Cotidianidades / Luis Antonio Rincn

Hace más de una década y por razones académicas, le pedí a autoridades de una comunidad indígena tsotsil de los Altos de Chiapas, que me permitieran colaborar con ellos a cambio de datos y de la posibilidad de asistir a reuniones que me ayudarían para mi trabajo de investigación.
Aunque me aceptaron, al principio hubo una natural resistencia y por supuesto desconfianza por mi presencia entre ellos, sin embargo poco a poco fui aceptado y entre otras funciones, tuve la de traducir de español a español.
La razón era muy sencilla, si bien ellos en su lengua materna daban —y dan— largos discursos con argumentos sólidos, con el español tenían ciertas y obvias dificultades, situación que era aprovechada por funcionarios para tratar de envolverlos en peroratas a veces sin sentido, en otras con mucho acartonamiento, pero en la mayoría de los casos con la clara intención de confundirlos.
Así, si alguna autoridad educativa les salía con que: «para establecer un plantel de nuestra institución en la zona por ustedes demarcada, amén de los estudios de factibilidad correspondientes según nuestros estatutos, y en adición a los análisis pertinentes, habría que reunir una matrícula estudiantil que marcan nuestros reglamentos».
Ahí las autoridades indígenas volteaban hacia mí y yo traducía: «dice acá el Director General, que si quieren poner una prepa en el terreno que eligió la asamblea, ellos deben checar si cumple con su reglamento, y nosotros debemos ver que haya el número de estudiantes que ellos pidan».
Por lo general esas autoridades estatales terminaban viéndome feo, pero más feo lo miraban los representantes de la presidencia municipal, y yo sentía que quedábamos a mano.
Algo distinto ocurría cuando tenían que negociar algún asunto con personas de a pie, también mestizas, pero sin ganas de engatusarlos. Recuerdo en especial una ocasión en que hablaban con quién organizaría la música durante una fiesta popular. Cada uno de los dos partidos políticos principales pondría un grupo musical para alegrar a la población y, en el afán de evitar problemas, escuché cómo solicitaban que se tocara «música alternativa».
Debo ser honesto, esa noche acudí a la fiesta a echar baile pero también a escuchar esa música alternativa, sólo para descubrir que los dos grupos eran de banda y/o tropical (disculpen mis ignorancia en el rubro), pero tocaban más o menos lo mismo, sólo que en lugar de tocar al mismo tiempo, lo hacían «alternándose».
Esto viene a colación por las elecciones para gobernador que ocurrieron en al menos doce estados de la república mexicana el domingo pasado. Fue una jornada interesante, en la que se habla de que —en caso de no revertirse los resultados— en al menos ocho de esos doce estados, habrá «alternancia» política.
Muchos incrédulos ya comenzamos a dudar de que realmente se esté aplicando a cabalidad esa palabrita, porque si no en todos, en la mayoría de estos estados quienes llegan a generar esa «alternancia», tienen su origen en los partidos en el poder —y en el camino se cambiaron el color de las playeras por así convenirles a sus intereses personales— o son hijos de antiguos caciques, y entonces ahora esos estados serán gobernados por personas distintas, que en apariencia —porque no en ideología— vienen de un partido diferente al que ahora ejerce el poder, pero con seguridad con mañas muy similares.
De hecho todos los candidatos de los partidos que se disputaban el triunfo en cada estado, usaron las mismas estrategias de intimidación, compra de votos, acarreos, carruseles, etcétera, para intentar ganar, nada más que algunos llegaron con más dinero en la billetera, y a otros no hubo lana que les alcanzara para apagar los enojos.
El triste resultado final, es que para donde se voltee a ver, pareciera que no queda de otra sino ser gobernados por los ambiciosos de siempre, educados en esa escuela política de «todo para mí y mis cuates y muy bruto el que no agarre», de tal forma que aun y cuando suene tan bonita la palabra «alternancia», corremos un serio riesgo de que toquen la misma música y al mismo ritmo de quienes se van. Hasta la próxima.

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