Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Viajé a la Ciudad de México con la intención de participar en la Feria Internacional de Literatura Infantil y Juvenil (Filij) gracias a la invitación de distintas editoriales y del Conaculta, esto con el objetivo de participar en presentaciones y firma de libros, así como para asistir a charlas magistrales que dieron escritores y editores reconocidos internacionalmente.
Por supuesto que para ir vestido «ad hoc» al evento, me compré una boina de piel, chamarra de gamuza, una pipa y practiqué frente al espejo la mirada de «soy un intelectual que comprende al mundo e, incluso, te lo puede explicar».
¡Cómo se ha reído el querubín! No podía parar ni porque le eché un vaso de agua en la cara, no se detuvo aun cuando le dolió el estómago, ni a pesar de que lo amenacé con darle de comer las croquetas del gato.
Luego, ya más tranquilo, le dibujó unas caritas a la boina, la pipa la agarró para pegarle a un tambor y la chamarra de gamuza se convirtió en casa de campaña de sus muñequitos.
Así que vestido con pantalón de mezclilla, playera y tenis, me dispuse a iniciar ese viaje en el que me esperaban muchas sorpresas.
La primera de ellas la viví en el avión, donde mantuve una charla amena con un señor muy simpático que agradeció a la suerte la posibilidad de viajar junto a un escritor, aunque luego, al enterarse de que principalmente escribo para niños y jóvenes, me dio una palmada en la espalda y, muy sonriente, me dijo: «eso no es problema, en cualquier momento puedes dar el salto para escribir literatura en serio… nomás cosa de que te decidas».
Lo quedé viendo fijo y con una sonrisa a medias. Imagínense lo que yo pensaba. Así que para no echar a perder el ambiente en el vuelo, decidí meterme en temas menos escabrosos y toqué el asunto de las intromisiones de la religión y la política en los manejos de los equipos de fútbol.
Pocas horas después ya estaba en el Distrito Federal, en medio de un gentío, avanzando a paso de tortuga y escuchando un concierto de voces infantiles que pugnaban por sobresalir entre ellas y así hacerse notar.
Y no se trataba del metro.
Eran cientos de niños, niñas y jóvenes acompañados por muchísimos adultos que estaban de visita en la Filij. Es cierto que no todos llegaron a comprar libros (ya sea porque no lo acostumbran o no tienen los recursos), sin embargo saben que ahí encontrarán diversos espectáculos dirigidos a la población infantil, charlas para los adultos y momentos para acercarse a la narración oral. Era una fiesta cultural a la que asistieron muchos, muchísimos niños, y en la que escuché a adultos decir «yo casi no leo pero mis hijos sí, por eso los traigo».
Son niños, niñas, jóvenes, personas maduras y ancianos que, además, están dejando a un lado a autores extranjeros para acercarse al trabajo de escritores mexicanos, quienes en conjunto y sin ponerse de acuerdo, han venido creando una tradición literaria mexicana de altísimo nivel, y para lo cual experimentan con estructuras, personajes, distintas voces narrativas y variados planos de realidad.
Es cierto que de todos estos escritores connacionales son unos cuantos los que han traspasado las fronteras, mientras que del exterior nos llegan infinidad de títulos con firmas europeas y norteamericanas. No obstante, esto responde más a cuestiones de mercado y no necesariamente a la calidad, porque en el país se están publicando historias capaces de trascender límites geográficos y temporales.
Casi al final de la semana y gracias a una cita que tuve con Mónica Brozon, tuve la oportunidad de asistir a una mesa redonda en la que participaron —además de ella— Francisco Hinojosa, Verónica Murguía, Vivian Mansour y Toño Malpica, y entre el público se encontraba Javier Malpica y Ana Romero (hubiera llegado Juan Carlos Quezada, Antonio Ramos Revillas y Jaime Alfonso Sandoval, y el cuadro habría quedado más completo todavía).
Ellos hablaron del menosprecio que sigue existiendo a la literatura infantil y juvenil (aun cuando se experimente más con ella que con la de adultos), compartieron la convicción de que sí hay muchos niños y niñas lectores (algunos incluso deben brincarse la censura de padres o tutores para acercarse a los libros que quieren leer), y confirmaron mi convicción de que al menos entre los autores infantiles, existe la generosidad y el apoyo mutuo para seguir avanzando.
En esta columna pocas veces menciono los nombres de los actores que me hacen reflexionar y escribir sobre mi vida cotidiana. En esta ocasión rompo abiertamente con esta costumbre, porque además de ser una oportunidad para mandarles un saludo a ellos, aprovecho a contarle a usted que son grandes personas, sencillas, generosas y muy dispuestas a que usted y yo y nuestros hijos e hijas, abuelas y nietos, accedamos a historias entrañables que aspiran a la inmortalidad. Hasta la próxima.

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