Cdigo Nucú / Cesar Trujillo

Brutalidad y clasismo

Un video que circula en redes sociales (ahora nota nacional con el periodista Julio Astillero) muestra la brutalidad física y verbal con la que la policía somete a un grupo de indígenas —de los ejidos Pavencul y Toquián— en Tapachula, el pasado 27 de enero, por instrucciones del secretario de Seguridad Pública Municipal, Pedro Enock García Palazuelos.
En el video —con una duración de un minuto y 14 segundos— se puede ver la forma en que uno de los uniformados golpea con un palo la espalda de los detenidos que yacen de bruces y esposados, mientras otro le indica a quiénes debe castigar por la osadía de enfrentarse al poder del municipio.
Segundos después, otro policía azota en dos ocasiones, literalmente contra el cemento, a un hombre de la tercera edad que se muestra lastimado y a quien con palabras altisonantes retan, aun cuando está indefenso.
La brutalidad con la que los elementos de la policía se comportan en ese video no es para nada nueva en nuestro país. Es, tristemente, el pan nuestro de cada día. De ahí que los policías no sean bien vistos por gran parte de la ciudadanía y las encuestas no mienten al respecto.
Por años se han documentado los abusos y excesos de los uniformados que olvidan sus orígenes y arremeten con toda su furia contra quienes se atrevan a exigir mejoras a sus tierras, o bien, que salen a ganarse un pedazo de pan como en el caso de los ambulantes a quienes les roban e intimidan constantemente.
En el caso de los policías municipales parece como si el uniforme los transformara y obligara a sacar desde dentro todo el odio que se les encierra en los puños y en sus toletes. O como si el sistema azuzara su instinto de violencia que les hace comportarse como bestias desalmadas.
Datos y datos se acumulan en la web y dan muestra del comportamiento irracional e inhumano de muchos policías que hacen uso de la fuerza excesiva por instrucciones de sus superiores o por iniciativa propia. Lo de Tapachula, por ejemplo, fue por instrucciones del secretario a quien el presidente municipal protege y por ello ahora se está tragando su soberbia y quiere curarse en salud con arrepentimientos poco creíbles.
A los datos que ya conocemos, los sigue la frivolidad de los munícipes y la simulación de los gobiernos que evitan aceptar el terrible error, como el ayuntamiento de Tapachula y su «petición» de disculpas a la que se vio obligado Óscar Gurría por la presión del Congreso local por el punto de acuerdo presentado por la diputada Olga Luz Espinosa.
Incluso, ese video llevó a la Fiscalía General de Justicia a abrir las carpetas de investigación por detención arbitraria, tortura y abuso de poder (bien ahí, es justo), misma que ha sido celebrada por la ciudadanía y que exige se castigue a los implicados de forma ejemplar para sentar antecedentes de que ese tipo de prácticas no serán toleradas en este gobierno.
Sin embargo, a la par de esa violencia excesiva, sigue sorprendiéndome el clasismo impreso en el lenguaje, y el comportamiento y menosprecio al otro. Sigue causándome indignación, lo confieso, esa forma despectiva de una falsa idea de superioridad que resulta risible por donde se vea.
Escuchar a uno de los policías llamar «indio», «apestoso» y «asqueroso» a uno de los detenidos es la muestra de este sistema que se ha construido bajo el color de nuestra piel y de un falso estatus en el que algunos se siguen sintiendo superiores a otros en pleno siglo XXI.
Peor aún, que se use todavía el término «indio» como un insulto, como una palabra que denota un desmarque social, que busca una discrepancia de quien la pronuncia porque en su supina ignorancia cree que él no es indígena, que es de otra clase, que es diferente, caramba, resulta absurdo y doloroso.
Es triste escuchar a un policía municipal, con la piel tostada por el sol, con muchas carencias sociales, perteneciente a una clase baja, que debe luchar día a día para poder llevar el pan a la mesa, asalariado y explotado, sentirse de otra estirpe, de otro nivel y desbordar su rabia en su semejante.
Es triste, al menos para mí, que algunos policías y funcionarios sigan creyéndose más que los demás en esta entidad pluricultural y multilingüista.

Manjar

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