Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

—¿Qué le vas a regalar a tu papá en el día del padre? —la pregunta la hizo mi esposa con el gesto ceñudo de maestra que te tiene agarrado con un tema que no estudiaste.
—Regala amor, no lo compres —le contesté y con los dedos le hice el signo de amor y paz, a lo que ella respondió con un soberano almohadazo.
—No te hagas el chistoso y vele pensando porque ya se acerca el día, y no quiero llegar a casa de mis suegros con las manos vacías.
Iba a responderle que en ese caso podía entrar cargando una reja de refrescos, pero en pos de mantener la armonía en el hogar y con tal de evitar otro almohadazo, me quedé calladito y nomás sonreí al imaginar la escena.
El otro punto es que, en honor a la verdad, ella ha mostrado un cariño y atención especial a mis padres, a tal punto que fue idea suya la de que nuestro querubín llevara el nombre del abuelo, así pues, se sentía con toda la autoridad para exigir que, al menos, pensara yo en un regalo para él.
Dicen que el chocolate y la música new age es muy buena para pensar. Así que coloqué un CD de Enya y me acomodé con una caja de chocolates de Bariloche que me hicieron soñar con grandes historias, posibles viajes, trampas en el pocker y en la necesidad de impermeabilizar el techo, que muestra claros signos de humedad.
Una hora después de estar viendo las paredes, seguía sin imaginar qué regalo le podía venir bien a un señor que parece tener de todo. Eso sí, pertinaz, abrí una caja de chocolate suizo y, en el afán de crear una especie de oxímoron que mezclara placer con sufrimiento, en youtube puse canciones de Arjona. Si mi cerebro no sacaba una buena idea por las buenas, lo haría por las malas.
La que no aguantó el tormento fue mi esposa, que llegó a sacarme del estudio para mandarme a una de esas tiendas departamentales donde ponen letreros de «venta nocturna», aunque las personas llegan corriendo como si hubiera leído: «agarre todo lo que pueda que hoy es gratis».
Después de perderme entre un mar de gente que paseaban por los pasillos, luego de pelearme una camisa con una señora, recibir dos codazos de otra y después de perseguir a uno de los vendedores para que, por favor, tuviera la misericordia de atenderme, decidí que no había forma de encontrar ahí algo que valiera la pena, o mejor dicho, que valiera tantas penas juntas, y salí engentado, que significa algo así como «terminar mentando madres por haber estado entre tanto espécimen humano en un lugar sofocante».
En el estacionamiento mi rostro fue tocado por un vientecito como el de la Rosa de Guadalupe, y aunque no escuché música de ángeles, si alcancé a oír a una señora diciendo:
—Ni lo quiera dios, es un gran gentío el que hay ahí adentro, mejor me voy al mercado.
En verdad os digo, pensé era un mensaje divino. Así que también agarré rumbo al mercado, bajo la conciencia de que en los alrededores hay tiendas de todo y para todos los gustos.
Capaz hubiera conseguido algo, sino es porque andaba de chismoso e irreverente, y al descubrir que una tiendita modesta anunciaba sobre una cartulina arrugada: «Acá se viste San Judas», quise ir a comprobar si eso era cierto o si se trataba de mercadotecnia engañosa.
Un rayo espanta insolentes cayó justo antes de que diera el primer paso. El suelo se cimbró, las nubes se tornaron oscuras y los ángeles mandaron un aguacero de esos que te empapan el alma, inundan las avenidas y te lavan hasta la conciencia.
Media hora después estaba en casa, tomando un tecito contra el resfrío y evadiendo la mirada de mi esposa que parecía decir: «para eso me gustabas».
—Bueno, ¿al menos ya sabes qué le vas a regalar? —y ante mi tierno «no», sugirió: —¿Y por qué no le hablas a tu papá y le preguntas qué le gustaría?
Claro que hice caso a tan sabio consejo, aunque la respuesta resultó enigmática y nos dejó en ascuas. Mi papá dijo que deseaba algo tan difícil de explicar, que nos pedía les invitáramos un café en la casa, y que él y mi madre llevarían el pan.
No sólo la pasamos bien, sino lo que le sigue. Los dos abuelos jugaron como niños con el querubín, hablamos del futuro y recordamos el pasado, nos quejamos de los gobernantes e inventamos chistes de la nada, al final, antes de despedirse, mi padre nos explicó que eso era lo que quería de regalo, tener una tarde divertida con nosotros, y que si nos había gustado, la podríamos repetir el próximo domingo.
Ya nos estamos preparando para devolver la visita, con la diferencia de que en lugar de pan, quizá llevemos un postre, y con la ventaja de que mi hijo me ayudó a encontrar un regalo material: Es una máscara del hombre araña, dice que es necesaria, porque aunque los demás no lo noten, él y su abuelo son súper héroes. Hasta la próxima.

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