¿Cómo está nuestra región?, ¿sentimos mejores condiciones materiales que en el pasado?, ¿hay certezas sobre el futuro?, ¿qué elementos adversos a la paz y la igualdad se han agudizado? La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo dependiente de las Naciones Unidas, publicó una nueva edición de Panorama Social de América Latina y el Caribe, un esfuerzo por conocer las condiciones de vida de en la región.
Como en el mismo documento se consigna, América Latina y el Caribe tienen una década de tener un crecimiento económico extremadamente bajo (0.8 por ciento). Esta cifra es la mitad del registrado durante la llamada década perdida en los años ochenta del siglo XX, nombrado así por el entonces Secretario Ejecutivo de la CEPAL, Norberto González, cuando se registró una brutal caída del ingreso per cápita por la crisis de la deuda, que era prácticamente impagable.
El informe menciona que se desaceleró el crecimiento ya que la tasa del Producto Interno Bruto (PIB) que fue de 6.1 por ciento en 2021, para 2022 fue de 3 por ciento. No obstante, y aunque parezca un contrasentido, se registró una reducción de la pobreza y de la pobreza extrema. La primera disminuyó 1.8 puntos y la segunda 3.6 puntos. En 2021 la tasa de pobreza fue de 32.6 por ciento y la de pobreza extrema de 13 por ciento, y un año después de 29 por ciento y 11.2 por ciento, respectivamente.
Por supuesto, esto significa una gran noticia, pero no es suficiente porque aún hay 180 millones de personas que no pudieron adquirir un conjunto básico de bienes y servicios, y 70 millones que no tuvieron con qué pagar una canasta básica de alimentos.
En esta línea, la desigualdad de ingresos también tuvo una tendencia a la baja y se advierte un incremento de la participación laboral y del empleo. Después de la crisis por la COVID-19 que agudizó las desigualdades y empobreció aún más a los menos favorecidos y puso en serios aprietos a los sectores sociales con más asideros para hacerle frente a la problemática, da algo de optimismo.
El informe de 2023 centra su atención en la inclusión laboral como un elemento para el desarrollo social, pero no se trata de generar empleos precarios, sino de dar oportunidades en donde todos los sectores (público, privado y social), con un nuevo arreglo, ofrezcan trabajos con adecuados niveles de remuneración y protección social.
Los elementos que, a manera de ejemplo, se han colocado aquí (el PIB y las tasas de pobreza y pobreza extrema) dan cuenta de una región activa, resiliente y con una población que no ceja en su empeño por mejorar sus condiciones presentes y futuras; sin embargo, en un contexto de complejidad como el que el mundo vive, los Estados no pueden retraerse y olvidar sus responsabilidades; por el contrario, su participación decidida en los más diversos campos, dentro del marco constitucional y democrático, se hace necesaria.
Los retos que las sociedades latinoamericanas y caribeñas enfrentarán con mayor profundidad en un plazo breve son variados: emergencia climática, envejecimiento poblacional, migraciones, impacto de las tecnologías (de forma señalada la inteligencia artificial en el mundo del trabajo), crisis de cuidados, entre otros, por lo que debemos hacernos conscientes –gobernantes y ciudadanía– que el futuro será complicado, pero debemos estar listos de la mejor manera para enfrentar la adversidad.