Crisis y extincin / Eduardo Torres Alonso

En un contexto de múltiples conflictos, problemas y malas noticias, permanece una crisis a la cual no se le ha dado la atención que corresponde. La crisis del medio ambiente es real, tangible y no se detendrá. Acaso ese desinterés por el tema se deba a que todavía grandes poblaciones no sienten los efectos directos e irreversibles del cambio climático o de la deforestación masiva. Inmersos en una lógica hiper-consumista –que se refleja en la fila para entrar a los grandes almacenes, por ejemplo– si existiera otro planeta habitable, seguramente, ya se habría tomado la decisión de desechar este, pero no es así: la Tierra es el único espacio en donde el ser humano –y todo lo que se conoce– puede vivir. No atender la crisis medioambiental es estar en el lindero de la extinción.

La preocupación sobre el desarrollo sustentable no es reciente. Se podría decir que desde el siglo XVIII hay registros de ella con los trabajos de Malthus. Por supuesto, la racionalidad de esa época, en comparación con la actual, era distinta: se buscaba el progreso, tenido como destino final de la humanidad. Pasada la segunda mitad del siglo XX ese progreso, visto, a su vez, como destino, empezó a mostrar signos no sólo de franca imposibilidad para generar desarrollo y bienestar para todas las personas, sino de una peligroso agotamiento materializado en la degradación ambiental. Los límites del crecimiento, del Club de Roma y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano (1972) son reflejo de las alarmas que empezaron a encenderse. Desde entonces, el tema ha sido discutido en foros multilaterales, nacionales e internacionales, con organizaciones de la sociedad civil, la iniciativa privada y los gobiernos, en la academia y en las calles, pero poco se ha logrado.

El medio ambiente y el desarrollo sustentable no interesan a quienes toman decisiones, al menos, por dos razones: no son temas que generen votos inmediatos y buen estima en las encuestas, razón por la cual los grandes partidos políticos y sus representantes no asumen una comprometida agenda en la materia, y los recursos naturales son una mercancía que se puede vender; entonces, el sistema capitalista imperante prefiere mantener el estado de cosas para seguir teniendo transacciones multimillonarias a partir del ambiente.

No obstante, hay una novedad que debe preocupar a la humanidad: con una velocidad acelerada, esta generación se acerca a la sexta gran extensión. Las cinco precedentes ocurrieron por fenómenos naturales extremos, en los periodos geológicos Ordovícico, Devónico, Pérmico, Triásico y Cretácico. La nueva, a diferencia de aquellas, tiene a una especie como la protagonista: la humana. Su presencia destructiva en espacios reservados a las especies no humanas y la explotación de recursos naturales hacen que, al menos, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, 40  de las especies de anfibios, más de 30 de tiburones y rayas, 29  de reptiles, 26  de los mamíferos, 14  de aves, 64 de las cícadas, y 34  coníferas estén en peligro de desaparecer. ¿Qué significa una extinción en masa? Que alrededor del 75 por ciento de las especies se pierdan.

La especie humana ha olvidado que forma parte de un ecosistema en donde, de lejos, es el elemento más importante, pero, con claridad, es la más destructiva. Su papel como actor disruptor del medio es claro. La actividad entrópica es, a todas luces, invasiva y destructora: la agricultura desmedida, la industrialización contaminante y la delirante sociedad del consumo, dan cuenta de la profunda huella humana.

Si una especie se extingue, la probabilidad de que otra lo haga es alta y, así, en lugar de que aparezca una cadena de la vida, aparecerá una cadena de la muerte. Se vive en una emergencia medioambiental que aún no es una catástrofe. Si se quiere un nuevo amanecer, algo hay que cambiar.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *