su vocación. En este caso con la vocación de ser maestro o maestra.
Y soy un poco reiterativo con este punto porque hoy ser docente en México, y especialmente en Chiapas no es cosa sencilla.
En estos tiempos, ser maestro o maestra en Chiapas es sinónimo de vocación, pero también es sinónimo de reflexión, de cuestionamiento y de lucha.
Hoy, ser maestro o maestra en Chiapas es sinónimo de aceptar y sumarse a aquello en lo que creemos, pero también de oponerse y demandar que aquello con lo que no estamos de acuerdo cambie para considerar todas las voces y todas las opiniones.
Hoy, en nuestro país, y especialmente en Chiapas, se hace urgente implementar no sólo una reforma educativa.
En Chiapas nos urge una auténtica revolución educativa que no sólo evalúe a los docentes.
Nos urge una revolución educativa profunda e integral que garantice que todas los niños y las niñas en Chiapas tomen clases en una escuela digna, en una escuela que tiene pizarrones, que tiene baños, que tiene mesa-bancos y que tiene luz eléctrica. Vamos. En una escuela que tiene techo y paredes.
Urge una revolución educativa que reconozca que si bien evaluar al maestro puede ser necesario, también es necesario que nuestros niños tengan zapatos, tengan un cuaderno y un lápiz y tengan algo en el estómago cada mañana. Urge esa revolución.
Estos nuevos licenciados en Educación egresan en un momento crucial para la historia contemporánea de nuestro país. Hoy, como sociedad, tenemos una auténtica oportunidad para, mediante el diálogo, poder construir las bases de esa revolución educativa y estos nuevos soldados de la educación, desde las aulas, desde el trabajo con sus niñas y niños, tienen la enorme posibilidad de abonar para que esa revolución sea una realidad.

El autor es Senador de Chiapas.

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