Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Uno de los muchos beneficios que traen las vacaciones, es la oportunidad de recibir la visita de familiares y amistades, que nos permiten reencuentros que colmamos con cariño, buenos momentos y nostalgias, y que nos dan chance de darle una manita de solidez, a los desgastes que cualquier relación pueda tener con la distancia y el tiempo. Quizá en el afán de que ese encuentro se alargue un poquito más allá de la presencia física, algunas ocasiones a los visitantes les damos pequeños regalos, una artesanía, un vino que hizo las delicias durante el reencuentro o bocadillos para que los viajeros vayan saboreando en el camino de vuelta. Ante una de esas visitas, mis padres tuvieron la idea de armar un itacate con dulces chiapanecos. Estaban tan buenos, que si no se atrinchera mi madre con algunos de ellos, el resto de la familia los habríamos engullido por asalto, y a las visitas sólo les hubieran quedado pequeños plastiquitos enmielados que, al chuparlos, les habrían dado una idea de lo que pudo ser suyo. Una vez resuelto el problema del robo descarado de dulces, mi madre cayó en la cuenta de que faltaban uno de sus preferidos, los gaznates, esos taquitos de hojaldre rellenos de merengue. Por alguna insana inspiración, se me ocurrió abrir la bocota para ofrecerme a realizar la compra. Mi madre me dirigió su dulce mirada, sonrió contenta y me dijo:

—Mejor voy yo, porque tú no vas a saber elegirlos.

Por supuesto que protesté airadamente. No de vicio he vivido en distintas ciudades, obtenido grados académicos y hasta enfrentado enfermedades en soledad, como para que me salieran con que no podía elegir unos simples gaznates. Con paso firme caminé hasta el mercado, elegí los que consideré se veían más apetecibles y no me detuve sino hasta estar de vuelta en la mesa de la cocina de mi madre, para mostrar que más allá de los prejuicios del siglo pasado, yo sí podía cumplir con la encomienda. Ella tomó uno, lo partió en dos y, en lugar de probarlo, me enseñó cómo me tomaron el pelo: En los extremos había merengue, pero el centro estaba hueco. Indignado, no pude contenerme, y salí a la calle para protestar contra esos productos huecos, que se ven bonitos y hasta quienes los promueven parecen personas decentes, pero que sólo sirven para tomarnos el pelo y burlarse de los ciudadanos con buenas intenciones que queremos poner en alto el nombre de esta tierra.

—¡A mí también me tienen hasta el gorro estos políticos juniors! —llegó a decirme un vecino—. Sus padres nunca se acercaron a lo que sería un modelo de rectitud, pero al menos no estaban tan vacíos de la cabeza y del alma, y disimulaban la corrupción. No que ahora vivimos eso que llamas el «cinismo maravilloso»… Porque… ¿de la política es que se quejaba, verdad?

—¡Exactamente! —le respondí con una sonrisa tan falsa como las de los comerciales de pasta de dientes y entré a la casa de mis padres, antes de que una declaración desafortunada diera pie a descubrir el origen de mi verdadera inconformidad. Sin embargo, el resto de la tarde la pasé reflexionando lo cercanos que están varios de nuestros políticos a la imagen de un gaznate mal logrado. Lo peor fue que comencé a comparar con lo el pasado, y si bien ningún gobierno sale bien parado en materia de ética, eficacia y honradez, de pronto tiene uno la impresión de que, al menos en el estado de Chiapas, estamos viviendo un reencuentro con las más perversas y añejas prácticas para ganar elecciones (nomás que «reloaded», y realizadas además con la mayor desfachatez, delante de todos y sin un poquito de pudor), sumado a una cúpula que no sabe ni le interesa gobernar, pues están ocupados en hacerse —en menos de un sexenio— de riquezas que de formas decentes les llevaría más de una generación acumular. Lo vacío, para compensar su vacuidad, le apuesta a lo espectacular. Por eso mandan a quemar fuegos artificiales para que los demás se olviden un ratito de ver dónde están parados. Quizá sea a partir de esta perspectiva que presentan proyectos como un parque elevado o un mirador panorámico en el Cañón del Sumidero. No alcanzan a entender que como ciudadanos queremos cosas más simples y sencillas, pero que nos ayuden a llevar con mayor tranquilidad nuestra cotidianidad. Me refiero a calles bien pavimentadas (no creo que en la capital del estado tengamos una sola en esas condiciones), iluminación pública, seguridad, instrumentos y medicinas en los hospitales públicos y, sobre todo, por favor, hacer a un lado tanto, tantísimo gasto en publicidad sin sentido. Nadie les compra ya la imagen bondadosa y triunfalista de sus espectaculares y posters, porque éstas no van respaldadas por trabajo tangible y honesto, y a verlos por todos lados tan sonrientes y bien maquillados, es irremediable pensar en un gaznate vacío. Hasta la próxima.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *