Comentando la noticia / Alfonso Carbonell Chavez

El que escribe al último…

¡Qué flojera la verdad!, eso de andar escribiendo ideas, algunas ¡ideotas!, de vez en vez, y todo para acabar diciendo lo que muchos saben, pero que sin embargo y como lo dijo el poeta; por sabido lo callan. De qué entonces sirve, sobre todo a periodistas, intelectuales y académicos, tratar de escudriñas verdades qué, no siendo absolutas, sí contribuyan a despejarnos muchas de las incógnitas que sobre el devenir nacional, y cito, una transformación de la envergadura de la que hoy se construye desde el gobierno, otras voces provenientes de éstos mismos sectores, con desbordado coraje insisten en negar incluso en manifestar su abierto rechazo. Y no es que esté mal, lo que se critica es el modo.

Cabe señalar, que no tratándose de una confrontación intelectual de las ideas, o no sólo, sino de un abismal desencuentro entre visiones de país que albergan en sus irreconciliables posturas, en el caso de quiénes con serenidad y respeto emiten sus posicionamientos respecto de la transformación que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador, que sin concederle al cien por ciento razón, sí al menos, con argumentos sólidos y sujetándose a un análisis histórico riguroso, no pueden más que coincidir y es de esperarse entre personajes de tan altos rangos del conocimiento, en temas tan torales como el combate a la corrupción, la cero impunidad y conjuntamente con ello, se atiendan las causas que han originado en un país tan grande y tan rico, tanta miseria, desigualdad e injusticias.

Por el contrario y aquí sí con nombre y apellidos (a los anteriores no los cite por nombre por respeto), están los opinadores venidos desde la academia, los colegios y las universidades extranjeras más prestigiadas y quienes se han replanteado como objetivo, reconquistar a plenitud sus antiguas posiciones de poder económico y político; en suma y sin rodeos, sus privilegios de clase y que esgrimen, este gobierno «neocomunista» les arrebató. No les cabe en sus cabezas (ni es sus amplias cavas) que esto ¡ya cambio! Que para gente tan bonita y brillante como el novelista-cuentista de «Clío» Enrique Krauze, sus convenios millonarios con los gobiernos de la corrupción, han quedado cancelados y desterrados de la vida pública nacional. Bueno al menos lo concerniente al ámbito federal, ¿verdad don Enrique Alfaro Ramírez? O que otro revistero-historiador como Héctor Aguilar, cuyos héroes y lo reitera cada vez que tiene oportunidad empieza por el conquistador Hernán Cortés, están también Agustín de Iturbide como el gran consumador de la independencia, seguidos por el archiduque Maximiliano de Habsburgo al que considera el verdadero reformador (quería a los indios sostiene), para terminar con su héroe por antonomasia Porfirio Díaz, a quien considera el padre de la modernidad. Y así, hasta llegar a su álter ego y quien lo encumbró a ser lo que ahora añora; ser el insigne consejero y sastre de Carlos Salinas; el rey desnudo. Ya del ex canciller Jorge Castañeda ¡ni que agregar! Se dibujó de cuerpo entero cuando en una de ésas «mesas de análisis» que conduce Carlos Loret y financia Silvano Aureoles, cuenta la infausta anécdota vivida –sufrida- por una de sus amadísimas hijas (la verdad no se si tenga más hijos) que mandaran a cubrir su servicio social como médica al «horrible ¡espantoso!» pueblo de Putla, Oaxaca, pero que gracias al influyente amigo Héctor «el historiador», con sus buenos oficios intercedió ante el gobernador entonces Diódoro Carrasco, para que su pequeña fuera trasladada a otro pueblo. Igual de rascuache pero ya cerca de la capital oaxaqueña. Y hasta aquí la dejo porque tampoco se trata de hacerles publicidad, que ciertamente no la necesitan. Y tan no la necesitan que hoy por hoy los antes aludidos son tan «re-mentados» en las redes sociales, sobre todo por su acendrado «patriotismo y amor al pueblo» que siempre (¡a te cae!), le han profesado.

Y son éstos junto con otra veintena de intelectuales y que si me lo permiten, me sobrarían dedos de una mano para no generalizar, quienes sortearían exitosamente un examen de ética, es decir que saldrían reprobados exponiéndolos por completo sobre sus perversos fines descubriendo la verdad sobre su destemplado «¡reclamo de democracia!». Porque empezando y como muestra los ya señalados, ya no tienen la estima social mucho menos la credibilidad de ni siquiera de quienes alguna vez los leyeron, más aún evidenciados públicamente por ellos mismos, un gran sector de la sociedad intelectual y de la comunidad universitaria del país, ante la bajeza y oportunismo mostrado como su demencial propósito de derrocar un gobierno ¡legítimamente electo!, insisto a una mayoría de mexicanos bien nacidos les han quedado claras, sus inconfesables ambiciones de ¡poder y dinero! Quedado así en entredicho con lo que su momento histórico de reivindicación con las mejores causas país y del pueblo, si algún vez lo pensaron, se esfumó como pasará a su movimiento.

Así entonces: *»El que escribe al último/ escribe mejor/ y yo apenas empiezo», escribió Efraín Huerta, el célebre poeta y periodista guanajuatense (Guanajuato 1914-Ciudad de México 1982) en uno de sus Peomínimos «Lección», y quien entre juego y broma mostró un ingenio siempre imitado pero jamás igualado. En verdad no sé si venga al caso, lo que pasa como sobre de este tema de los intelectuales no había comentado y de hecho por más de quince días ni de éste ni otro tema, pues bueno, consideré excelente pretexto recurrir y recordar al gran Efraín Huerta. Así entonces; ¡el que escribe al último…ríe mejor! ¡Me queda claro!

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