Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Abril comenzó con un calor capaz de derretir a las personalidades más frías, y yo, a pesar de considerarme templado por las adversidades (dicho esto con gesto de mártir), no resistí la tentación de tumbarme bajo el ventilador mientras recuperaba energía y esperaba que el sol empezara a perderse en el horizonte.
En ese momento de meditación tropical, recordé a mi padre, quien comparara a las personas con los ríos, pues cuando nacen apenas son un hilo de agua, de jóvenes avanzan con vigor, y de viejos pierden la fuerza hasta desaparecer.
Entonces me pregunté si me estaba haciendo viejo.
Por suerte al querubín le tienen sin cuidado mis preguntas existenciales, y armado con su espada laser, la máscara de Darth Vader y un antifaz de cartón de soldado imperial para mí, llegó a avisarme que teníamos una misión que cumplir, la cual —palabras más, palabras menos— no permitía demoras e implicaba caminar hacia el parque de la colonia donde vivimos.
Con mi natural dulzura le respondí que el calor lo estaba desquiciando, y que sólo estando demente saldría a caminar bajo el sol de las cuatro de la tarde para cumplirle uno de sus caprichos.
En ese momento Darth Vader levantó su máscara, hizo un puchero y a punto de llanto me recriminó:
—Yo sólo quería jugar un ratito contigo.
A mi corazón partido y mi no nos quedó de otra que seguir a tan maligno personaje, cubriéndome el rostro con una máscara de cartón, armado con una pistolita de agua y —gracias a mi pancita y a las bermudas descoloridas— rompiendo con la imagen estética de los soldados galácticos.
Llegué con boca seca y sintiendo que la piel me ardía. Mi acompañante, en cambio, se mostraba decidido, y sin dudar caminó hacia el centro del parque, un espacio deforestado y lleno de rocas.
No puedo negar que me llamó la atención lo concentrado que se veía mientras buscaba «algo» en el suelo, y lo que más me sorprendió fue la preocupación con que me pidió que lo ayudara, porque si no, «no lo vamos a encontrar».
—¿Pos qué estamos buscando? —le tuve que preguntar y él me contestó.
—A Tlaloc, el dios de la lluvia.
Durante unos segundos me quedé estático, preguntándome si había entendido bien, y me quité el antifaz adherido a mi rostro por el sudor para decirle:
—¿Y para qué lo quieres?
El chamaquito de cinco años me vio extrañado antes de responder:
—¡Pues para que llueva y los ríos tengan agua y para que se vaya este calor! Pero mejor ayúdame a buscarlo, Tlaloc es un monolito, que significa que es una roca grandotota, y acá debe estar uno entre todas estas piedras.
No fui yo, sino la sed quien lo convenció de volver a casa a buscar una sombra y un par de litros de agua, aunque me advirtió que al día siguiente debíamos continuar con la misión.
Por suerte en su escuela le contaron el resto de la historia y le dijeron que Tlaloc estaba en el Museo de Antropología e Historia. Ahora el querubín insiste en viajar a la Ciudad de México para hablar con ese dios que no está haciendo su chamba.
Decidí explicarle que tanto la falta de agua como lo insoportable que se siente el calor, no es culpa de ningún dios, sino de las decisiones de las personas que hemos deforestado —o permitido que otros lo hagan— nuestro entorno al tiempo de que llenamos de concreto los caminos y, grosso modo, también le conté los beneficios que persiguen quienes están detrás de esos dos grandes negocios.
—¿Y para qué les va a servir el dinero si no tienen agua? —preguntó el inocente— ¿O a ellos no les va a dar sed?
No me sorprendió la preocupación que por el medio ambiente pueda tener un niño de la edad de mi hijo. Es un hecho que los niños están mucho más preocupados e informados en este tema que los adultos. Pero por una convicción personal, más que seguir contándole cómo están las cosas, opté por explicarle cómo podíamos ayudar a remediarlas, y ya nos pusimos de acuerdo en que juntos sembraremos un arbolito que nos ofreció mi hermana, sin que nos desmotive que al mismo tiempo alguien influyente esté cortando diez. O mil.
Y me pregunté cuándo podremos organizarnos sociedad y gobierno para comenzar a trabajar juntos por el medio ambiente, pues la solución a los problemas que en esta materia nos aquejan, no serán resueltas por acciones aisladas de actores sociales disgregados.
Sin embargo, también me asalta la sensación de que incluso para soñar con una unión así, habrá que esperar a que llegue el 2018 y entonces elijamos gobernantes a quienes sí les interese el bien común, porque quienes ahora están ahí, se están beneficiando de la devastación del estado, sin ponerse a pensar que de seguir por esta ruta, tarde o temprano, parafraseando a mi hijo, también sufrirán por la sed. Hasta la próxima.

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