Cdigo Nucú / Cesar Trujillo

Comorbilidades, hábitos y pobreza

La pandemia por COVID-19 vino a recordarnos que en nuestro país 15.2 millones de mexicanos padece hipertensión (50 mil mueren al año), que 6.5 millones de adultos, mayores de 20 años, viven con diabetes (80 mil mueren al año) y que 96 millones de mexicanos padecen sobrepeso u obesidad (300 mil mueren al año). La tasa de Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ECNT) en México es alta y nos colocó, sin problemas, como vulnerables al virus que se abrió paso encontrando otros aliados entre el hambre, la pobreza y los malos hábitos alimenticios.
Las comorbilidades en México son un arma letal, sobre todo si sumamos la inmunosupresión, la depresión, el tabaquismo o el alcoholismo. Los expertos habían señalado que quien padeciera alguno de estos males y se contagiara de COVID-19 corría el riesgo de presentar complicaciones más severas que una persona sin antecedentes. Ya vimos las consecuencias de ello en las gráficas, y las organizaciones Mundial de la Salud (OMS) y Panamericana de la Salud (OPS) lo han confirmado.
Sin embargo, en la imperiosa necesidad de llevar un plato de comida a la mesa, miles de mexicanos se han expuesto al contagio en un país donde 52.4 millones viven en situación de pobreza con todo y los males que los aquejan. No hay nada ni nadie que detenga a quien busca solventar las necesidades básicas de su familia. Ningún virus que asuste a quien vive al día, ajustándose el cinturón y trabajando honradamente para tratar de vivir en un país donde impera la desigualdad y en donde si no se trabaja no se come.
Así, la pandemia nos mostró no sólo que el sistema de salud en México (como en el mundo) está seriamente golpeado y que ha sido saqueado y empleado como caja chica de los gobiernos pasados, sino que las políticas públicas en materia de salud, que hasta la fecha se han puesto en marcha, son insuficientes y risibles para un país con tantas enfermedades que le terminan costando muy caras a cualquier gobierno.
Muchas de éstas, claro, tienen su origen en el alto consumo de alimentos ultraprocesados, así como en el tabaco, el alcohol o los refrescos embotellados. No olvidemos que el Instituto Nacional de Salud Pública puso el dedo en la llaga cuando señaló que la ingesta excesiva de éstos se asocia con padecimientos como obesidad, sobrepeso, diabetes tipo 2, derrames cerebrales, gota, asma, cáncer, artritis reumatoide, enfermedades arteriales coronarias y óseas, problemas dentales y de conducta, trastornos psicológicos, envejecimiento prematuro y adicción.
Y sí, hay que repetir lo que la Universidad de Yale señalara en octubre de 2019: México es el primer consumidor de refrescos en el mundo, con un promedio de 163 litros por persona al año, cantidad con la que supera en 40 por ciento al segundo consumidor que es Estados Unidos. Bajo esos datos no hay panorama alentador. Somos un país donde es más caro un litro de jugo de naranja (45 pesos frente a mi domicilio), a tres litros de coca (38 pesos en la tiendita de la esquina).
Resulta triste y lamentable que una familia mexicana destine el 10 por ciento de sus ingresos totales a la compra de refrescos embotellados, o que en las comunidades rurales siete de cada 10 niños desayunen con ese tipo de bebidas. Más lamentable aún, que uno de los tres estados más pobres de México sea el primer lugar en la ingesta de este tipo de bebidas. Y sí, ese lugar nos corresponde a los chiapanecos. Tan es así que el doctor Jaime Tomás Page hizo un estudio donde expone el aumento del consumo de refrescos en la región sur del país al que asocia a una modificación de la vida social y religiosa de sus habitantes (denle un vistazo).
Hoy más que nunca se requiere de políticas públicas que rompan las ataduras que las grandes corporaciones que producen y comercializan estos productos le han puesto a todo, y para ello se requiere voluntad política. Nada más. Porque ni la Cofepris, ni la Secretaría de Educación Pública, ni la Secretaría de Salud federal, hasta hoy, han hecho algo realmente contra este mal. Se la pasan en la simulación sexenio tras sexenio para proteger los intereses de los emporios que crecen a costa de la salud y vida de los mexicanos.
Es increíble que existiendo una epidemia de diabetes, obesidad y sobrepeso, que son factor clave en esta pandemia que nos asola, y que fue señalada a México por la propia OMS, nadie haga nada. Urge que en México se construya un marco normativo que impida el conflicto de interés que salta cuando se trabaja en alguna política pública. Y, sobre todo, que ese mismo marco exija a los funcionarios su compromiso con la gente, su desempeño para lo cual el Estado les paga, su apego ala nación y no la sumisión a la industria que los premia a cambio de su silencio y complicidad. Ya basta, pues, de que las instituciones sean serviles al corporativismo.

Manjar

Conocí a la regidora Adriana Guillén Hernández por su postura a favor de Veolia (hoy Proactiva). Meses atrás, la vi defender a la empresa franco-española pese a todo el daño que ésta le ha causado a la entidad. Fuera de eso, no tengo el gusto de conocerla en persona. Sin embargo, el ataque que recibió y la forma en que se metieron con su vida personal por fijar postura en la licitación directa en donde el ayuntamiento capitalino benefició nuevamente a Veolia sin importarle que violentaba las leyes, me parece un acto atroz y deleznable. Es tiempo ya que las autoridades competentes tomen cartas en el asunto en temas de violencia política en razón de género. Sea quien sea el actor o los actores de esta campaña de desprestigio se debe llegar hasta las últimas consecuencias. Ya es tiempo de hacer las cosas de diferente forma y mostrar que en Chiapas no se tolerarán este tipo de actos. Que sepan que hay consecuencias para aquellos que le gustan de pasarse de vivos. #NoALaViolenciaPolítica «Llegas de cualquier sitio / y, elegido al azar, / sin mapas, sin señales, / el otro lado esconde la sorpresa / feliz y azul. / Entonces permanece la ruptura / intacta. Entonces fuera o dentro impide / su difusión. / El viaje trae un orden en cadena, / un movimiento ansioso que repite / su dispersa memoria: / ya nadie nos indica que el error / desconocido o su secreto / sirva robado y oprimido, / tiempo arenoso que se va. / Todo va a ser abandonado». Juan Carlos Abril. #ElPoema // La recomendación de hoy: el libro Dios también resuelve crucigramas de Alejandro Molinari y el disco The Sun Is Shining de Elmore James. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *