Cdigo Nucú / Cesar Trujillo

Infodemias

El mundo entero está enfrentando no sólo la pandemia del COVID-19, sino que a la par de ésta se ha erigido otra a la que se denomina infodemia y trastoca todo: corre a una velocidad de contagio peligrosa e inimaginable.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han considerado que esa cantidad excesiva de información sobre el tema se ha convertido ya en un problema sin solución. Y coincido con ellas.

Basta ver a los cientos de personas que se han transformado en especialistas en temas de epidemias, economía y hasta política, entre otros, y que sin fundamentos blanden la palabra en las redes sociales donde muchas posturas son cobijadas por otros que, lamentablemente, tampoco entienden la realidad de lo que pasa.

Y es que las infodemias se nutren de dos elementos básicos: ignorancia e intereses. No importa el orden. Ambos son un caldo de cultivo para el oportunismo político y un eje para entender a Umberto Eco cuando hablaba de esas legiones que hoy abundan. No sé equivocó.

De ahí que se difundan con ello, durante esta emergencia de salud, por ejemplo, errores, rumores y se abone, de una manera terrible e irresponsable, a la desinformación. Peor aún, que se den por hecho ideas risibles y absurdas partiendo de que el imaginario es una esponja que absorbe sin distinción.

Bajo estas premisas el panorama no sólo es desolador en pleno siglo XXI. Es también de miedo, pues lo grave de las infodemias es que permiten a rumorólogos y sensacionalistas lograr su cometido: obstaculizar, incluso, aquellas respuestas que la parte oficial y los especialistas consideran como efectivas y que se pierden en un limbo de opiniones ridículas.

Las infodemias permiten cimentar el caos desde la confusión y la desconfianza. Son esa semilla del «sospechosismo» que con sus ramas generan ideas y posturas infundadas, teorías que rayan en el absurdo y que permiten a otros sacar raja pensando en el futuro.

Lo terrible es que les funcionan. Que enganchan a quien no sabe y a quien no se informa. Venden, como remedios milagrosos, algo que no es bueno para la salud y que daña severamente a esta sociedad de por sí ya fragmentada y polarizada.

En el tema del COVID-19 podemos ver esto que le digo. Personajes que plantean esquemas de prevención ridículos para la enfermedad, consejos que se contraponen a las recomendaciones de expertos en el tema y demás curiosidades que deberían prender una alerta para todos. Debería ser así, pero no es.

Por ello, desde el periodismo nos corresponde ser responsables (lo vuelvo a repetir una vez más) y concientes de aquello que comentemos o compartamos. Las noticias falsas se han erigido en un imperio propio y eso es riesgoso para todos y un negocio para pocos.

Considero que este tiempo de crisis en el que estamos inmersos nos obliga a ello porque, guste o no, hay gente que nos lee, nos comenta y que difunde, como una verdad, nuestro análisis y postura.

Quien ejerce el periodismo está obligado a documentarse y no cometer el tipo de errores que se ven en las conferencias del COVID-19.

Es lamentable ver a algunos comunicadores que parecen más ocupados por el amarillismo rancio, por hallar entre líneas la nota «que venda más», el sensacionalismo in situ, a la difusión de la información que ahí se está manejando.

Hoy más que nunca los medios de comunicación deben desempeñar un papel clave en la difusión de la información bajo simples líneas: la responsabilidad, el compromiso social, la transmisión de hechos (no de miedos), el uso de fuentes confiables, científicas, verídicas y chequeadas; la opinión de científicos, investigadores, salubristas, académicos y especialistas de diversas disciplinas.

Abonemos pues a construir un entorno empático y no a sembrar, por intereses particulares o por ignorancia, más miedos. Es lo justo. Lo que corresponde.

Manjar

La abuela murió este sábado. Mucha gente que la conocía pasó a dar el pésame y se fue. Algunos no se enteraron. Otros más se quedaron en silencio: de pie o sentados. Sin el abrazo cálido se recibió a los vecinos con la frescura del gel antibacterial y el agua de jamaica, bajo los 40 grados que nos acecharon. La separación de las sillas al interior, los sobrinos, los más pequeños, corriendo sin entender nada. Todo lleno de protocolos. Se fue la abuela sin saber de esta pandemia. Se fue apagando, poco a poquito, como una vela. Se fue sin dolor y con el rostro de niña. Se fue en sábado de gloria, remarca la familia. Se fue, sí, y aquí nos hace falta.
#HistoriasdeCuarentena «Voy a pintar un cuadro donde un hombre soporte un hacha. El hombre será un leñador que soporte un hacha. Gnomos y hadas en el submundo del leñador que soporta el hacha lo observarán. Sombrío. Lianas y arbustos. La música abierta. Flores muertas de tan blancas. Naceré ahí, en el golpe. Un hombre observará, dos hombres observarán. La mirada es una línea que sostienen mis hadas. El duende tiene miedo de mí. Sus ojos me ven tanto al oído que lo escucho. El leñador está a punto de quebrar el aire nueve años después. Fin. Cae el hacha sobre Robert Dadd. Parto en dos su cráneo. El lienzo tiene mi firma». Fernando Trejo. #ElPoema // La recomendación de hoy: el libro Tragaluz de noche de Pura López Colomé y el disco Down and Out Blues de Sonny Boy Williamson II. // Recuerde no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.

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